Está por escribirse la lucha del exilio. Aquellos militantes políticos que, pese a su actividad desarmada, fueron obligados a exiliarse por la dictadura más sangrienta.
Parte de esta épica olvidada sale a luz por la publicación de La República. Vocero del pensamiento democrático argentino en el exilio. Veinticuatro números que entre 1977 y 1983 sostuvo la Oficina Internacional de Exiliados del Radicalismo Argentino (OIERA). A esto se agrega un valioso Estudio Preliminar de Vila, López y Riofrio y una refinada edición de Eudeba, la Universidad de Rosario y el Senado nacional.
Periodismo militante
Quiero reivindicar una figura muy castigada, maltratada, casi envilecida. El periodismo militante. Ha sido ferozmente distorsionado por diversas miradas que en el mejor de los casos están confundidas. Y en el peor, mienten a sabiendas.
Por un lado, cierto revisionismo ramplón que –bajo una pátina equívoca– encubre al viejo historiador oficial, el escriba del rey disfrazado de amigo del pueblo. Confunde la venalidad con la convicción, la convicción con la conveniencia y la política con el negocio.
Otra mirada abomina de toda actividad política y detesta la cercanía entre periodismo y política, como si la mancha fuera inevitable. Sostiene un sesgo tan intolerante y distorsionado como la anterior. En nuestra tradición, esa postura desaprobaba –y sigue desaprobando, aunque con sordina– la acción política.
En ambos casos, hay una visión dislocada del periodismo. Y una concepción distorsionada de la política.
Recordemos entonces lo que muestra la historia moderna. Tanto la política como el periodismo son hijos de la ilustración, vástagos de la lucha social y política para construir a partir de la libertad de expresión una sociedad de iguales o al menos de parecidos. No hay periodismo ni política fuera de la Modernidad. Tampoco hay modernidad sin periodismo y sin partidos políticos.
En primerísimo lugar, el periodismo militante suele surgir desde la oposición. Oposición social, oposición política. Alternativa cultural. Lucha desde la acción y combate por lo simbólico. Confrontación de valores.
Periodismo militante hubo en la Argentina desde junio de 1810. Basta leer nuestro nacimiento como Nación y las luchas siguientes, con la enorme importancia de los medios. Se dirá que La Gazeta de Buenos Aires era un periódico oficial. Pero era una Estado naciente debilísimo, en lucha contra el poderío del imperio español y gran parte del virreinato del Río de la Plata.
El periodismo militante muchas veces es clandestino. Acaso ahí, cuando es perseguido, adquiere un tono especialmente valioso, casi sobrehumano. Alguno diría heroico. En realidad, la virtud del ciudadano de defender la República y ser voz del pueblo sin voz. El periodismo militante es un periodismo de combate, más valioso cuando enfrenta la opresión.
La República es un órgano autofinanciado, sin sueldos ni subsidios, la tradición militante de la prensa política.
No sé a quién se le ocurrió pensar que montar un aparato estatal de persecución, denuncia o crítica a la oposición pueda ser llamado periodismo militante.
Periodismo militante no era el centro piloto de Paris, montado por la dictadura con la lamentable cooperación de algunos periodistas –y algún político– para defender aquello de que los argentinos somos derechos humanos, el negacionismo de los crímenes de la dictadura.
El valor de la palabra
Otra fantasía asegura que el periodismo militante no es confiable. Como si fuera posible creer que la mentira pueda distinguir a algún tipo de periodismo. Donde hay mentira no puede haber periodismo: ni político, ni comercial, ni de ningún tipo.
Por sobre todo, La República cree en el valor de lo dicho, cree en la palabra, en la necesidad de alzar la voz y en la tarea docente como parte de su doble cometido. Política y periodismo. La lucha por la verdad como parte de la misión del periodismo, la lucha por la verdad como parte de la misión de la política.
La decisión expuesta en La República es valiosa doblemente porque no esconde una mirada voluntarista, como la de tantos grupos de exilados argentinos –o de otros lugares– que confunden sus deseos con la realidad y ven inminente la caída de dictaduras férreas. Por el contrario, La República plantea: “no puede decirse que la democracia esté hoy en auge ni en la Argentina ni en América ni en el mundo. Esto antes que desalentarnos, nos incita. Nuestro objetivo de hoy es derrotar a la junta militar fascista, que ha incurrido en los más aborrecibles crímenes de que la Argentina tenga memoria”.
Los derechos humanos
El periodismo militante de La República trajo un tema imposible en la Argentina de Videla y la Junta Militar. Y esta publicación cumple la tarea de denunciar las violaciones a los derechos humanos. El gran eje de La República es la defensa de los derechos humanos.
En 1977 ya escribía “cuando en un país las personas inocentes son secuestradas, arrestadas, encarceladas, difamadas, torturadas o muertas en razón de sus ideas políticas y carecen además de las libertades esenciales y de protección judicial, no se respetan los derechos humanos. Esto ocurre en la Argentina”.
Y denuncia con todas las palabras a los siniestros grupos de tareas: “Los secuestros pasan a ser ejecutados directamente por comisiones especiales de las Fuerzas Armadas. Tales secuestros se efectúan en horas de madrugada con métodos de extraordinaria violencia. La víctima es reducida, golpeada, vendada, amordazada, maniatada de pies y manos y además encapuchada. Su asa es saqueada, su automóvil robado, cuando no volado con expulsivos y en muchos casos su familia, vejada y maltratada. Los detenidos son llevados a las llamadas mazmorras que son cárceles clandestinas y se han instalado en dependencias o cuarteles, donde permanecen amarrados a las camas o durmiendo en el suelo. Todos son vejados y torturados. Las mujeres son sometidas a abusos sexuales. Muchos son muertos”.
Nada calla: “Los servicios de informaciones se han convertido en una máquina espantosa de aniquilar las libertades individuales y la seguridad de las personas, cuando no sus vidas. No hay autoridad en el país que se anime a enfrentar sus decisiones”.
Y también vislumbra “el peligroso descrédito para instituciones fundamentales como las Fuerzas Armadas”.
Aplaude la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que condena al gobierno argentino por sus gravísimas violaciones. Celebra en su número 14 el Premio Nobel de la Paz que la academia Sueca otorga a Adolfo Pérez Esquivel por su defensa de los derechos humanos.
Las voces
El gran referente es Hipólito Solari Yrigoyen. Ha sido uno de los pocos senadores del Movimiento de Renovación y Cambio alfonsinista entre 1973 y 1976. Lo secunda desde Venezuela Adolfo Gass.
Imposible dejar de mencionar a Miguel Ángel Piccato, editorialista de la Voz del Interior, y director de Jerónimo que luego trabajó de periodista en México y fundó La República en 1977. Lamentablemente muerto a los 43 años. Y también a El Chino Martínez Zemborain, vibrante y honesto luchador sindical y radical.
Los nombres desparramados. En Francia: Daniel Larriqueta, Carlos Pérez Gresia, Ángel Tello, Teresa Anchorena, Leandro Despouy. ¡Qué elenco se daba el lujo la Argentina de tener fuera! En España Osvaldo Dei Castelli, Fernando Ávila, Gustavo Asís Grillo, José Luis Ibáñez, Emilio Rodríguez. También Roberto Bergalli en Alemania y luego Barcelona.
Desde el Nº 1 en su primera página, La Republica sacude con una pregunta que todavía retumba: “¿Una dictadura más o la misma que desde 1930 sacude y anarquiza al país con sus influjos y reflujos, cada vez más virulentos?”.
Agrega que ante la dictadura hay “dos actitudes posibles: el conformismo o la protesta. Quienes marchamos al exilio no renunciamos a la lucha. El esclarecimiento y la denuncia son nuestras armas, las únicas con las que contamos, y es nuestro deber utilizarlas. La República será un instrumento en esa lucha, en esa tarea de reparación democrática. Se nutre del esfuerzo de un grupo de exiliados radicales. Nuestras páginas aspiran a nutrirse también con el aporte de gente que sin militar en la UCR, milita en la democracia”.
El periódico, marca el Estudio Preliminar, actúa a la vez en el campo de la izquierda y en el radicalismo yrigoyenista. Doble inscripción con tensiones.
El fin del anti-peronismo
El propio Solari Yrigoyen se aleja de las posiciones anti-peronistas y escribe: “el 24 de marzo de 1976 existió la percepción de que el derrotado no era el gobierno sino el pueblo”. Una convergencia que ya ha practicado desde la CGT de los Argentinos.
Estas palabras preanuncian el imparable Alfonsín de un lustro después, cuando convocará, más específico, a los conservadores de Pellegrini y Sáenz Peña, a los demoprogresistas de la Torre, a los socialistas de palacios, a los peronistas de Perón.
El enemigo es el poder económico
Y si el peronismo no es el culpable, ¿quién es?
“El golpe militar –escribe Solari Yrigoyen– tiende a crear un nuevo orden económico. Para que la minoría económica en el poder pueda imponer su programa al resto de la sociedad, el descenso político de las masas, es necesaria y la represión inevitable”.
Misma denuncia con la cuestión social: “la represión también se ha hecho sentir en el sector gremial, tanto obrero como empresario, sus principales organizaciones han sido intervenidas. Numerosos dirigentes obreros fueron detenidos, se ha suspendido el derecho de huelga, se han prohibido las negociaciones colectivas de salarios, se han congelado las remuneraciones, se ha derogado la estabilidad del empleado público”.
Hipólito escribe que “sólo un país con rigurosa censura de prensa, sin congreso, sin poder judicial independiente, con la actividad política incorporada como delito al código penal, sin vida sindical, sin autonomías provinciales y comunales, rígidamente uniformado con el imperio del terror, puede llevar adelante un programa económico de alta concentración capitalista, en beneficio de una pequeña clase dominante y privilegiada”.
La lucha pacífica
La Republica reivindica siempre la lucha pacífica. Ya en numero dos marca que “la oposición a la dictadura no pasa solamente por los grupos políticos armados”. Esa defensa de la vía pacífica no deja de comprender qué ha pasado en la Argentina. Recuerda que la guerrilla surgió “cuando entre 1966 y 1973 los militares golpistas clausuraron toda posibilidad de expresión y participación populares. La acción violenta apareció en la Argentina por culpa de las Fuerzas Armadas. Los primeros subversivos fueron y son los militares” (Nº 2, diciembre de 1977).
La prensa mundial va interesándose más y más en el caso argentino. La República refleja y reproduce artículos de la española Cambio 16, el francés Le Matin, o el diario Proceso de México. Con el tiempo, ya empiezan en 1979 a aparecer artículos que reproducen posiciones de los principales medios norteamericanos. Newsweek, Time, el Washington Post, New York Times. Los principales diarios y revistas denuncian las bestialidades de la dictadura argentina.
Se van sumando los líderes políticos europeos: Lionel Jospin, secretario general del Partido Socialista de Francia felicita a la Republica, el italiano Bettino Craxi También el uruguayo Wilson Ferreyra Aldunate, líder de la corriente antidictatorial del partido Nacional uruguayo, el propio Pérez Esquivel y el creciente Raúl Alfonsín.,
La red de contactos es un libro de figuras clave del siglo XX: Olof Palme, el primer ministro sueco que moriría asesinado; el gran Sandro Pertini, gloria de la resistencia antifascista del Partido Socialista. Luego presidente de Italia. Otro socialista, el francés François Mitterrand de la Quinta República Francesa. Y el también presidente, esta vez del Gobierno Español, Felipe González. A estos líderes socialistas se puede agregar Edward Kennedy, eterno senador progresista por Massachusetts, Estados Unidos.
Si a uno se lo puede juzgar por la altura de sus amigos, acá tenemos a Pertini, a Palme, a Mitterrand y a Kennedy.
Podemos medir a La Republica por sus amigos. También podemos medirlo por la calaña del principal adversario: la dictadura militar.
Todo dicho. Esos emigrados sin dinero, impedidos de volver y silenciados en su patria, recibían la solidaridad de los líderes más comprometidos con la libertad y la justicia. Estaban mucho más cerca del mundo que ningún otro.
Curioso: el equipo de Martínez de Hoz –nombres refulgentes que disputaban el título de mejor equipo de los últimos cincuenta años– creían que su plan los vinculaba al mundo occidental. Era al revés: la Argentina que se incorporaba al mundo era la de ese puñado de emigrados empobrecidos.