El día 11, del mes 11 de 1918 concluyó la Primera Guerra Mundial. Se firmaba el Armisticio de Compiégne entre los Aliados Occidentales y Alemania. Costó 10 millones de muertos entre los bandos en pugna más otros 20 a 40 millones de seres humanos por la “gripe española” (nunca se manejaron cifras concretas) aunque esa peste se originó en las trincheras construidas por los soldados, en medio de la mugre, comiendo cada tanto, en medio de la acción de la artillería, con los cadáveres de los amigos apilados en un rincón porque el enemigo impedía que les dieran sepultura.
Desde ese momento se dejó de pensar melancólicamente en en el pasado aburguesado del siglo XIX y surgieron fenómenos que cambiarían la dimensión geográfica de los países y una manera de encarar el Bien, frente al Mal, los dilemas de Kant. Además aparecieron tres fenómenos ideológicos, el comunismo (en Rusia) y el fascismo (en Italia) y los nazis (en Alemania) que buscarían adeptos y consecuentes seguidores.
Antes del conflicto 14-18 muchos intelectuales venían observando la nueva presencia de la sociedad de masas y el ingreso de las clases populares a la vida política. Gracias a la Revolución Industrial en su segunda etapa las masas estaban fundando sindicatos o se lanzaron a la Rebelión de la Comuna de París en 1870 donde las tropas francesas fusilaron a 15.000 rebeldes contra el sistema político existente. Junto con ello hubo la expansión imperialista de Gran Bretaña, Francia, Holanda y Alemania, más desarrollada industrialmente que Inglaterra, pero marginada en el reparto de las colonias de ultramar.
La presencia de las masas en la vida social, con comportamientos emocionales e irracionales fue una realidad creciente. “Las religiones -escribió en ese momento Elías Canetti– llevan en su propia sangre un sentimiento de desconfianza por la perfidia de las masas”. Esas masas, agrega Canetti, “necesitan una dirección, unos líderes”.
Stefan Zweig plantea en “El Mundo de ayer” la forma en la que vivían y pensaban las burguesías de fines del siglo XIX y XX. Eso era lo que marcaba el reloj cuando el Archiduque Fernando de Habsburgo, heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro fue asesinado en Sarajevo.
Los generales se volvieron “sonámbulos”, gente que caminaba a tientas y a ciegas, se movilizó toda Europa hasta prepararse para la guerra.
Ese asesinato tocó el alma de la Casa Real de esa incomprensible serie de países del centro de Europa, parte de Yugoslavia y el este de Europa. Y movilizó histéricamente al rey de Prusia, al zar de Rusia y al rey de Inglaterra, todos ellos primos sanguíneos a través de la Reina Victoria. Cada uno de ellos vigiló su propia huerta : los rusos deseaban controlar todo lo que pasaba en Yugoslavia, región eslava por excelencia. Alemania desconfiaba de los ingleses y franceses (sus mismos contrincantes en la Segunda Guerra Mundial). El rey de Inglaterra disponía de la más grande armada de todos los tiempos (mucha fue a parar al fondo del mar).
Todos ellos conocían a fondo el pensamiento de Carl von Clausewitz (1780-1831) un táctico militar de alto vuelo.
En su libro post mortem (1833) “De la Guerra” definió “La guerra es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario. No en todos los casos la voluntad que se lleva a cabo es aquella que define el Estado” . Y agregó, como un pronóstico : “La guerra total no admite ningún límite lógico”.
La Primera Guerra Mundial fue la culminación de varios conflictos que giraron en torno al reparto de las áreas coloniales y de las luchas por los territorios “débiles” de Europa. Este ambiente de fuerte tensión en el que el patriotismo era agitado con vehemencia por todos los países de la región, incluyendo al Imperio Turco que se volcó sin dudar a aliarse con Alemania.
La propaganda masiva -una forma de “fabricación de la información”– fue una característica inicial del conflicto y cuando las tropas estuvieron listas fueron al frente cantando, con trajes de verano, recibiendo flores por parte de la multitud.
Los gobernantes sostenían a quien quisiera escucharlos que la guerra duraría cuatro meses, antes de la llegada del invierno. Todo ello lo narra el francés Céline en su “Viaje al fin de la noche” mientras marcha a la guerra con cierta devoción. Rebosaban los generales con optimismo mientras preparaban los artefactos explosivos más sofisticados, arrastrando a la caballería desde el siglo anterior, gases destructivos, uso de cañones de gran alcance y de importante poder destructivo y los primeros tanques de guerra”.
Los alemanes llegaron a las puertas de París en muy poco tiempo. Los franceses, con nuevas tropas transportadas en colectivos precarios y en los taxis de la Ciudad Luz, los pararon en Verdún, la primera gran batalla. Fue librada entre el 21 de febrero y se extendió hasta el 18 de diciembre de 1916.
Al comienzo Francia se enfrentó con un millón de soldados, al concluir las bombas y los tiros peleaban 300.00o. En esos 6 meses de lucha murieron casi 6 millones de soldados entre ambos bandos. Después de este parate , la invasión alemana se detuvo en la batalla del Marne, con la batalla de Yser y la de Ypres.
A partir de ese momento se construyeron las trincheras que estaban a pocos metros de distancia. La vida en las trincheras era un paso a la muerte. Ese estado neurótico, de llanto y paralización, fue el síndrome más común a lo largo de la guerra. Por ello el válido el comentario del famoso libro de historiador británico Robert Graves “Adiós a todo eso”, como despedida de todos los oficiales como él, entre los cuales sobresalían poetas, escritores y pintores muertos en la guerra.
Los gases venenosos se emplearon por primera vez el 23 de abril de 1915. Los alemanes derramaron gas oximuriático -un gas clorado- contra las líneas francesas e inglesas en Ypres. Esta forma de matar ya había sido utilizada 434 años antes de Cristo, cuando los espartanos saturaban la madera con pez y azufre, quemándola para asfixiar al enemigo. También se utilizó en la guerra civil norteamericana entre el Sur y el Norte.
Dos libros ilustran los sentimientos de los soldados embrutecidos por algo que no podía terminar fácilmente. Uno de ellos es “Sin novedad en el frente” del antibelicista Erich María Remarque y otro es “Adiós a las armas” de Ernest Hemingway quien se había anotado en el ejército italiano, a los 19 años, como chofer de ambulancias.
Hacia 1917 las deserciones en masa se convirtieron en un drenaje humano importante en las filas militares. Los oficiales que se sentían aristócratas no escuchaban el sentimiento de la tropas, el vulgo. La fuga del combate tuvo nombre: la batalla de Caporeto. Hubo 40.000 bajas entre muertos y heridos, 300.000 se rindieron a los austríacos y 350.000 italianos desertaron , partieron para sus casas.
La participación de Italia fue contra sus antiguos opresores austríacos, los aliados se unían cabeza a cabeza entre Inglatera, Francia, Estados Unidos en el último año del conflicto. Del otro lado pugnaban por ganar los alemanes, los austro-húngaros y los turcos. Y en otro frente Rusia, que abandonó la pelea un año antes que terminara por decisión de los comunistas. Alemania fue partida en numerosos rincones que pasaron al nacimiento de la Polonia libre. Entre los austro-húngaros en libertad estaban los checos.
Todo esa divisoria de fronteras se terminaría en la Segunda Guerra Mundial.
Todos perdieron mucho, en especial vidas humanas. El Imperio Turco, que había prometido una yihad contra las tropas inglesas con cuarteles en Egipto, fracasó. Bajo el mando de militares alemanes combatieron, sin embargo,en Gallípoli y destrozaron un desembarco australiano y neozelandés para apropiarse del paso de los Dardanelos. Un tratado británico-francés forjó una divisoria total del Imperio Otomano que se esfumó. Con la colaboración de Lawrence de Arabia los árabes del desierto se lanzaron a perseguir a los turcos caminando o en trenes . Irak, Iran, todo el norte del Africa, Siria fue perdida por los turcos. Jordania y Palestina quedaron en manos de los ingleses igual que con Irak. Los franceses se quedaron con El Líbano. Entre los dos vencedores se dedicaron a dividirse las tierras donde ya existía petróleo en cantidad.
Los turcos revivieron como Nación en 1922 cuando Ataturk organizó un pequeño ejército para combatir a los griegos y ganó todos sus avances. Abolió los sistemas religiosos, obligó al uso de trajes europeos, copió los manuales de estudio de Inglaterra y Francia.
La Primera Guerra Mundial fue un adelanto de lo que podía llegar a hacer la maldad humana, la falta de consideración por el prójimo. Después nada fue como antes de la guerra. Los pintores expresionistas y los escritores mostraron desilusión, angustia y falta de rumbo. Ese fue el primer paso de la posesión por el poder de fascistas, nazis y comunistas embarcados en una guerra civil que recién cesó en 1922.
Los civiles pagaron demasiado esos años. Hubo hambrunas espantosas, en todos los países que habían participado en el conflicto. Veinte años después se había diluido el recuerdo de aquella tragedia y estaban dispuestos a encarar la nueva tragedia que se avecinaba, la Segunda Guerra Mundial.
Publicado en Infobae el 11 de noviembre de 2018.
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