En 2015 la UCR decidió formar una coalición para hacer frente a un proyecto político que, luego de 12 años en el gobierno, no había logrado revertir el retroceso relativo de la Argentina en América Latina. Cambiemos garantizó la alternancia y evitó la profundización de un experimento populista que subsistía gracias al facilismo económico. A casi 3 años del triunfo electoral, el Club Político Argentino, me convocó para hacer un balance y proyección de la UCR en Cambiemos. A continuación, una síntesis.
Un contexto amenazante para las fuerzas progresistas
Estamos observando el crecimiento de la internacional populista de extrema derecha. Este es el mundo que nos toca.
El informe Latinobarómetro 2018 informa acerca de la “diabetes democrática”, una enfermedad invisible que, una vez que aparece, es muy difícil de curar y potencialmente mortal. El año 2018 aparece como el “annus horribilis” por ser el peor en las mediciones efectuadas, que viene acompañada de un artículo sobre “el fin de la tercer ola de democracias”.
Pero el fenómeno no es exclusivo de América Latina. La tensión entre el capitalismo -que funciona a escala global- y los sistemas políticos -que tienen como limite las fronteras geográficas- generan resultados insatisfactorios en todos los países.
Los líderes y partidos populistas (sobre los que en América Latina hemos acumulado varios posgrados) también se extienden en los países desarrollados, donde además se agregan condimentos de xenofobia.
Esta crisis de representación política y de los partidos afecta particularmente a las fuerzas progresistas de la social democracia.
En este contexto y volviendo a la Argentina, ¿fue acertada la conformación de Cambiemos?
La decisión radical de 2015 que dio lugar a Cambiemos fue correcta y oportuna
En la Convención Nacional de Marzo de 2015, en Gualeguaychú, el radicalismo se comprometió a construir una coalición política.
Lo hizo porque registró el retraso relativo de la Argentina con respecto a los otros países de la región. Buscó la mejor forma de contribuir a superar esa situación y a dar vuelta la página al proyecto político más extenso desde los años ’30 hasta esta parte, caracterizado por el populismo movimientista y el facilismo económico.
A pesar de haber gozado del ciclo de oro de los commodities, haber contado con recursos materiales e institucionales sin precedentes y con todo el soporte de poder que le brindaban las mayorías legislativas y federales, el kirchnerismo se fue luego de 12 años en el poder dejando 1 de 3 argentinos debajo de la línea de pobreza, estancamiento y desequilibrios económicos, default selectivo y severos trastornos institucionales.
La convicción detrás de la decisión que llevó al radicalismo a conformar Cambiemos estaba arraigada en la necesidad de abrir el camino a la alternancia en la era de las coaliciones. ¿Por qué? ¿cuáles eran las otras opciones?
Algunos proponían que, como éramos la UCR, debíamos presentarnos como Lista 3, la tradicional boleta partidaria. Raúl Alfonsín, en 1983, fue el último presidente electo por un solo partido político. Desde entonces, fueron todos frentes y coaliciones. Parece difícil pensar que la opción “Lista 3 pura” tuviera futuro; no iba en la dirección de las tendencias y facilitaba la continuidad del kirchnerismo, que era lo que debía ser enfrentado para intentar construir una alternativa.
Otra de las discusiones, todavía presente hoy: debimos haber hecho un frente “progresista” porque Macri no es buena compañía para un partido socialdemócrata como la UCR. ¿Cómo les fue a los que plantearon eso? Por primera vez en los últimos 30 años, no hay un sólo diputado socialista en el Congreso. Una fuerza que intentaba ofrecerse como alternativa, y una persona que aprecio mucho, como es Margarita Stolbizer, quedó ella y todo su grupo político sin un representante político en el Congreso. Hermes Binner, el candidato presidencial que había salido segundo en la elección presidencial de 2011, salió cuarto en su propia ciudad donde había gobernado dos veces y en su provincia, que también había gobernado.
Cambiemos, con el radicalismo como socio fundador, se reveló como una exitosa coalición electoral que, en dos ocasiones consecutivas, produjo resultados positivos.
También se mostró como una coalicion parlamentaria productiva. A pesar de no contar con un contingente legislativo mayoritario y si bien la tasa de aprobación de los proyectos del Ejecutivo fue baja con relación a los registros históricos, la coalición fue capaz de producir resultados satisfactorios y de evitar un gobierno dividido.
Pero, definitivamente, Cambiemos no es -como nos gustaría- una coalición de gobierno. Y es en este punto donde se encuentran los principales problemas para enfrentar el futuro.
Esto me lleva a una segunda pregunta: ¿están superadas las causas que llevaron a la decisión del radicalismo a construir Cambiemos? Y por lo tanto: ¿vale la pena poner empeño en fortalecer la coalición?
Hoy siguen vigentes las razones que llevaron a la UCR a conformar Cambiemos
Hace dos semanas pudimos degustar la tesis política (la “nueva categoría de pensamiento”) que propone el espacio que dejó el poder en 2015.
A grandes rasgos: hay que producir reformas institucionales en la Argentina, incluyendo la Constitución Nacional, porque este tema de la división de poderes ya no está en condiciones de dar respuesta a las necesidades de estos tiempos y los desafíos de una sociedad como la Argentina. Montesquieu está agotado y hay que pensar otras cosas. Por ejemplo, cómo relativizar el poder de una justicia independiente y reducir la influencia de los medios de comunicación.
Esto está en el escenario y tiene consecuencias. Para empezar, un potencial retroceso con relación a una visión contemporánea, cosmopolita y multilateral de los asuntos globales, la marcha atrás en transparencia, gobierno abierto y acceso a la información y el freno a leyes que han sido cruciales para combatir la corrupción, como la del arrepentido.
En nuestra concepción, es indispensable el fortalecimiento de Cambiemos como opción política. Hay que contribuir al diseño de una coalición política superadora de la dimensión electoral o parlamentaria. Debemos producir un salto cualitativo en su funcionamiento. Un paso imprescindible es la formulación de un programa detallado sobre que se propone para la sociedad Argentina en un próximo gobierno (esbocé algunos temas en ocasión de la reunión del radicalismo en Villa Giardino a principio de este año).
Soy optimista.
Patrick Moynihan, un senador demócrata de Nueva York de los años ’60, hablaba sobre la tensión entre cultura y política y sostenía que, desde una visión conservadora, la cultura prevalece sobre la política, pero que desde una perspectiva progresista, la política era capaz de modificar registros culturales. Ciertamente es así porque sino los argentinos no hubiéramos sido capaces de terminar con los golpes de Estado. Soy optimista porque creo de igual manera podemos superar esas trabas conservadoras culturales que nos impiden dar saltos hacia adelante.
En segundo lugar porque el Presidente Macri es capaz de tomar decisiones sobre las que al inicio de su mandato era renuente. Tomo la decisión de relevar al ministro de energía, Aranguren -se podría decir que presentó su renuncia por hacer lo que le pidieron que hiciera- y lo mismo hizo en relación al presidente del Banco Central, y lo mismo en relación al diseño de su gabinete. Es decir, que las circunstancias políticas llevan a alguien, que no tiene el recorrido político de otros, a adaptarse y producir cambios en la dirección acertada.
Ese optimismo viene acompañado de actitudes que tiene que tener Cambiemos, incluyendo al radicalismo. Tenemos que tener una práctica asentada en tres E: Escuchar, Entender y Explicar. Si eso hacemos, vamos a poder dar vuelta la página de la decadencia argentina.