Rick Perry, el nuevo Secretario de Energía norteamericano, ex gobernador de Texas, es un defensor del petróleo y del carbón, a la vez que parece desconocer todo lo relacionado con la energía nuclear que estará a su cargo e ignora el uso y desarrollo de energías alternativas. De hecho, las primeras medidas de su jefe político es aumentar la productividad/rentabilidad de las petroleras a expensas de las regulaciones medioambientales. Trump borra de un plumazo los esfuerzos de su antecesor para aumentar la matriz energética con fuentes renovables o amigables con el medio ambiente. Y sazona con terror: quiere más armas nucleares.
La designación de Perry afianza la preferencia de Trump por personas cercanas al sector petrolero como su Secretario de Estado “T-Rex” Rex Tillerson, jefe de Exxon Mobil y próximo al presidente ruso Vladímir Putin, otro líder ligado a la misma industria.
Otro nuevo secretario ligado al lobby petrolero es el de Ambiente, Scott Pruitt, que como fiscal de Oklahoma no dudó en interponer recursos legales para frenar las regulaciones anticontaminación de la Agencia de Protección Medioambiental en su Estado.
En pocas palabras, las amenazas globales del cambio climático no están en la agenda de Donald Trump, del mismo modo que no figura en las de China, el rival elegido por el magnate para evitar su crecimiento amenazante.
Un evento catastrófico medioambiental ligado a las inundaciones de ciudades costeras, fogoneado por el exceso de emisiones de dióxido de carbono, tendría consecuencias económicas más severas que el terreno que Trump pretende ganar a fuerza de hidrocarburos baratos.
Pero además, existe la posibilidad –bastante estudiada– de un fenómeno ligado a las tormentas solares y su efecto sobre el sistema de satélites y la red de distribución de electricidad. La atmósfera protegería la vida de la radiación, pero aniquilaría todos los satélites de los cuales depende una gran parte de nuestra vida cotidiana, causando pérdidas a la economía norteamericana calculadas entre uno y dos billones de dólares, según un informe publicado por la Space Weather.
A la preocupación del evento climático apocalíptico se le suma la inestabilidad socioeconómica del capitalismo de la cual Donald Trump es un emergente notable. Sus ideas similares a las que con la crisis del liberalismo económico y político dieron paso al fascismo y al nazismo, en el período de entreguerras del siglo XX, colocan en vilo toda la estructura y la infraestructura –en términos marxistas– que la actual etapa de la mundialización ha creado.
En 2012, National Geographic Channel lanzó un reality show llamado “Doomsday Preppers,” (preparados para el día del juicio final), retratando la vida de aquellos que se alistan para el evento. En su debut, la vieron 4 millones de espectadores y hacia el final del primer año ya era la serie más vista en toda la historia de esa señal de cable. La serie “Walking Dead” también explota esa línea de la cultura americana y la película “2012” retomó el tema en clave de catástrofe climática.
En “2012” aparece con claridad la idea de que los millonarios son los que tienen los recursos para salvarse con sus familias de las consecuencias del doomsday. Aparentemente, más del 50% de los millonarios de Silicon Valley ya han tomado sus recaudos para ese día. En ese lugar selecto, que es el segundo en concentración de la riqueza en los EE.UU., piensan además en las consecuencias que la inteligencia artificial –que allí se desarrolla– traerá con la expulsión constante de mano de obra. En ese caso, existe el temor de que los excluidos vayan contra los ricos y contra la tecnología. Por caso, Adidas acaba de anunciar que producirá con una planta de robots y ciento sesenta operarios calificados, lo que mil obreros asiáticos hacen hoy. Además, podrá volver a poner “made in germany” en su etiqueta.
Está probado que los rusos lanzaron un ciberataque contra el Comité del Partido Demócrata en plena elección y otro que afectó el funcionamiento de internet en los EE.UU. y el oeste de Europa. De acá a cincuenta años seremos mucho más dependientes de la red y los peligros de un “apagón” más ciertos y catastróficos.
Robert A. Johnson un ingeniero eléctrico y economistas del M.I.T., parte de esa elite, declaró para The New Yorker que “veinticinco ejecutivos de fondos de inversión ganan más que todos los maestros de preescolar de los EE.UU.”. Esa brecha se agranda cada día más. En diciembre la National Bureau of Economic Research publicó un análisis firmado por los economistas Thomas Piketty, Emmanuel Saez, y Gabriel Zucman, que concluye que la mitad de los adultos norteamericanos no han experimentado crecimiento económico alguno desde la década del setenta. La brecha de ingreso actual de ese país es similar a la República Democrática del Congo, afirman.
Ante una gran crisis climática, exógena o cataclismo social existen dos posturas que hoy están en juego.
La respuesta individual, al alcance de los poderosos, que es la de los preppers. Así, en Kansas se construyen silos antiapocalipsis de lujo de la “Survival Condo” –que ya están vendidos–; Nueva Zelandia ofrece alternativas; Chile también se ha sumado y en Alemania, por ejemplo, en la ciudad de Rothenstein está en construcción del primer búnker de lujo del mundo a cargo de la empresa estadounidense “Vivos”, con un costo de mil millones de dólares.
La repuesta colectiva es política, pero el retraimiento fronteras adentro propuesto por Trump, o el Brexit, que ven al “otro” como enemigo, no es el mejor contexto para resolver los problemas globales que requieren una solución mancomunada.