Jair Bolsonaro, el candidato extremista brasileño fue apuñalado a semanas de la elección presidencial. La herida es grave. El ex capitán yace ahora convaleciente, con depleción de oxígeno y con un ano contra natura. Antes de esa cuchillada, Bolsonaro tenía una pistola envainada por las dudas y una bota adentro del palacio de Planalto diseñado por el gran Oscar Niemeyer.
A Brasil se le esfuman los candidatos por el medio que sea. Como en un juego electoral distópico, Brasil crea un sistema de efectos sorpresa en el que cualquier emergente que esboce su voluntad de llegar al premio mayor del poder puede desaparecer por cualquier vìa impensada. Hasta que finalmente gobierne el que sobreviva a numerosas tragedias.
A Bolsonaro le atravesaron el hígado en el epicentro de una escena brasileira a full. Casi lo mata. Estuvo cerca. Brasil es violencia y muerte. Bossa Nova también, futebol y carnaval, todo enlodado en un sistema letalmente corrupto e imprevisible.
Lula, un gigante de la historia, manchado y mal, sin embargo, por el estrépito de la corrupción del Lava Jato compite desde la prisión por la presidencia. Y Bolsonaro desde el hospital. La justicia le impide por ahora ser candidato, pero no todo está dicho y Lula juega en las elecciones libre o encausado. Bolsonaro no podrá hacer campaña en las calles, pero el impacto del puñal que lo atravesó ya le suma votos, porque toda víctima crece en las encuestas.
En 2014 el candidato Eduardo Campos murió cuando su jet privado marca Cessna se estrelló sobre algunas viviendas de la ciudad de Santos, cerca de San Pablo. Reacomodar las fichas hizo que el mundo hablara de Marina Silva, la vice heredera, una ecologista y evangelista con una vida de película. Un cisne negro que no fue tal pero que sigue aleteando este año también.
En esta elección, que vuelve loco a los encuestadores que ya no saben a quiénes medir porque cualquiera tiene chances, está Lula pero no está. El ex presidente, el popular Lula, está preso a causa del Lava Jato y pugna porque la Justicia Electoral le permita contender por la presidencia a pesar de estar en una celda.
Y ayer por la tarde Jair Bolsonaro, diputado y ex militar, el espigado y blanco candidato de la ultraderecha, emergente del Lavajato y la recesión, el de los comentarios desagradables por racistas y misóginos, el vaquero que vive apuntando con los dedos en L para luego soplar el humo inexistente del simbólico caño de pistola de su índice impugnador y asesino, el Trump brasileño, el caníbal tropical, el facho verdeamarelo, el cavernícola que privilegia el fin sobre cualquier medio (llámese cualquier medio a la tortura sin más), el portavoz de un recambio de venganza y tolerancia cero, el anti político que estaba haciendo campaña en Mina Gerais con todos los clichés de la campañas pueblerinas, nada de escenarios redondos y aplausos de sit com, en andas por las calles, vestido con una remera con los colores patrios y con un slogan en el pecho mientras os mineiros se apretujaban, vitoreaban y filmaban con el celular lo que en horas siguientes serían un compilado a 360 grados del casi magnicidio brasileño en todas las redes y los diarios online, cuando en un instante ciñe, Jair Bolsonaro, su cara desbordante de dolor, se toca la panza allí, donde el puñal de ese que quiere torcer el porvenir de los porvenires que imagina, lo traspasa pero no lo mata.
El armamentista siente el gusto del filo cortándolo todo. Tramontina es la mejor marca de cubiertos y es brasileña. Pero no fue un Tramontina, fue un puñalito para destripar peces, peces de todos los tamaños.
Ahora la discusión se ha vuelto sobre lo que se vuelve siempre, ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos? ¿Qué es la vida y qué es la muerte? ¿El intercambio en la guerra trae la paz? Estas preguntas se desparraman hoy en Brasil de la siguiente forma: la ex presidenta Dilma Rousseff dice que se lo buscó por charlatán replicador del odio, parte del público condena a Dilma por justificar un intento de asesinato, pero los más especuladores paran la pelota y dicen, ojo, hay gente que hace tanto daño que mejora sacarla del juego y ni hablar sacarla antes, para prevenir. En cambio, los más deterministas dicen; no son las personas, son los procesos irreductibles de la historia. Pero también quieren opinar los dignos de las alturas: aquellos que saben poner otra mejilla o contener un improperio, y que dicen que se despegan de la escoria no bajando nunca a sus modos. Pero a éstos últimos les contestan los embarrados, los que hacen el trabajo en la mugre, con la locura propia del vengador.
Todo esto provoca Bolsonaro, que ahora compondrá el personaje con aires de Juan Pablo II o Lennon o JFK.
Bolsonaro y su tupé supremacista están heridos. Pero no de muerte. Su eventual triunfo en las elecciones podría leerse como una fuertísima regresión democrática. Sus opiniones son rústicas, anti republicanas y violentas. Todavía no ganó. Pero tampoco perdió. Políticamente está más vivo que nunca.