“Y allí estaba Urquiza, jubiloso, presidiendo el advenimiento del gran hecho, con aquél su noble y abierto rostro de león” nos dice Arturo Capdevila sobre el semblante del entrerriano tras vencer a Rosas. En esta aventura contó con socios como Mitre y Sarmiento, entre otros. Hombres con diferencias irreconciliables pero que, como él, dejaron de lado por un bien superior: vencer al Restaurador. A pesar de la algarabía del triunfo la unión duró meses y en septiembre de 1852 Buenos Aires logró expulsarlo, separándose del resto del país y transformándose en un Estado Independiente.
El resto del territorio llevó el nombre de Confederación Argentina, con capital en Paraná. Fue esta facción la que dictó la Constitución Argentina, ya en 1853. Inmediatamente cayó sobre Urquiza la presidencia.
Dentro de este contexto separatista se intentó someter a Buenos Aires, siempre con el menor de los éxitos. En un primer momento se apeló al bloqueo, pero los porteños contaban entonces con el General Paz, que aún en sus últimos años, poseía intacta su lucidez estratégica. Sus maniobras tuvieron el efecto deseado, sumado a una política de soborno a los sitiadores. Agotada esta instancia la Confederación buscó el apoyo de potencias extranjeras, especialmente de Gran Bretaña.
En Europa, Juan Bautista Alberdi -que había preferido seguir con Urquiza- actuó como cónsul. Las potencias debían decidir a quién apoyar enviando a sus funcionarios. La gran capacidad del tucumano dio una victoria momentánea a la Confederación por encima de Buenos Aires. Pero Francia no tardó en preferir al gobierno bonaerense, debido a los intereses económicos que tenían en la ciudad y al excelente trabajo de Mariano Balcarce, encargado de la diplomacia porteña. Era natural, Balcarce vivía allí hacía muchos años, actuando como representante para Rosas y además contaba con el prestigioso aval de ser yerno de San Martín.
Paulatinamente los países más importantes del planeta comenzaron a volcarse por Buenos Aires ¿Por qué? tuvo un enorme peso la preferencia de los enviados extranjeros por el confort que aquella ciudad proporcionaba. De hecho, muchos eligieron establecerse allí y cada tanto viajar a Paraná -o simplemente mantener contacto epistolar-, dada la incomodidad que encontraban en la pequeña capital de Urquiza. Así fueron relacionándose más con las autoridades bonaerenses. James Peden, ministro de Estados Unidos escribió al respecto: “El costo de la vida aquí [Paraná] es enormemente alto. Sólo el agua representa una gran parte de los gastos porque se la lleva en carros desde el Río Paraná, que se halla a unos tres kilómetros de la ciudad (… ). No hay hoteles: la gente tiene que arreglárselas para comer o hacer que le traigan la comida a su alojamiento”.
Además el trato de las autoridades en Paraná no mejoraba la incomodidad extranjera. El enviado británico William Dougal Christie comunicó en 1858 a su gobierno: “He hecho lo posible para seguir la política de su Señoría de apoyo moral al gobierno de Paraná, y que me hice cargo de mis deberes con la disposición favorable que el gobierno de Su Majestad tiene hacia el sistema de Urquiza. Dos años de experiencia me han completamente convencido que los dos lados han cometido más o menos las mismas faltas, y que el gobierno de Paraná no puede pretender intrínsecamente un mayor respeto y más favores que el de Buenos Aires”.
Así Buenos Aires acaparó todo el apoyo internacional y con ello las inversiones, cerrando caminos a la Confederación, para terminar venciéndola. Como vemos, abrirnos exitosamente al mundo es fundamental para llevar con éxito cualquier política interna. Esperemos que en el marco del G20, la capital argentina termine siendo la triunfante anfitriona de antaño. Esta vez el beneficio nos alcanzaría a todos.
Publicado en Los Andes el 1 de diciembre de 2018.
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