Los mapuches dominaron a las tribus autóctonas de algunas zonas de nuestro país y les impusieron sus costumbres, e incluso sus lenguas. Señala Isidoro Ruiz Moreno, un especialista y miembro de la Academia Nacional de la Historia, que “el núcleo más poderoso y temible de estos indios se constituyó cuando el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, facilitó el arribo y la radicación de un gran cacique para que, dominando a todos los demás, le permitiese tratar con uno solo y no con la diversidad de ellos. Los nativos originarios del suelo fueron aniquilados por los invasores 'chilenos' y así nació la peligrosa Confederación de Salinas Grandes, establecida en 1834”.
El mismo Calfucurá -en carta al general Emilio Conesa- en abril de 1861 lo reconoció: “Le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras”.
Dueños legítimos o no del sur, el principal motivo por el que las autoridades nacionales -bajo la dirección de Julio Argentino Roca- tomaron cartas en el asunto fueron los malones y el ulterior comercio de lo obtenido en Chile. Sin embargo ese es un tema que hemos desarrollado en otras oportunidades. Hoy nos gustaría adentrarnos en un episodio precedente sobre el que existen diversas interpretaciones.
Con anterioridad al momento en que los mapuches comenzaron a ingresar a nuestro actual territorio de un modo más sustancial, su influencia sobre los pueblos vecinos ya era considerable, fundamentalmente a través del intercambio comercial. Así, cuando San Martín decidió reunirse con los pehuenches en el Sur de nuestra provincia, hubo también representantes mapuches. Reunido el Libertador con los jefes aborígenes, pidió autorización para poder pasar por las tierras que les pertenecían con el Ejército de los Andes y les otorgó simultáneamente todo tipo de regalos. Los obsequios fueron aceptados y se le otorgó el permiso de paso. Sobre este episodio la tradición señala que San Martín creía que los aborígenes lo traicionarían, contando sus planes a los españoles. Se apoyan en que el grueso del ejército no pasó por allí y que se trató de una maniobra de las tantas hechas por el prócer para despistar al enemigo ibérico.
Ante esta versión, altamente probable desde nuestra óptica, algunos historiadores se sublevan y plantean que los aborígenes fueron leales a San Martín y lo apoyaron.
Refuerzan sus ideas a través de las memorias de un antiguo oficial del Ejército, Manuel de Olazábal, donde leemos: “Dos mil Mapuches ayudaron con caballería, ganado y baqueanos al General San Martín en el cruce de los Andes. El Parlamento al que citó a los caciques tenía el objetivo además de pedirles permiso para atravesar sus territorios”. Además de que San Martín solía referirse a estos pueblos como “nuestros paisanos los indios”.
Más allá del romanticismo y heroísmo que refleja esta última versión, creer que San Martín -considerado uno de los mayores estrategas de la historia mundial- se hubiese arriesgado a dar a conocer sus planes de un modo tan abierto, sin una segunda intención, resulta un poco infantil, ¿no les parece?
Publicado en Los Andes el 29 de septiembre de 2018.
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