Sarmiento vio por primera vez a Aurelia Vélez —cariñosamente “la petisa”— en el Montevideo de 1846, cuando ambos vivían en el exilio.
Era entonces una niña de nueve años que acompañaba a su padre, Dalmacio Vélez Sarsfield, a las tertulias intelectuales y el prócer un hombre en la plenitud de su intelectualidad. Una década más tarde se reencontrarían, esta vez en Buenos Aires siendo Aurelia la secretaria de su padre. Entonces, la pasión hizo estragos. Él tenía cuarenta y cuatro años, ella diecinueve, y ambos estaban casados.
La Vélez era fuerte y decidida, al punto de que cada paso de su existencia dio que hablar a la sociedad de entonces. Se casó embarazada con el doctor Pedro Ortiz Vélez, su primo veinte años mayor. Poco después perdió el embarazo. Ortiz era hijo del secretario de Facundo Quiroga -asesinado con él en Barranca Yaco- y de Inés Vélez Sarsfield, hermana de don Dalmacio. Algunos autores señalan que probablemente esta unión fue forzada y por eso terminó en tragedia.
Tras ocho meses de matrimonio, Pedro decidió “devolverla”. No era para menos: la había sorprendido con un amante, Cayetano Echenique, y mató al hombre. El finado Cayetano también era primo de Aurelia. Al advertir la presencia de Ortiz, Echenique se resguardó en una especie de ropero hacia el que su contrincante disparó dándole muerte.
La solución más elegante fue declarar al doctor Ortiz demente, no fue preso pero perdió su puesto en la Legislatura. Viajó de inmediato a Chile y nunca más supieron de él. Aurelia se quedó para siempre a vivir en la casa de su padre y –como señalamos- actuó como su secretaria, colaborando en grandes asuntos, entre ellos la redacción del Código Civil Argentino.
Los rumores sobre el romance que mantenía con Domingo Faustino le terminaron de ganar el desprecio de sus pares oligarcas. Pero aquél amor sólo acabó con la muerte. En alguna oportunidad decidieron alejarse, sin embargo era imposible: la pasión renacía con fuerza, como aquellas tormentas que hacen vibrar al firmamento y parece acabaran con todo.
Con capacidad y valor, esta mujer logró vencer los límites impuestos para el género por entonces. Durante la presidencia de Bartolomé Mitre asistía a las reuniones de notables –aquellos que tendrían en sus manos elegir al próximo primer mandatario- y logró convencerlos de que Sarmiento era la mejor opción. Todo su trabajo al respecto puede observarse en las cartas del prócer desde Estados Unidos señalando, a amigos y conocidos, que Aurelia estaba a cargo de llevar adelante su candidatura y que debían comunicarse con ella.
Una constante en su vida fue la negativa a escribir en la prensa, pese a la insistencia de Sarmiento que admiraba su pluma.
El padre del aula, consideró que no lo hacía debido a los límites culturales que la raíz castellana había impuesto en nuestra sociedad y de la que no era capaz de liberarse. En cierta oportunidad le escribió que no daba ese paso “porque es española. Ignora que piensa, que sabe, que escribe y cuando alguien se lo dice duda porque la tradición de su base le hace creer que la razón no está en nosotros mismos (…) No tiene fe en sí misma y no romperá las velas aranas del convencionalismo”.
Hacia 1889 sin la protección de su padre y de su amado, ambos fallecidos, la sociedad a la que había desafiado se abalanzó sobre ella como una presa herida. Aurelia decidió abandonar Buenos Aires. Durante mucho tiempo vivió en Europa. Regresó en 1910, cuando ya nadie parecía recordarla. Pero no era así. Al morir, en diciembre de 1924, el diario La Nación le dedicó unas sentidas palabras, sin dejar de hacer un guiño al romance que marcó su vida: “poseía una cultura completa –leemos-, conocía la política, los problemas americanos y compartía en la tertulia paternales discusiones de que participaban los estadistas y los publicistas, entre los cuales nunca faltó Don Domingo Faustino Sarmiento”.
A sus 88 años, dejó un mundo muy distinto al que le dio la bienvenida; un país que comenzaba a rendir honor a ese hombre al que tan bien había conocido y que detestaba ver convertido en estatuas de bronce. Posiblemente, pasó a la historia como “la hija de” y “la amante de”, pero fue mucho más que eso. Se trató de la persona que llevó a Sarmiento a la presidencia. Como un signo de los nuevos tiempos el reconocimiento también llegó para “la petisa”, desde el año pasado el Museo Sarmiento del Tigre expone su historia, reconociéndola como parte de la nuestra.
Publicado en Los Andes el 4 de marzo de 2019.
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