sábado 2 de noviembre de 2024
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Consensos para evitar abismos como los de Brasil o Venezuela

Hace unos días, revolviendo viejos papeles, tropecé con una especie de carné, un rectángulo de papel ajado en el que constaba mi afiliación a un partido político, coronado con una fecha: 1983. El involuntario hallazgo me trajo a la memoria una sucesión de titulares e imágenes.

Ya sabía qué clase de película documental iba a desfilar ante mis ojos: escenas de la derrota en las Malvinas, caída de la dictadura militar, campaña electoral y triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones presidenciales, juramentos y militancia para sostener la democracia y la Constitución… Pero en seguida, junto a la alegría experimentada, y mientras tenía la mirada fija en el carné, me invadió de golpe otra sensación, esta vez de tristeza, motivada por un recambio súbito de imágenes en la pantalla de la memoria: ahora tenía delante de mí las trece huelgas generales de Saúl Ubaldini, las últimas rebeliones militares y asaltos guerrilleros, el fracaso del Tercer Movimiento Histórico, la década menemista, la crisis de 2001, y ya hoy, los agotadores dolores de parto para producir un nuevo país, una nueva sociedad digna del mundo global, y que pudiera situarse en él.

El carné me estaba recordando las dificultades para entrar en ese mundo, aunque ya transcurrieron 35 años. ¿Qué nos pasó? ¿Por qué ese temor a gobernar? ¿Por qué hablar tanto de economía (ya sabemos lo que es llegar a fin de mes), cuándo las soluciones requeridas son, ante todo, políticas? ¿Por qué no explicar que el progreso y el crecimiento de la Argentina podrían depender de una nueva alianza, tácita o expresa, es decir, de un inteligente gesto político?

¿Entre quiénes? Sólo podría ser entre Cambiemos y el peronismo moderado y federal. Quedarían afuera los extremistas y los populistas irredimibles de ambos sectores, además de los pequeños partidos de ultraizquierda.

Hay varios formatos políticos que podrían servir como plataforma de lanzamiento para esta alianza. Resulta lícito resumirlos en dos, opuestos entre sí (aclaremos que hay otros eventualmente posibles). Uno: el que crearía una nueva alianza, formada por Cambiemos y un grupo peronista. Las alianzas anteriores quedarían disueltas. Los candidatos para octubre de 2019 serían elegidos, en agosto, en las P.A.S.O., incluida la candidatura presidencial (salvo que hubiese un apoyo unánime a la reelección de Macri. A este procedimiento podemos llamarlo “de máxima”, porque sería, no hay duda, el más arduo de concretar. Dos: los participantes son los mismos, y sus pertenencias partidarias también. No existen nuevas alianzas expresas. En las listas de candidatos en las primarias tampoco hay cambios. Este es el formato que exige más lealtad y visión de largo plazo entre los partidos, apoyados en alianzas tácitas. Esta última modalidad podría llamarse “de mínima”.

Lo importante es, huelga decirlo, que la nueva alianza, sea cual fuere su proyección, proclamada o silenciosa, se constituya en un instrumento sólido y durable en el tiempo. Su función sería eminentemente legislativa, aprovechando la nueva mayoría formada para introducir las reformas que el país necesita, en el campo social, en el campo laboral, en la justicia y, llegado el caso, en el campo constitucional.

Es evidente que Cambiemos, si quiere tener un papel protagónico en las jornadas políticas y electorales que se avecinan, deberá empezar estrechando filas con los socios minoritarios de la coalición: la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica, para reducir el riesgo de incidentes como el que enfrentó a Elisa Carrió con Germán Garavano, y que seguramente termine con un infructuoso juicio político. Carrió suele abusar del uso del pronombre de primera persona, pero se ganó ese derecho porque en un ambiente de opresiva mediocridad ha sido una de las pocas dirigentes que ha mantenido, sin interrupciones, una enérgica defensa de la verdad y los valores democráticos. Quizá Garavano falló en uno de los aspectos que la opinión pública más le ha reprochado al Gobierno: la comunicación.

Y es cierto que el Gobierno deberá mejorar bastante en este flanco de su gestión, hasta hoy beneficiado por el derrumbe del kirchnerismo. No puede desdeñarse el peso del especialista ecuatoriano Jaime Durán Barba, cuyo asesoramiento contribuyó a que Cambiemos ganara tres elecciones consecutivas (2013, 2015 y 2017), pero siempre resulta más fácil imponerse cuando se cuenta con el voto “en contra de”, lo que ocurría en el ocaso de la gestión kirchnerista.

 

Más discutible, aunque no enteramente inútil, resulta el procedimiento del timbreo, por el que los principales candidatos (¡con inclusión del Presidente!) se organizan para visitar a los ciudadanos en sus domicilios y escuchar sus reclamos. Esta incursión hogareña tiene básicamente efectos en el nivel municipal, y escasa repercusión en la elección nacional. Llegados a este punto, no podemos eludir el papel comunicador del Presidente de la Nación. En un sistema presidencialista como el nuestro, el Presidente se convierte en el máximo protector del pueblo, y en última instancia en el garante de la ley y la convivencia. Lo ideal sería que por lo menos una vez al mes, Mauricio Macri se dirigiera por cadena a los argentinos, en una especie de rendición de cuentas que expresara su estilo de gobierno y el carácter de las reformas que propone.

Que el Presidente se dirija periódicamente a su pueblo no constituye un gesto autoritario, ni un acto antidemocrático. Por el contrario, es una responsabilidad legal e institucional indelegable. Y ahora que nos acercamos al último año de su primer mandato, que nos transmita su experiencia será útil para todos. Estamos atravesando meses tormentosos. Pese a todo, no parece que nuestra clase política busque autodestruirse. No se trata de imitar ni a Brasil ni a Venezuela, ni tampoco de repetirnos a nosotros mismos, con la inepta sucesión de gobiernos minoritarios, que solo buscan el poder… para nada. La búsqueda de consensos todavía es un camino disponible. Y sin que nadie nos obligue podremos llevar con nosotros el carné político, que será un instrumento de pluralismo y convivencia.

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