La curaduría es una de las formas de la edición. Ambas, a su vez, son formas de organizar una conversación y de la habilidad del curador-editor depende la fecundidad de la charla. Así como en literatura nunca es bueno que el editor compita con los escritores, las artes visuales pierden cuando el curador se pone por encima de las obras y del artista. Si algo vuelve a menudo ininteligible al arte contemporáneo, es precisamente el extravío de alterar el orden de importancia entre unos y otros.
Cuando sucede lo contrario, es decir, cuando el curador trabaja para hacer más legible la conversación, las obras recobran su centralidad y empiezan a componer un discurso amable, pedagógico e informado. Esto es lo que hay que saludar de la excelente curaduría de Victoria Giraudo en el nuevo guión del Malba.
Arte Latinoamericano 1900-1970 despliega la colección permanente del museo de un modo diferente: ajena a los recortes políticos planteados por Verboamérica, la anterior puesta de la institución, la forma actual elige privilegiar la linealidad histórica y el desarrollo de una narrativa clara. La extensión temporal de la muestra permite, además, realzar las características únicas, por extensión y variedad, de la Colección Constantini.
El recorrido se abre con “Madroños”, de Carlos Federico Sáez. Una obra de 1900, muy descriptiva de la transición a la modernidad en el arte de la región, que muestra el perfil de una joven con una mantilla roja sobre su cabeza. La obra es de una belleza sobrecogedora en la que destaca el dibujo limpio y la creación de la atmósfera íntima habitual en el artista uruguayo.
Continúa con la primera modernidad en el arte de Latinoamérica. La influencia europea, tanto en estilos como en problemas. El cubismo y el futurismo están presentes en las obras de artistas acostumbrados al intercambio con el viejo mundo pero que no resignan una búsqueda propia y personal.
En esta sala la polifonía más rica es la que se da entre la serie de fotografías de Horacio Copolla, en su literalidad descarnada en blanco y negro, y el colorido del “George Gershwin, an american in Paris”, que pintó Miguel Covarrubias en 1929, con su despliegue de cosmopolitismo y glamour que no impide, sino todo lo contrario, una inquietud amplia por la construcción de la identidad.
La Revolución Mexicana resultó muy influyente en esa inquietud por una genuina identidad popular ligada a la construcción de un sujeto revolucionario. Al mismo tiempo, fue demostrativa de las diferencias entre el sur y el norte de Latinoamérica y de las tensiones entre identidad y migración. A las posturas identitarias centradas en lo local se contrapusieron las hibridaciones potentes de artistas como Pedro Figari y Antonio Berni.
Los cuarenta fueron los años de la vanguardia. La Argentina pasó por su momento más luminoso con el arte concreto como resignificación crítica de la abstracción. En la puesta anterior del museo esta etapa había quedado reducida a una mención mínima. La curaduría de Giraudo le repone su enorme vigor con obras de casi todos los que formaron parte de Arturo, la mítica publicación capitaneada por Tomás Maldonado, y luego dieron paso a Madi y al perceptismo. Estos grupos, con sus discusiones conceptuales sobre la función del arte y sobre los soportes, fueron tan importantes que llegaron a influir en artistas tanto de la región como de los Estados Unidos. En Brasil, los creadores geométricos y abstractos tomaron mucho de las discusiones argentinas para darle cuerpo al movimiento neoconcreto centrado en Helio Oiticica y Lygia Clark.
Precisamente es una obra de la artista belo-horizontina la que destaca en esta parte de la exposición. “Trepante”, un trabajo de 1965, es una demostración de sus búsquedas y exploraciones. La ocupación del espacio, el avance de un material sobre el otro, el movimiento y la performance, definen el carácter de su obra, probablemente la más experimental del arte brasileño. Este tipo de obra no estaba diseñada específicamente para un espacio de museo o de galería, ya que no requería en sus versiones originales ni de pedestales ni de otras formas de soportes. Las formas metálicas y las mezclas de metal y madera se vinculaban de modo arbitrario entre sí y con el espacio sin predeterminaciones ni mapeos.
El avance de las décadas, en la historia y en el arte, cambian los interrogantes y las formas de relación entre los artistas y sus sociedades. En los años 60 y 70 se dan una serie de procesos concurrentes que cambian para siempre la escena del arte latinoamericano. En el transcurso de esas dos décadas convivieron la vocación política y la opción por la violencia con la experimentación y el happening. La escena del Di Tella con la de Tucumán Arde, el ácido lisérgico con la pólvora. El arte respondió a estos estímulos de manera diferente y todas estan presentes en la muestra del Malba. A los procesos indetenibles de la internacionalización del arte les correspondieron búsquedas distintas marcadas por el/los espíritus de época. Una de las formas que logró mayor instalación fue la del arte cinético. La incorporación de pequeños mecanismos y el manejo de materiales hasta ahora inusuales dieron vuelo a los cinéticos y la muestra lo expone ampliamente. Con la sala del Museo Nacional cerrada hace demasiado tiempo, el grupo de obras expuesto en Malba le hace justicia a una temporalidad brillante del arte argentino. “Septs mouvements surprise”, que Julio Le Parc realizó en 1966, es la joya de la sala. Poco expuesta hasta ahora, la obra es un enorme rectángulo de movimiento en el que siete formas distintas pueden ser activadas por el espectador mediante un pulsador.
En una de las paredes de este sector el visitante encontrará “Formas Volantes”, de Alicia Penalba. Se trata de una de las obras más importantes de la exposición. Más de una docena de bloques de fibra de vidrio de diferentes tamaños cuelgan de la pared formando una forma de formas. La oportuna decisión de transparentar la parte del techo que da sobre la obra le da una luminosidad que le marida muy bien y que presagia su potencial como obra de exterior.
En el pasillo lateral, el de salida, y casi como dejando atrás décadas, discusiones y conflictos, la pintura se vuelve sobre sí misma en obras de Marcia Schwartz y Ricardo Garabito.
Una de las misiones de un museo de las características del Malba es la de ayudar a crear una audiencia sensible al arte latinoamericano. Una puesta como la actual parece el modo más eficaz para no desfallecer en el intento.
Publicado en Revista Ñ el 12 de octubre de 2018.
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