lunes 30 de diciembre de 2024
spot_img

Raulito de Chascomús, ese que después será Don Raúl

El hombre del palco arranca. La palabra deviene melodía, su voz hipnotiza. Los bombos inflan el aire, la multitud ruge “Paredón, paredón /a todos los milicos que vendieron la Nación”. El hombre del palco baja el tono, deja de hablar. Espera unos segundos y con aire paternal pero firme dice: “No muchachos, nunca más paredones”.

Para sorpresa general, las barras obedecen. Callan. Y ovacionan.

¿Quién es esa figura capaz de adormecer la furia popular? ¿De dónde sale esa convicción y ese poder mágico para desmontar la rabia?

El hombre del palco es un cincuentón robusto, con bigote criollo, pinta de argentino, traje ligeramente anticuado. Y vuelve a empezar. Hechiza a un público cada vez más numeroso, cautivado ante un orador de otro tiempo. ¿O es la palabra de todas las épocas?

¿Qué magnetismo irradia ese hombre casi desconocido hasta hace poco? El segundón de un partido que pierde más de lo que gana. Pocos saben quién es, qué hizo. Casi nadie fuera de la Unión Cívica Radical. El peronismo no lo registra. Pocos recuerdan que ha desafiado a Ricardo Balbín en tres internas. Y ha perdido las tres.

Chascomús, mi patria
Se llama Raúl Alfonsín. Es made in Chascomús. Hijo de uno de los dueños de Alfonsín Hermanos, el almacén de ramos generales del pueblo.

De chico, el asma lo ata a la cama. No tiene más remedio que apretar los dientes y forjar su carácter. El aguante que lo mantendrá a flote toda su vida ante grandes peligros y reveses.

Mamá Grande vela. Como tantas veces, el primogénito es el favorito. El crédito del hogar. Ana María Foulkes, indiscutida líder de la familia. Con esa lejanía amistosa de la educación británica, adora a su hijo mayor. Lo convence que será capaz de lograr lo que se proponga. Lo estimula para ir más allá, siempre más allá que el común de los mortales. Raulito respira mal pero siente en su casa de Chascomús la tranquilidad del estado de bienestar que intentará, toda su vida, llevar a los hogares humildes. Certezas para los desamparados.

Tal vez el asma ayudó, la obligación de estar en cama en tiempos sin TV. La cosa es que Raulito siempre leyó. Mucho. Tesoro de la Juventud era su enciclopedia.

Alfonsín tiene 9 años cuando estalla la Guerra Civil Española. Entre 1936 y 1939 su casa se identifica con esa República Española. Alfonsín ve en los enemigos de la República los que obstruyen el mundo que él desea. Los militares golpistas, los patrones codiciosos, los clérigos reaccionarios. Esa República Española pelea durante tres años.

Ya adolescente, Alfonsín vive el capitulacionismo de Gran Bretaña y Francia ante Adolfo Hitler. El mismo que los ha llevado a abandonar España, ahora los hace entregar a sus aliados checos. Una traición moral, una claudicación ética que, además, arrastra al envalentonamiento de los tiranos. La paz deshonrosa lleva a la guerra. Enfrentar las dictaduras, no hacer concesiones, la decisión que Raulito mantendrá toda su vida. A poco de caída la República Española, empieza la Segunda Guerra.

No hay secundario en Chascomús. Hará el Liceo Militar. Ahí aprende a detestar la polenta y se entusiasma con el éxito del uniforme con las quinceañeras, durante las salidas de fin de semana.

Desde entonces, advierte la necesidad de un poder militar subordinado al poder civil. También ve en las Fuerzas Armadas una herramienta indispensable. Será partidario de mantener el servicio militar obligatorio. Y, cuando en 1983 decida castigar a los generales y almirantes del Proceso, enviará las causas al Consejo Supremo castrense. Anhela que las FFAA se depuren a sí mismas para incorporarse a la nueva democracia. Los militares no querrán. Y los jueces civiles consagrarán el fin de la impunidad luego de medio siglo de alzamientos. Corre el riesgo de un golpe de Estado, pero liquidará para siempre el golpismo.

Su deporte es la pelota a paleta. Y, como todo hombre de pueblo, dormir la siesta. Es patadura al fútbol y se ha hecho hincha de Independiente. Como siempre, lo seguirán todos los Alfonsines. Se hará amigo de Ricardo Bochini, quien lo acompañará en el Comité Nacional mientras espera los resultados de alguna elección. Deportistas, artistas, escritores, militantes. Consigue cautivar a sus interlocutores. Casi siempre.

Giovanni Sartori escribió que los atenienses del siglo V a. de C, vivían “una hipertrofia de la política y una atrofia de la economía. El ciudadano total creaba un hombre desequilibrado”.

Alfonsín es, en tal sentido un ateniense.

Admira la superpolitizada Cuarta República Francesa de los años cincuenta. Lo fascina Pierre Mendès France, el jefe de los radicales franceses. Debatir horas y horas, durante días y semanas. La obligación del político de buscar la verdad yal encontrarla, compartirla con el pueblo. La tarea docente, militante, irrenunciable. Le encanta hacer de la necesidad virtud, y obligarse a una convergencia. Por eso protagonizará la nueva Constitución de 1994, votada por unanimidad. También prefiere un régimen parlamentario, en lugar del presidencialismo, que querrá instalar, sin éxito, en esa Reforma Constitucional.

Alfonsín lee todo lo que se le cruza. Está entusiasmado, sobre todo, con la construcción del Estado de Bienestar, esa redistribución hacia las clases populares que impulsan tanto los socialdemócratas como los socialcristianos europeos.

Se alegra cuando Francia y Alemania convergen en el Pacto del Carbón y el Acero –origen de la Comunidad Económica Europa- para enterrar su rivalidad, evitar futuras guerras y pasar a la etapa de cooperación. Será el sueño que lo llevará a arrimarse al presidente brasileño José Sarney, armar un escudo de confianza mutua y poner las bases del Mercosur.

Abogado y casado
María Lorenza Barreneche Iriarte
es de la zona. Su papá tiene un almacén en Monasterio, a unos veinte kilómetros en el camino a Lezama. Monasterio hoy, sigue siendo un caserío, como en los días que Alfonsín tomaba el tren para visitar a su novia. El romance es fulminante y al poco tiempo se casan, parten a Mendoza y regresan con bebé a cuestas: Raulo.

Chascomús es radical. Alfonsín y otros jóvenes inventan el Movimiento Radical Intransigente. Pierden la interna frente al formidable aparato de los hermanos Goti, del sector unionista. En 1954 siguen perdiendo: 809 a 437. Raulito despierta tal confianza que sus rivales internos lo eligen presidente del bloque.

Orden de arresto contra Alfonsín, que se esconde en un campo en Pila. Es el final de un peronismo que, en su fase descendente, aprieta las clavijas represivas. Los operativos siguen. Alfonsín va a la cárcel varias veces y termina amigo del comisario. Nunca rencoroso, Alfonsín decidió que, de llegar al poder, jamás perseguiría a sus adversarios, fueran del partido que fueran.

Cae Perón. El 27 de noviembre el radicalismo vota. Aluvión en Chascomús: 1.104 votos para Alfonsín, 705 para Goti. Alfonsín presidente. Tiene veintiocho años y ya sabe que las derrotas nunca son para siempre. Persistir. Tener conducta. E incorporar más y más ciudadanos. Para ganar la interna necesita que vote más gente que nunca. Lo logrará a nivel nacional recién en 1983.

Asume el 23 de enero de 1956. Recibe la documentación ¡en una caja de zapatos! No le importa.

Había prometido un local partidario, que compra a una sucesión. Los martilleros ceden su comisión. Hay dudas sobre cómo reunir el dinero. Alfonsín confía en los bonos donación. Las contribuciones no alcanzan. Siempre Alfonsín consigue algún mecenas. Las invitaciones dicen: “el radicalismo no es un simple partido. Es un movimiento histórico nacional, constituido por la unión de todos los argentinos sin excepción”. La vocación mayoritaria. Y la convocatoria a todos. En 1983 le cederá la senaduría por la Capital a Fernando de la Rúa. A Luis León, su otro rival, le ofrecerá una vicepresidencia en el Comité Nacional.

La Casa Radical de Chascomús se inaugura el 3 de noviembre. Llegan Balbín, Crisólogo Larralde y Pugliese. Gran acto, con cura radical incluido. El festejo dura un suspiro. La unidad radical vuela por los aires en la Convención de Tucumán. Ricardo Balbín forma la UCR del Pueblo. Arturo Frondizi la UCR Intransigente. Alfonsín se queda al lado de Balbín. Raulito ya tiene treinta años y es el jefe de Chascomús. Frondizi intenta intervenirlo. Alfonsín rechaza la intervención. Y en las elecciones para constituyentes de 1957 aplasta a los frondizistas: 5.610 contra 1.241. Al año siguiente, vuelve a vencer a los frondizistas: seis mil a cuatro mil.

El resto del país vota distinto. Frondizi, empujado por el pacto con Perón, llega a la Rosada.

Alfonsín es electo diputado provincial. En la Legislatura, comparte el liderazgo del bloque radical. Entre 1958 y 1962 martilla contra la política petrolera de Frondizi, contra el achicamiento de la red ferroviaria, contra el Plan Conintes de militarización de la represión. Defiende la intervencionismo estatal en el proceso económico y denuncia “un intento del gran capital para desnaturalizar, deformar y paralizar la posibilidad de instauración de esa democracia [económica]”. Critica a “todos los que no se quejaron de la política de entrega que realiza el gobierno de la Nación desde que comenzó a jugar el plan económico preparado por el Fondo Monetario Internacional”.

También habla a favor de la flamante Revolución Cubana. Plantea “reclamar de los Estados Unidos respeto para la República de Cuba”. Anticipo de lo que hará un cuarto de siglo más tarde, ya presidente, al frenar la intervención norteamericana –esta vez de Ronald Reagan- contra Nicaragua. Le pagarán mal. Aliados del sandinismo atacarán el cuartel de La Tablada en 1989.

En la Legislatura Alfonsín se trenza en homéricos debates con el frondizista Ideler Tonelli y con el conservador Enrique Pinedo, padre de Federico. Con Tonelli quedó tan amigo que lo convirtió en ministro durante su gestión. Enrique Pinedo publicará un libro: Mis debates con Alfonsín.

La Legislatura alberga vibrantes discursos, pero no representa al país real: 39 frondizistas, 31 balbinistas, ocho conservadores, cuatro socialistas democráticos y dos socialistas argentinos. Ningún peronista. Alfonsín aprende la necesidad del acuerdo: cuando nadie tiene mayoría es indispensable construirla. Segundo, debe hallarse un modo de incluir al justicialismo en el sistema.

Su estudio de abogado era un comité. El teléfono estaba siempre ocupado. Alfonsín, su empleado, el cliente, los militantes, las visitas. Todo el mundo habla todo el tiempo. En 1962 Raúl pierde su socio, harto de ser el único que trabaja. Alfonsín decide rechazar todos los casos menos las sucesiones, que no precisan su presencia.

“Todos buena gente”
Alfonsín decide dejar de alquilar. Compra una casa grande, en ruinas. Otra vez los amigos ponen. Y algunos trabajan gratis.

En los pueblos no se macanea. Todos saben quién es quién. Cierta tarde, varios radicales de Chascomús descubren la flamante lista del PJ. Y desollan a sus miembros. ¡Mirá al tipo este! ¡Y aquel, terrible ladrón! ¡Uy, fijate quién encabeza! ¡Qué vergüenza! Alfonsín llega más tarde, recorre la papeleta y concluye: “¡Todos buena gente!”.

Lo mismo en la casa. Cuando llega y escucha murmullos presiente chismes de pueblo, mira con desaprobación. Esa mirada tolerante, que siempre busca lo mejor en cada uno, terminará subyugando amigos y, al final del camino, rendirá a sus adversarios. ¿Cómo insultar a alguien que nunca contesta con descalificaciones personales? ¿Cómo desacreditar a quien se niega rotundamente a vengarse de quienes lo zahieren?

Sólo le conozco un acto de violencia. En aquellos funestos días de 2002, en pleno auge del “¡Que se vayan todos!” Una bandita de aulladores pasó cerca de Alfonsín y alguno se atrevió a endilgarle falta de decencia. Enfurecido Alfonsín, ya setentón, arremetió y se trenzó a puñetes. Es el límite. Nunca nadie había dudado de su honradez.

“Un bohemio que llegará lejos”
Alfonsín llega a diputado nacional durante la presidencia de Arturo Illia. Para los radicales del pueblo es el retorno al poder después de 33 años. Alfonsín crece por su propio volumen y por la ayuda de Ricardo Balbín. Dos de los barones balbinistas son Antonio Tróccoli y Juan Carlos Pugliese. En 1983, Pugliese romperá el balbinismo y acompañará la candidatura de Alfonsín. Tróccoli, en cambio, se quedará con De la Rúa. Pugliese sería el mejor presidente de la Cámara de Diputados, donde los peronistas lo admiran y lo bautizan El Viejo Maestro. Alfonsín no guarda rencor alguno contra Tróccoli y lo hace ministro del Interior.

En 1965 Balbín impulsa a su discípulo a la presidencia del decisivo Comité de la provincia de Buenos Aires. El paso siguiente será, se dice, la candidatura a gobernador. Illia ha rehabilitado al peronismo –aunque prohibió el regreso de Perón y frustró su Operativo Retorno – y se espera una lucha sin cuartel por la gobernación más importante del país para 1967.

Los amigos se cotizan
No ocurrirá. Los militares voltean a Illia. Onganía disuelve los partidos políticos y anuncia una larguísima dictadura dividida en tres etapas: el tiempo económico, el tiempo social, y, finalmente, el tiempo político. Por las dudas, disuelve todos los partidos y expropia sus locales y sus fondos.

El país asiste indiferente al derrumbe constitucional. Los sindicatos y la Gran Patronal han apoyado el golpe. Perón elogia a Juan Carlos Onganía, el nuevo presidente.

Alfonsín se ve a la vez fuera del poder y con la actividad partidaria proscripta. Para colmo, está por cumplir cuarenta años. Todo mal. Días de desesperanza, angustia.

El decaimiento no dura. Rehúsa quedarse quieto. Inventa una Inmobiliaria Provincia que es el cuartel general de la UCR bonaerense y trata de organizar la resistencia.

No hay ingresos, casi. El estudio rinde poco. María Lorenza y Marcela atienden en la sucursal Chascomús de Tiendas Hidalgo Solá. Solá es otro radical que trata de darle una mano a Raúl. La prole aumenta, vertiginosa. Ricardo, Javier, Marcela, Mara, Inés. Ocho. Nadie entenderá cuando compra un auto con apenas dos puertas.

Se explica: nunca será un hombre práctico. Ni le importará el dinero ni buscará tranquilidad económica. La familia en masa padece la falta de convicción de su proveedor.

Esa tenaz austeridad lo acompañará siempre. Es célebre la baja calidad de la carne que servirá en Olivos, comprada por barata, sin tener en cuenta calidades.

Así como Mamá Grande ha velado sus ataques de asma, sus amigos protegen las consecuencias de su desapego al dinero. Recobran los cheques voladores que Alfonsín firma sin preocuparse. Saldan las cuentas de libreta. Porque los Alfonsín compra todo al fiado: desde la panadería y el almacén hasta el tintorero japonés y el farmacéutico peronista.

Los amigos también colaboran para la política. Uno presta el auto para recorrer la Quinta Sección, otros ponen plata para la nafta, papel para los volantes, conseguir una imprenta que haga el trabajo gratis. Durante la gira, siempre los locales invitan el asado y el vino con soda. Y, cuando las reuniones son numerosas, una vaquillona cedida por algún estanciero radical.

De repente, un golpe de suerte. Gana un auto en una rifa. La familia ve un oxígeno. Error. La plata va apara sostener Inédito, el semanario que dirige (y que hace su amigo Mario Monteverde, radical de Avellaneda y periodista de Radio Rivadavia) tirará cien números.

Son famosos los almuerzos en una redacción insolvente. Los mediodías suele aterrizar en Chile 470 algún desprevenido que cándidamente propone salir al almorzar. Ignora que deberá pagar la cuenta. A menos que sea una de las pocas comidas gratuitas que han conseguido arrancarle –más por ganas de ayudar que por convicción- al dueño del restaurante Covadonga.

Prisión y ruptura
Alfonsín es el único orador de un acto prohibido en la esquina más concurrida de La Plata. Se oye mal, el parlante titubea y el acto dura 17 minutos. Muchos de los transeúntes apuran el paso, temen represalias. Alfonsín se promete nunca mirar para otro lado. No rehuir las situaciones. Hay unas pocas docenas de radicales. Pero es un desafío a los militares. Corre 1968 y el líder termina preso. En esa Argentina, hasta las dictaduras eran tolerantes. El preso recibe tantas visitas que el comisario habilita el patiecito para la marea de amigos.

Silenciosamente, sin quererlo ni desearlo, se va alejando de la conducta más prudente de Balbín. Balbín es un líder defensivo, que busca mantener su tropa, luchar en la retaguardia, resistir. Alfonsín es partidario de jugarse en el ataque, de llevar la pelea al campo adversario.

En el verano de 1972, Alfonsín difunde su manifiesto A mis amigos. Es la ruptura dolorosa con Balbín. El nacimiento del Movimiento de Renovación y Cambio. Arranca la rivalidad y van a internas Balbín-Gamond contra Alfonsín-Storani. El 7 de mayo de 1972 se vota en la interna partidaria. Balbín gana 58 a 42. No fue consuelo la enorme victoria en Chascomús: 764 votos para Alfonsín, 15 de Balbín. En 1973, mientras el peronismo arrasa en todo el país, Chascomús vuelve a votar un intendente radical: 7.331 contra 6.897 del peronismo.

Ni Perón ni Isabel
La llegada del peronismo al poder produce múltiples mutaciones. Juan Perón ocupa el centro del escenario. Desea hacer las paces con el radicalismo y convoca a Balbín –a quien ha metido preso en su anterior presidencia-. El que gana gobierna y el que pierde ayuda, dice con generosidad Balbín. La concordia disuelve la tirria entre peronistas y anti-peronistas.

 

 

 

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

David Pandolfi

Los indultos de Menem

Maximiliano Gregorio-Cernadas

Eterna emulación de los dioses

Fernando Pedrosa

Si Asia es el futuro, hay que prepararse para las consecuencias