miércoles 4 de diciembre de 2024
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El lujo y el poder

El lujo casi siempre va unido al poder, como si el exhibicionismo fuera una muestra de valoración y presencia. ¿Necesariamente es así?

Un ejemplo: hace meses que la imagen del presidente francés Emmanuel Macron vino cayendo en picada con las manifestaciones de los chalecos amarillos (cuyo detonante fue el aumento de los combustibles). Algunas encuestas afirman que está remontando en las semanas recientes en la consideración de la sociedad francesa pero el jefe de Estado francés arrastra un lastre pesado. Es que un diario inglés mostró que su mujer, Brigitte Macron, había elegido para su visita al templo egipcio de Abu Simbel, en uno de sus viajes, unas zapatillas negras y doradas de Louis Vuitton, valoradas en 700 euros.

Cuando esa foto se exhibió la oposición a Macron y los chalecos amarillos utilizaron Twitter para acorralar a la esposa del titular del Eliseo. Los textos recordaron que 750 euros es el salario de una cajera en un supermercado. “No es sólo el precio, es el símbolo. Es un error más, un error de más”, escribió alguien.

Esto ocurre en Europa católica y muy especialmente en la protestante-calvinista, donde en distintos países impera el criterio del cuidado especial con todo lo que una persona viste y enseña en público. Que una fotografía haya captado -con efecto propagandístico o no- a Angela Merkel, la máxima política de su país, comprando como cualquier vecina en el supermercado le permitió ganar muchas adhesiones incluso en un momento donde no las necesitaba.

Hasta los reyes se cuidan en materia de sobriedad. Los británicos, con tanta pompa, mantienen su corona hasta con placer porque es el símbolo del país, de su pasado y su presente. Pese a ese respeto, los presupuestos anuales que se le otorgan a la casa reinante son auditados año tras año. Y surgen quejas. Otros reyes obedecen a patrones de conducta de humildad, aunque les sobre el dinero. Y esta actitud es una muestra de compostura, de no dilapidar los dineros públicos. Porque si no serían mal vistos, pésimamente juzgados. Este clima suele evaporarse en momentos solemnes : nacimientos, casamientos y fallecimientos.

En el ejercicio de la política pasa lo mismo. Nada de joyas, nada que vincule a los que la practican con el gasto inútil. De lo contrario sería un insulto para los necesitados.

En Estados Unidos, ningún presidente con excepción de Donald Trump mostró fortuna ni posó en sus residencias. La tradición lo prohibía, aunque provinieran de familias multimillonarias. No se conoció a ninguno que comunicara públicamente la montaña de dinero que cobraban con sus conferencias alrededor del mundo, después de pasar por el máximo poder. Silencio absoluto.

Ello no ocurre porque hubo una Revolución Francesa que guillotinó a la nobleza, la misma que vivía en el derroche mientras el hambre se extendía en la población. Sucede porque es una tradición respetable, la exaltación de la sobriedad.

En España la monarquía hace un par de años se ubicó al pié del precipicio con un Rey que se daba la gran vida cazando elefantes en el Africa o paseando en grandes yates de poderosos empresarios por el Mediterráneo. Y a eso ya se le había sumado las estafas de un yerno y cierta complicidad de una de sus hijas.

Los únicos que no se cuidan en los más importantes negocios de Europa y Estados Unidos son las mujeres y familiares de la “oligarquía rusa” (los ex-gerentes de las empresas estatales que se convirtieron en dueños de ellas con la complicidad de la KGB). Han comprado propiedades millonarias en la Costa del Sol y en California. Se llenan de joyas, las muestran, se pasean con ellas. Aparecen “oligarcas” comprando equipos de fútbol en Europa Occidental, adquiriendo yates de 300 millones de euros, regalando cuadros millonarios de importantes pintores a sus novias o como “presentes” a los políticos que mandan en Moscú.

Se las reconoce en París, en Londres o en Nueva York porque suelen usar los zapatos de Christian Louboutin, de suela roja, que tienen un costo de 5.000 dólares el par. Y ellos llegan a 20 pares…

La expresidente Cristina Fernández los usaba y coleccionaba. No tenía pudor, de la misma manera que se hacía llevar los diarios del día a Calafate en el avión presidencial, a un costo muy elevado para las arcas estatales. Es conocido el gusto de la expresidenta por carteras de lujo cuyos precios varían  entre los 3.000 y los 25.000 dólares.

Es interesante la reacción de los que de pronto tienen: no ocultan sus millones, enseguida compran autos lujosos y yates, como lo hizo Ricardo Jaime, un ex-funcionario del grupo kirchnerista y luego funcionario destacado que llegó sin un peso a la Patagonia para tratar de forjar su futuro. Ni hablar de la fastuosidad automotriz y aérea de Lázaro Baez. Todo salió a la superficie con las investigaciones judiciales en base a los cuadernos de la corrupción. Los narcotraficantes que manejan miles de millones de dólares hacen exactamente lo mismo.

Como contrapartida la imagen de la humildad fue exhibida como decadencia por cierto periodismo en tiempos del gobierno del presidente Arturo Illia. Se ensañaron en un reportaje y en varias crónicas con su esposa, Silvia Martorell (1915-1966) una pintora y activa militante radical, una señora provinciana, de pueblo, de gran sobriedad.

Existe, en el mundo, además de las esposas y familiares de los dictadores latinoamericanos y africanos, una mujer que superó todos los récords. Es Imelda Marcos, viuda del dictador de Filipinas (nacida en 1929) quien desempeñó funciones como Ministra de Asentamientos Humanos, Gobernadora de Gran Manila y cargos directivos en empresas y entidades estatales o públicas. Se la conocía por sus extravagancias, por ejemplo su colección de 1.000 zapatos, 15 abrigos de visón, 508 vestidos, 1.000 carteras en su domicilio y después por la fortuna acumulada: los bancos declararon sus tenencias valuadas en 35.000 millones de dólares.

Tras una fuga famosa por la evidencia de la fortuna acumulada con la corrupción pudo volver a Filipinas, absuelta en los Estados Unidos y fue legisladora, tomándose tiempo para reorganizar sus financias. Creó una firma importante que vende joyas, perfumes y ropas .

Los políticos deberían cuidar los detalles de todo lo que reluce y que genera reacciones adversas -salvo en Filipinas- en la opinión pública.

Más allá de eso hay otro mecanismo que lleva a justificar a una política todo lo que exhibe. Las encuestas están demostrando que las posesiones logradas sin ser una “abogada de éxito” en la Patagonia, resbala en la piel de sus admiradores.

Publicado en Infobae el 15 de febrero de 2019.

Link https://www.infobae.com/opinion/2019/02/15/el-lujo-y-el-poder/

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