Nisman está enterrado en el cementerio judío de la Tablada, donde el dogma se lleva a rajatabla. Nada más importante y conveniente que tramitar, vía religiosidad, la entrada al más allá. O la salida de esta vida. En los cementerios judíos los suicidas yacen en un pabellón propio. Como en un exilio. Las religiones consideran indigna una decisión tan irreversible y soberbia. Tan poco sufrida. Este mandato actúa como un gran contralor de la mortandad. Uno lo piensa dos veces. No sea cosa que todo se ponga aún mucho peor. Nisman cumplió con el requisito, según los auditores del cementerio: no se mató. Lo dejaron ingresar como un muerto en regla. No yace junto a los réprobos que se quitaron la vida. No fue un suicida para la rigurosa Ley Mosaica.
La jueza Sandra Arroyo Salgado publicó un aviso fúnebre para el padre de sus hijas. “Transito este momento con desconcierto y profundo dolor por nuestras hijas. Te despido anhelando que encuentres la paz que tu entrega al trabajo no te permitió disfrutar en plenitud”. Alberto estaba ocupadísimo, le reprocha su ex aún después de muerto. La presión psicológica (oh, las demandas incomprensibles para los hombres por parte de las mujeres) que señala a la otra presión psicológica. Un trabajo de locos. La adicción al laberinto de pistas, el tráfico de información. Las trasnoches en la UFI-AMIA. Hasta una fatwua sobre su cabeza. Sin embargo, Sandra no para de pedir justicia. Sandra se puso de este lado. Sandra es una buena madre. Habla con un delay sexy y medicamentoso. Su blondez, su catolicismo, las marcas del acné en las mejillas, la preciosidad del armado de un discurso claro, con la retórica argumentativa de los legistas. La finura. El novio que recibió Noticias con la tapa de Nisman con un punto de láser infrarrojo dibujado en la frente del fiscal. Ella cuenta que lo conoce en la intimidad. “Tus gustos en la intimidad”, dice la canción. Alberto era tan ordenado. Tan prolijo. Alberto era obsesivo. Doblaba el pijama (dormía con pijama). Si el pijama estaba doblado quiere decir, sostiene ella, que no llegó a acostarse. Alberto se cuidaba. Su abuelo y su padre, habían muerto jóvenes. Él no quería que le pase lo mismo. Quería sobrevivir a sus ancestros.
Iara, la hija de Nisman, sueña con Lagomarsino. Con la cara eternamente perpleja del técnico que habla y habla sin parar. Que explica una y mil veces su obediencia indiscriminada. Su relación casual con armas cargadas por el diablo, un viejo hobby, una infeliz coincidencia. Lagomarsino era un empleado de su padre. El último que puede relatar que lo vio con vida el sábado 17. Y Lagomarsino dijo que su padre le pidió un arma porque él tenía un arma. La Bersa 22. Iara sueña con él. Ni con Rabbani, ni con Berni, ni con Stiusso. Ni con el cadáver de su padre en el baño de Le Parc, ni con su padre scrolleando la web con un post sobre si hay vida después de la muerte. En las pesadillas de Iara se aparece el amenazante y maquinal Lagomarsino. Ella sabrá, en el terreno de lo indecible, por qué.
Cuando ocurrieron los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA nos familiarizamos con la noción de onda expansiva. Las bombas tenían un efecto que agrandaba el radio de destrucción. En aquel momento murieron personas que estaban en los departamentos cercanos por la tremenda liberación de energía de la bomba. Con la muerte del fiscal Nisman, se diseminó una onda expansiva de estupor y de peligro real. Una amenaza siniestra por el alcance masivo de semejante muerte. Todo el país se asustó. Se sentía como un corte de manga proveniente de la impunidad. Fue tan dañino como la instancia trágica de que Nisman, pobre, aparezca muerto.
¿Y si se suicidó? No se encontró ADN de nadie en el lugar del hecho. El cuerpo trababa la puerta del baño. El arma era aquella que Nisman mandó a pedir a un colaborador incondicional. El cuento sería este: Nisman pide un arma, con una excusa más o menos verosímil -¿y si viene un loquito de esos que defienden ciegamente el honor de su líder y me apuntan, y yo estoy con las chicas, y le pasa algo a las chicas?-. Nisman premedita el autocrimen en esas horas que significan la maliciosa y adrenalítica escalada hacia la salvación tanática. Un tipo inteligente como él, o cualquier suicida qualunque (nadie más manipulador y mentiroso que el suicida consumado) que se propone morir, planea su último fuck you all de tal manera que nadie percibe los rastros de los motivos del impedimento de seguir viviendo. Las puertas se le abren al suicida de una forma escandalosamente fácil. Es casi como una desmentida de todo lo que antes salió mal y que llevó a arribar a esa conclusión determinante. De pronto, eso sale bien. Nisman consigue el arma. Nisman no deja mensajes, no le escribe a ningún Sr. Juez de los que él conoce. No escribe a las chicas, a Iara que quedó sola en Madrid, en una sala de espera de Iberia mientras a él no le quedó otra que volverse a la Argentina porque había llegado el momento. No le escribió a su madre, ni a sus secretarias. Fein y Palmaghini sintieron la presión pública y no se animaron a resolver la causa: hasta hoy no es suicidio. Ni tampoco homicidio.
Con la muerte de Nisman se corrió un telón raído para que aparezca otro telón podrido y más pesado: embajadas paralelas, servicios de inteligencia cobrándosela entre ellos, tramas mafiosas, opacidad y miedo.
Sea como sea el clima fue creado.