miércoles 4 de diciembre de 2024
spot_img

Eduardo Stupía convierte a Ulises en eterno inmigrante

No es la Nación en la que habitamos, sino una lengua… Nuestra lengua materna es nuestra verdadera Patria.
Emil Cioran

Unir el principio con el fin, en cualquiera de las formas conocidas o en alguna inventada, es el origen práctico de la literatura. La versión filosófica de la cuestión la acerca William James al imaginar la verdad como un puente que permite transitar de una experiencia pasada a una experiencia futura. Ese camino, ese recorrido entre puntos, puede llenarse de incertidumbre y de arte.

El espacio del Muntref en la sede del Hotel de Inmigrantes reclamaba que alguien recorriera el sendero entre sus dos temporalidades y se salteara su condición bifronte entre la rémora y el porvenir.

Quien hizo el trabajo se llama Eduardo Stupía (Buenos Aires, 1951). Ulises Inmigrante. Una fantasía gráfica se instala en el lugar de frontera y por fuera del registro habitual. La propuesta se contiene un paso antes de la desmesura y se coloca entre géneros como una suerte de quilt americano hilvanado en mitad de la noche. La virtud del artista reside en no sucumbir en ningún momento ante la inminencia de la exageración. Stupía y su equipo saben detenerse a un paso del kitsch o el pastiche contemporáneo que confunde cripticismo con complejidad y lo que el espectador ve es una historia clásica (tal vez la más clásica de todas) narrada de la forma más contemporánea posible. El viaje tortuoso de Ulises desde Troya hasta su casa en Ítaca es la marcha del extranjero eterno. La historia de Ulises es la de toda épica biográfica actual, sustituyendo, en el mejor de los casos, monstruos mitológicos por reales.

Si la ambición de Ulises es el regreso, la de Stupía es la experimentación.

Respondiendo a la convocatoria de Diana Wechsler, subdirectora de Muntref, el artista desarrolló esta obra específicamente para este espacio. En una de sus salas más grandes se montó esta videoinstalación, una gran pantalla partida en cuatro con dos más pequeñas adicionales a sus lados.

El trabajo es multigénero y a la inspiración de Stupía hay que agregarle una gran labor de adaptación a cargo de Daniel Samoilovich y un tratamiento musical impecable a cargo de Pablo Ortiz.

La tarea frente al texto es uno de los puntos salientes de la obra. Los 24 cantos originales de la Odisea, el poema de Homero, se reducen en esta versión a 7, sin perder el hilo narrativo. Las canciones ayudan a mantener la atención del espectador durante todo el tiempo. La voz en off de Guillermo Saavedra acompaña el relato con convicción, aun cuando el tamaño de la sala conspira un poco contra una audición relajada.

El ejercicio gráfico más interesante es el de la edición. A cargo del propio Stupía y de Julián D’Angiolillo, la sucesión de imágenes sostiene la obra de un modo contundente y bello a la vez. La idea de fantasía gráfica queda expuesta rápidamente al espectador en el juego de imágenes fijas y móviles que se plantan en las pantallas principales y en las laterales.

La narración de la historia es lineal porque así lo exige el original y lo reclama la comunicación, pero el soporte gráfico se vuelve complejo al tiempo que avanza y mezcla texturas, colores y soportes en un caos cuidadosamente organizado.

A medida que el relato progresa, la música sostiene desde afuera y desde adentro. Las grabaciones de los artistas, incluso quedándose la cámara con ellos en los backstages, le dan densidad sonora y visual a la instalación y permiten sostener la atención y la tensión literaria de la obra.

Este Ulises… tiene una duración de casi dos horas y la decisión curatorial fue que se proyectara en loop permanente durante las 24 horas. La odisea del héroe no termina nunca y el espectador tiene solo el azar de aliado para entrar a compartir la historia.

Al tiempo en que los 7 episodios de esta versión de la Odisea van tejiendo la trama, los distintos soportes gráficos entran en juego. Las pantallas muestran a los artistas haciendo y deshaciendo sus obras. Las manos entran y salen del cuadro armando un verdadero amasijo de símbolos pictóricos que ilustran, al modo de las viejas enciclopedias, la historia literaria. La falta de registro figurativo de Stupía sirvió para convocar a Josefina Madariaga, Cinthia Rched y Juan Andrés Videla para reversionar algunos cuadros clásicos dándoles una versatilidad y diversidad expresiva inusual en este tipo de soportes.

Hay una característica de la obra que es indispensable marcar. No existe búsqueda de precisión. Las imágenes que se muestran, las fijas, no son exactamente las de los escenarios. Los palacios no son los palacios y los vestidos no se corresponden siempre con los de la historia. Pese a esto, jamás se rompe la verosimilitud y no surge nunca una duda acerca de lo ajustado del relato y de la metodología elegida para mostrarlo. La base de ese verosímil es la falta de interés en la perfección. Las breves discordancias, las pequeñas fallas de coherencia histórica y hasta algunos defectos de ejecución terminan armando una trama de certidumbre muy parecida a la experiencia humana real. La obra es creíble porque es humana y se sitúa fuera de la épica y el sacrificio diario.

El temperamento conceptual de la obra responde, sin dudas, a una interrogación sobre el lenguaje como espacio de maniobra de las distintas inquietudes humanas. El tratamiento estético es imaginativo y eficaz. Voces y rostros extranjeros intentando narrar con dificultad el texto homérico. Lo arduo del esfuerzo de los protagonistas se vuelve símbolo y expresa un síntoma. La aridez del lenguaje expone otras, más vivenciales.

Stupía, filólogo en las sombras, arma un esquema reflexivo alrededor de la idea del lenguaje que logra superar las postulaciones actuales. La frase de Cioran que cierra la obra es un manifiesto. A la sobreabundancia de banalidad alrededor de las condiciones fundantes y civilizatorias de lo lingüístico le contrapone la sutileza y la sofisticación propias de un artista. La extranjería, el exilio y sus consecuencias en las biografías se convierten en su obra en una preocupación política. Política sin literalidad. Se mire hacia la izquierda o hacia la derecha, todo un acto de rebeldía frente a la corrección política.

Eduardo Stupia. Ulises inmigrante. Una fantasía gráfica

Lugar: Centro de Arte Contemporáneo MUNTREF. Sede Hotel de Inmigrantes.Horario: martes a domingos, 11 a 19. Entrada: gratis.

 

Publicado en Revista Ñ el 6 de octubre de 2018.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/eduardo-stupia-convierte-ulises-eterno-inmigrante_0_uJa4iLSlJ.html

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Alejandro J. Lomuto

El cesaropapismo del siglo XXI

Fernando Pedrosa

Latinoamérica, después de Biden, a la espera de Trump

Maximiliano Gregorio-Cernadas

Alegato por la libertad