Donald Trump quiere imponer a las trompadas el nuevo orden mundial. Su proteccionismo ha llegado a tal extremo que, en la decisión, ha perdido a aliados estratégicos de importancia. La mismísima Angela Merkel, la perspicaz política alemana, ha sentenciado que ya no puede confiar en la Casa Blanca. Y lo mismo plantean líderes europeos y asiáticos. La guerra comercial, motor de mayores problemas, genera diferencias de todo tipo entre los ciudadanos y los ricos que disponen de fortunas fabulosas. La desigualdad está afectando a todos. China, el contrincante importante de Trump, ha frenado sus niveles de crecimiento después que se desencadenara la guerra comercial.
Quisquillosamente el país del norte pregunta que hace la base de avistaje lunar que instaló Pekín en Neuquén, en la Argentina, por el temor a que desde allí se detecte la marcha de los satélites que rondan por el universo. Esa base formó parte de un acuerdo entre el líder Xi Jinping y la ex presidente Cristina Kirchner bajo la prerrogativa que fuera para uso “pacífico”. Más allá de todo, nunca se explicó qué trabajos se hacían en esa base cerrada. Una explicación es que ese sitio tenga que ver con el Programa Chino de Exploración Lunar antes de lanzar una misión importante en el espacio.
El Fondo Monetario Internacional comunicó a Estados Unidos que ese país será el gran perdedor de la guerra comercial por la seguidilla de barreras arancelarias que surgirán en todas partes.
En éstos días los europeos están con la lengua afuera. Alemania, Francia, El Reino Unido e Italia prendieron la alarma en el comercio exterior: las exportaciones han mermado. Alemania crecerá seis décimas menos por el menor tirón de las colocaciones en el exterior. En Italia se exterioriza una crisis importante, por la incertidumbre, colisiones internas en la coalición que conduce la península y las deudas de gran volumen que cargan sus bancos. Otro elemento que se agrega en Italia es que hay menor demanda interna tanto como la externa.
Geopolíticamente China le ha pedido a Rusia crear un escudo y al mismo tiempo una ofensiva contra el proteccionismo de Estados Unidos. Esto se va pareciendo a una guerra fría, más que comercial. Tanto XI Ping como Putin participaron en el inicio de las maniobras militares conjuntas que llevó el nombre, en septiembre pasado, de “Vostok-2018”.
Como si fuera poco los dos también estuvieron presentes en el Foro Económico Oriental de Vladivostok, en Siberia. XI declaró entonces: “Se producen actos unilaterales y medidas hostiles que nos hacen daño, pero Rusia y China son socios y buenos vecinos. Mantenemos una cooperación sólida para fortalecer a nuestros países”. En el encuentro los dos Jefes de Estado comenzaron a gestar la mayor cooperación militar, el intercambio económico y un creciente uso de divisas en el comercio bilateral, en menoscabo del dólar. El año pasado el intercambio entre las dos potencias sumó 87.000 millones de euros. En 2018 quisieran llegar a 100.000 millones de dólares.
La información del último domingo detalla que China quiere mostrarse como un gran importador y ya prepara una gran feria en Shanghai para firmas extranjeras que ven conveniente colocar bienes en el gigante asiático. Cada año China prepara 4.000 ferias comerciales y se autodefine como el mayor importador del mundo.
China no se quedado encerrada dentro de sus fronteras. Explota minerales en el África, insumos de numerosos países y busca influir en América Latina para ganar influencia política y afianzar su presencia, concediendo distintas modalidades de préstamo, según las necesidades. Pekín busca conexiones en universidades, en distintos ámbitos académicos, el periodismo, los representantes de la cultura y la clase política (de distintos partidos). Paralelamente quiere desplegar la promoción de la cultura china.
En el periodismo China le dio un empujón a acuerdos de colaboración y coproducciones con distintos grupos mediáticos, tanto escritos como audiovisuales. Pekín pregona “el conocimiento mutuo” y eso explica que financie proyectos periodísticos. Todo esto tuvo una derivación en la Cumbre de medios de China y América Latina que se realizó en Chile a finales del 2016.
Para que no falte nadie en Santiago financió los viajes de representantes del nuevo continente previamente seleccionados. Para un par de observadores fue una compra de lealtades. Y pusieron a disposición de todos los contenidos de la agencia oficial de noticias Xinhua. Eso sí, que nadie hable del régimen despótico que reina en China donde las cárceles reciben presos políticos, periodistas, empresarios sospechados de corrupción y otros delitos.
El mismo presidente chino anunció en su arribo a Lima que concedería oportunidades de capacitación a 10.000 latinoamericanos hasta el año 2.020. China sabe perfectamente que en América Latina hay un desconocimiento extremo de la economía y la cultura del país más poderoso del Asia.
Esta persistente acción publicitaria molesta a Trump y a toda su administración civil y militar. Pekín ya trabaja en Centroamérica. Así, Costa Rica, República Dominicana, Panamá y El Salvador formaron un bloque que dejó atrás las relaciones con Taiwán, el eterno enemigo de China. Esa región ya se burla de Washington. Trump convocó a consultas a sus embajadores en Panamá, Santo Domingo y San Salvador, inquieto por el avance oriental. Por el momento no hay mayores novedades.
Para politólogos reconocidos, el gobierno chino gana poder acercándose al Canal de Panamá, del que es segundo cliente en volumen de mercaderías en tránsito y desea establecer una zona económica en El Salvador y desde allí producir bienes que podrían entrar al mercado norteamericano con otras reglas.
China trabaja en su propósito sin miramientos.
Publicado en Infobae el 22 de octubre de 2018.
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