miércoles 11 de diciembre de 2024
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Cien años sin Rosa

El 15 de enero de 1919, una sección de la Freikorps –veteranos del ejército del Káiser abdicante– detuvieron y ejecutaron a Rosa Luxemburgo y a Karl Liebknecht, bajo la permisividad de las nuevas autoridades socialdemócratas del país. Los fundadores de la Liga Espartaco, pagaban con su vida sus intentos revolucionarios y su prédica anti bélica. Liebknecht, sobresalió como parlamentario al ser el único que en 1914 tuvo el coraje de levantar su voz en la tribuna del Reichstag alemán contra la guerra, al mismo tiempo que se enfrentaba a los diputados de su propio partido.

Luxemburgo, en tanto mujer, no tenía el derecho de ocupar una banca, lo que no detuvo su prédica incansable contra la guerra y por la unión del proletariado europeo. Recorrió mítines obreros en toda Alemania, llamando a la movilización y a la oposición a lo que se llamaría La Gran Guerra. Bajo la mira del Estado alemán, entre 1915 y el momento de su muerte, pasó más tiempo en la cárcel que en libertad.

La lucha por los derechos políticos de la mujer fue una de sus máximas motivaciones. Así lo atestigua uno de sus libros, El voto femenino y la lucha de clases, de 1912, en la que expresa: “Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad”. Dice Raya Dunayevskaya, en Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista: “Siempre había sido su principio pasar por alto toda señal de machismo, sin permitir siquiera que la palabra saliera de sus labios. No es que no tuviese conciencia de su existencia, pero sostenía Luxemburgo que, puesto que el problema se debía al capitalismo, solo se le podía abolir con la eliminación de tal sistema. Así como había aprendido a vivir con un subyacente antisemitismo en el partido, así aprendió a vivir con el machismo”.

Poco antes del doble asesinato, el débil gobierno socialdemócrata, ordenó la represión de la llamada Revuelta espartaquista, liderada por ambos revolucionarios – que dos semanas antes habían fundado el Partido Comunista de Alemania – que trató de derribar la recién nacida República de Weimar e implantar un sistema comunista semejante al establecido en Rusia tras la revolución de octubre de 1917. Las Freikorps serían una de las tantas fuerzas paramilitares surgidas luego de la derrota alemana y de la “traición de Versailles” que alimentarían el espíritu violento y sectario del Partido Nacionalsocialista alemán.

Estos trágicos hechos sellaron la ruptura definitiva entre los socialdemócratas y los comunistas, uno de los elementos que facilitarían el camino hacia el poder de Adolfo Hitler, en 1933.

La división entre las dos fuerzas políticas llega a nuestros días. El pasado domingo 14, una endeble izquierda alemana – cuyos dos principales partidos el SPD y Die Linkepartie suman juntos menos del 25 por ciento de la intención de voto – conmemoró en Berlín a “Rosa la Roja” por iniciativa de Die Linke, en el “Memorial de los socialistas” de esa ciudad. El acto reunió a varios miles de personas, incluidos todos los dirigentes de ese partido de izquierda radical, liderados por su presidente Gregor Gysi. La manifestación recordatoria intentó ser prohibida por el euroescépctico partido de derecha en ascenso Alternativa para una Nueva Alemania porque el acto honraba a los “enemigos de la democracia y de la sociedad libre”.

“El hecho de que Rosa Luxemburgo fuera asesinada tan pronto, la convierte en un ícono cuya aura e influencia siguen intactos”, explicó a la agencia AFP el politólogo Stefan Heinz, de la Universidad Libre de Berlín. El diario de izquierda Tageszeitung la presenta incluso como un “ícono pop”, una suerte de “Che Guevara europea”.

Asesinada a los 47 años, por ser comunista, judía y mujer, Rosa Luxemburgo es el testimonio de la brutalidad de una época que estaba por alumbrar lo peor de Europa, un momento histórico que con sus enormes distancias se reproduce en las actuales condiciones políticas y económicas por las que atraviesa el Viejo Continente. 

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