viernes 29 de marzo de 2024
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Carina Solmirano: “Las cárceles de América Latina se han convertido en escuelas de crimen”

Carina Solmirano es Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Magister en Seguridad Internacional de la Universidad de Denver en EE.UU. Especialista en Defensa y Seguridad con una trayectoria internacional de más de quince años. 

Venís trabajando temas de defensa y seguridad hace unos veinte años. Contanos en primer lugar como fue tu camino desde que terminás la carrera de Ciencia Política y te involucrarte con esas cuestiones.

El interés en tema de defensa y seguridad empieza en mi último año de la carrera, a partir de una materia, Seguridad, que tome cuando estábamos haciendo la orientación de Relaciones Internacionales. Parte del interés se dio, en ese momento histórico, desde un lugar que para mí era importante y que tenía que ver con que yo era mujer y civil. Era un nicho súper interesante en esos momentos y gracias a Dios un montón de gente me empujo a explorarlo de manera persistente. Después de trabajar un par de años, primero en cuestiones desconectadas de este mundo, en el Senado y demás, pasa el 11 de septiembre del 2001. Ahí me di cuenta que estos intereses que tenía en defensa y seguridad internacional, quería explorarlos de una manera más consistente y coherente a nivel académico. Entonces me presento y gano una beca Fullbright para ir a hacer una maestría en Estados Unidos, afortunadamente porque era un campo que en Argentina todavía no se exploraba, no había una maestría en Seguridad Internacional, había incipientes cursos pero nada sistematizado. Me fui a Estados Unidos en un momento muy particular, porque allí el discurso en torno a la seguridad se había endurecido muchísimo. Se había implementado lo que se conoció como el Acta Patriótica, que dio lugar a la intervención en un montón de espacios civiles que antes no habían sido invadidos de ninguna manera por el gobierno. El Estado se atribuía prerrogativas que violaban las libertades civiles que siempre allí han sido casi sagradas como la libertad de expresión, de opinar como uno quiere y demás. Este endurecimiento de la política llevó a que parte que esa formación que tuve en Estados Unidos incidiera en varios de los temas que me empezaron a interesar: se estaba haciendo toda la reforma de inteligencia, precisamente por las fallas que había tenido el sistema en detectar la eminencia de los ataques terroristas del 9/11. Las clases en torno a este tema se volvieron una especie de boom, se reclutaron muchos profesores que venían de las fuerzas armadas para darlas. Recuerdo que empecé a alejarme de algunas de esas clases, porque más allá de que intelectualmente eran súper interesantes, quizás no tenían tanto que ver con lo que yo programaba en mi cabeza como un futuro en mi carrera. Empecé a explorar que otras oportunidades podían haber de introducirme en cuestiones que tuviesen más que ver con el desarrollo, que en ese contexto tan cegado por un discurso más conservador a nivel de seguridad de Estado, era un tema impensado. Así empecé a engancharme en cuestiones más relacionadas con lo que pasaba en otras partes del mundo, por ejemplo cómo las nuevas amenazas a la seguridad internacional impactaban en algunos lugares del mundo que no eran necesariamente los Estados Unidos, desde el Medio Oriente a África, Argentina a Sudamérica, o a la gran América Latina que ya en ese momento tenía serios problemas de seguridad. Esos dos años de maestría fueron muy intensos y me llevaron a explorar tópicos nuevos saliéndome un poco del esquema de la defensa o de las relaciones cívico-militares, sobre todo en Sudamérica, que había sido el primer campo de expertise en el que yo me había formado, a explorar algo más amplio, una seguridad más internacionalista.

¿Te referís únicamente al terrorismo o hablas de otro tipo de amenzas también?

Post 11 de septiembre, para Estados Unidos, el terrorismo es la amenaza principal. Recordemos que en esa época, previo a la invasión a Irak, se hablaba de los Estados canallas, que representaban una amenaza porque se argumentaba que allí se alojaban células terroristas y nuevos criminales, etc. En menor medida, el tema del crimen organizado también es una amenaza para Estados Unidos, pero sigue estando en la agenda presente, sobre todo con el narcotráfico. No es algo nuevo, la famosa “Guerra de las drogas” declarada por Nixon en los setenta, que es cuando el narcotráfico pasa a ser de interés para la comunidad militar y de seguridad. Después hay todo una serie de amenazas que uno lo puede considerar más o menos militares, pero que para ellos son sus prioridades: las armas químicas, la proliferación de armas nucleares, que fueron otros de los ejes muy fuertes desde el 2001 en adelante, incluso en las campañas presidenciales, sobre todo durante la época del gobierno de Bush, como la cuestión de ejercer mayores sanciones contra Estados que podían estar desarrollando capacidad nuclear, química, biológica. Recordemos que el ataque a Irak se hace bajo el pretexto de que tienen armas biológicas, nucleares y químicas. Además aparece el discurso contra Corea del Norte, se crea esta sensación de que hay nuevos enemigos, que no son ya los de la guerra fría. Ahora hay una serie de amenazas que son de carácter trasnacional. Las redes terroristas no están localizadas, uno puede encontrar la fuente en determinados puntos geográfico del planeta, pero hoy por hoy sabemos que el terrorismo ataca de manera totalmente insospechada y sorprende todo el tiempo, precisamente porque son estructuras móviles que no tienen una organización vertical o formas que uno tradicionalmente imaginaría. Hoy por hoy basta a veces con un llamado telefónico o un mensaje de Whatsapp y se desata un ataque terrorista, que capaz no tiene la magnitud del 11 de septiembre, pero que igual causa daño y terror en la población que es el objetivo último de los ataques terrorista.

Estas nuevas amenazas que mencionas, ¿podemos visualizarlas en América Latina?

Creo que en América Latina no es una excepción, hay algunas manifestaciones que son como un derrame de los procesos mismos de globalización, que tiene que ver con como el crimen organizado se ha expandido en todo el mundo. Sobre todo porque tenemos un mercado ilícito muy importante en la zona andina que tiene que ver con la cocaína y en la zona que baja hacia el Paraguay, de marihuana, que produce un mercado ilícito enorme de drogas que reditúa billones de dólares anualmente. Miles de millones. Esto genera aumento de la violencia en la región, de la inseguridad, que es algo que nosotros vemos, no solo percibimos sino vivimos, cotidianamente. Por ahí podemos decir que no tenemos todas las amenazas que se plantean, pero definitivamente el narcotráfico es una de las manifestaciones más presentes en este momento. Otro problema que crece y se está convirtiendo en foco de atención de los gobiernos, tiene que ver con el tráfico de personas, que es algo que a veces uno no habla porque no imagina que hay un mercado -uso el término tomándolo con pinzas-, pero es así porque hay una transacción de por medio. Esta es una de las amenazas más grande que hay hoy para la seguridad de la región, porque realmente está relacionado con situaciones de trasporte de personas para hacerlas trabajar en condiciones casi de esclavitud, como también para fines sexuales. En general son jóvenes y menores de edad, mujeres muy jóvenes, chicos también. En muchos aspectos hay como una relación muy cercana entre redes de narcotráfico con redes de trata de personas.

 

Me imagino que cuando hablás del fin de las guerras estás pensando en Honduras, Nicaragua o El Salvador. ¿Cuál es la relación de esto que mencionas con la aparición de las Maras dentro de las cárceles?

Hay una relación directa e indirecta, porque en la época de las guerras civiles, lo que termina ocurriendo es que muchísima gente se va de estos países, se va de El Salvador, Guatemala, muchos terminan en Estados Unidos, en Los Ángeles, en Washington DC, donde se arman pequeñas comunidades de salvadoreños, de guatemaltecos, hondureños y demás. En los años ochenta se da el origen de estas pandillas que terminan después volviendo a Centroamérica. El pandillaje se arma en los barrios de California, en Los Ángeles. En los noventa, muchos son deportados a sus países. Son sus países de origen porque lo dice un acta de nacimiento, pero que por ahí son países en los que estas personas no crecieron. Vuelven Centroamérica a principios de los noventa, cuando muchos de estos países están terminando sus guerras. Llegan en un momento de transición, cuando se están reconstruyendo la sociedad, las fuerzas armadas, los aparatos policiales. Son países que al haber estado devastados por la guerra no tiene los medios económicos como para reintegrar a todo el mundo. No soy una experta en maras pero he leído autores que realmente entienden muy bien ese tema y lo que plantean es que la presencia y proyección de estas Maras en Centroamérica tienen que ver, de alguna manera, con la falta oportunidades para tantos jóvenes, quienes encuentran en la vida de una pandilla algo que les dé sentido de pertenencia. Pensalo en términos de lo que significa un barrio, los amigos, la contención de allí y demás, hay un factor indirecto en “pertenecer a…”. Algunos países, como El Salvador, implementan una política de “mano dura” y crece el nivel de violencia, las peleas entre pandillas, los ataques a civiles, las extorsiones. Aparecen los “peajes” que el transportista tiene que pagarle a los mareros, se incrementa la violencia hacia personas que no son de otras pandillas, las peleas entre las bandas. En un contexto de gobierno desbordados, con cuerpos policiales nuevos, sin experiencia por el propio proceso de transición, cuyas funciones incluso no tienen delimitada sus funciones. Además, con el fin de las guerras quedaron circulando millones de armas, que Naciones Unidas no terminó de recoger. Esas armas incrementaron la violencia con la que se vive en muchas sociedades en Centroamérica, y que lleva a sectores de la sociedad a resolver los conflictos con un arma  Este desborde de la violencia y las instituciones nuevas hacen que cueste definir que tipo de política es la mejor para contener a estos jóvenes, e incluso a reinsertarlos de una mejor manera en la sociedad y optan por pasar una ley en la que a muchos de ellos el simple hecho de tener un tatuaje los envía a la cárcel. El problema de enviar a la cárcel a todas estas personas, y sobre todo a muchísimos menores es que, la cárcel se convierte en una escuela de crimen. En América Latina están abarrotadas y sobrepobladas de gente, y en las mismas cárceles se arman grupos donde se replica la cultura de la pertenencia, eso de estar con un grupo o con otro. Cuando esa población es liberada, lo hace sin estar recuperada, como debería ser al salir de una institución penitenciaria, sino con un grado de violencia mucho más grande.

Es un posgrado en violencia…

Sí, pero además muchos de estos menores que en su momento fueron encarcelados, ahora ya son adultos, son jefes de banditas. Es la consecuencia no querida de una política que por ahí vos pensaste que iba a servir para frenar el aumento de la violencia y que termina produciendo el efecto contrario, porque eso lleva a que la violencia siga creciendo, incluso al interior de las cárceles.

A partir de las experiencias autoritarias y la intervención de las Fuerzas Armadas en los estados latinoamericanos, las sociedades y los gobiernos sucesivos han promovido, en mayor o menos medida, políticas de Derechos Humanos para evitar posibles repeticiones.

Hay que tener en cuenta que las reformas a las FFAA que vinieron luego del último ciclo de gobiernos autoritarios no fueron acompañadas de la misma manera por una reforma policial similar. El enfoque en esos años fue supeditar a los militares a la autoridad civil de manera que no se repitiera el pasado en el que las FFAA tomaban el poder por la fuerza frente determinadas crisis políticas (reales o percibidas). Y mientras los países en América Latina fueron más o menos exitosos en lograr el control civil de las FFAA, quedó por muchos años una deuda pendiente con las policías. Esta deuda, de alguna manera, no fue atendida hasta los años noventa, cuando la inseguridad y la violencia comenzaron a ser más palpables en la región y cuando los casos de abusos de autoridad policial y de gatillo fácil empezaron a ser más públicos. Creo que además en muchos casos, las estructuras policiales heredaron esquemas muy militarizados de la década del setenta cuya revisión no fue bienvenida. Hay que tener en cuenta también que las policías son estructuras muy verticales y jerárquicas y resistentes a cambios institucionales provenientes de las autoridades civiles.

Si a eso le sumas que en muchos casos estas estructuras se han visto envueltas en casos de corrupción o ligadas al crimen organizado, el panorama resultante es bastante desalentador para el ciudadano.

La policía sigue siendo asociada con una institución represiva cuando debería ser entendida como una institución que vele por la seguridad ciudadana. ¿Cuáles son las falencias de la policía hoy en día que permiten pensar esto? ¿Cómo se ha desarrollado en los últimos años? ¿Mejoró o empeoró?

Ahora, existen esfuerzos para revertir esta situación. En países como Honduras, que tuvo serios problemas de corrupción policial, se viene llevando a cabo una reforma policial que de a poco y pese a las resistencias, está dando resultados. Ecuador también realizó una revisión de su policía y de su método de policiamiento y logró reducir el delito sustancialmente. En Chile, donde Carabineros siempre fue visto como el modelo de policía a imitar, se está comenzando a debatir una reforma a partir de casos recientes de corrupción. Hoy día parte de la currícula de formación de las policías incluye módulos de derechos humanos, de uso racional de la fuerza, de género y diversidad. Son procesos que pueden llevar años pero que deben hacerse para evitar esta visión tan negativa de la sociedad contra sus propias policías. Acordate que en las encuestas del Latinbarometro, año tras año la policía es evaluada de manera muy negativa y creo que esto tiene que ver con los problemas institucionales que tienen al interior (estos resabios autoritarios que mencionaba antes) y el hecho que la inseguridad y violencia continúa creciendo en la región y la gente percibe que no hay mejoras sustanciales en ese aspecto.

En algunos países de América Latina, las soluciones cortoplacistas para la solución de los conflictos ocasionados por el crimen organizado ha sido la militarización de la sociedad. ¿Por qué, afortunadamente, una solución de ese tipo es impensable en Argentina cuando sí es utilizada en países vecinos que vivieron las mismas experiencias?

Hay experiencias puntuales donde este fenómeno ocurre: México y Brasil (más específicamente Río de Janeiro) son los casos más conocidos, pero también incluiría el Triángulo Norte formado por El Salvador, Honduras y Guatemala, donde las FFAA han participado también en apoyo a las policías locales para combatir el crimen organizado en general (no solo el narcotráfico).

También distinguiría en que contextos se tomó la decisión de involucrar de manera directa a los militares en este combate al crimen organizado. Y es que tanto en el Triángulo Norte, como en México y Brasil, los niveles de violencia causados por el crimen organizado y la cantidad de homicidios relacionados a este son comparativamente más altos que en otros países. Por ejemplo, en el peor momento de violencia en Honduras, en 2011, las tasas de homicidio en San Pedro de Sula (considerada entonces la ciudad más violenta del mundo) alcanzaron los 159 homicidios por cada 100.000 habitantes. Pensá que la OMS habla de epidemias de violencia cuando las tasas de homicidio superan los 10 homicidios por cada 100.000 habitantes. Brasil tiene tasas altísimas de homicidios también, comparadas con el resto del Cono Sur. Y un dato no menor para poner en perspectiva este tema: de las 50 ciudades más violentas del mundo, 43 están localizadas en nuestra región.

Por otro lado, en estos países, hay una cartelización de los grupos criminales que encrudeció aún más la violencia. Los homicidios violentos entre grupos armados criminales son altos en Brasil, donde operan varias organizaciones criminales que compiten entre sí por espacios de poder y por los recursos generados por el narcotráfico. Hay un artículo muy bueno que publicó hace poco una colega nuestra, Carolina Sampó, donde se resume de manera muy concreta cual es esta dinámica de crimen organizado en Brasil.

Creo que como vos decís, los gobiernos pensaron que la solución en el corto plazo era esta. Por un lado, se observaba que muchas de las policías en estos países eran ineficientes y corruptas y, por otro, había una especie de demanda popular por este tipo de enfoques. En algunas encuestas, como las del Latinbarometro, la gente tiene una opinión mucho más positiva de las FFAA que de la policía.

El problema en todos estos casos que te contaba es que la medicina fue peor que la enfermedad. Tanto en México como en Brasil, la participación de las FFAA en el combate contra el crimen organizado ha conllevado graves acusaciones de abusos de DDHH.

El caso argentino dista mucho de presentar estas características, ya que está lejos de esos niveles de muertes violentas, y el narcotráfico aún no se ha cartelizado como si lo había hecho en Colombia en su peor época o en México. Entonces, cuando se habla de apoyar a las fuerzas de seguridad en la zona de frontera, realmente lo que se discute es el apoyo logístico que darán las FFAA a la Gendarmería y la Prefectura. Este tipo de apoyo ya se dio en la administración anterior con el operativo Escudo Norte.

¿Cuál es la situación del narcotráfico hoy en día? ¿Qué soluciones se podrían aplicar? ¿Cómo se trabaja con el resto de los países involucrados en la lucha contra el narcotráfico? ¿Cómo ha surtido el auge de la lucha contra el narcotráfico en las políticas de seguridad?

El narcotráfico, como manifestación del crimen organizado, ha crecido exponencialmente en los últimos años. Basta mirar las estadísticas de la ONU que dan cuenta en su último informe que la producción mundial de cocaína alcanzó en 2016 el nivel más alto jamás reportado, con un estimado de 1.410 toneladas. La producción de opio, también aumentó un 65% entre 2016 y 2017, alcanzando las 10.500 toneladas. También ha crecido la producción y tráfico de metanfetaminas y se continúa observando un crecimiento en el consumo global de marihuana. En EE.UU., ya se habla de una epidemia de los opiaceos.

Difícil estimar el valor del mercado, tanto por su naturaleza ilícita, como por la cantidad de actores que participan desde el inicio hasta el final del proceso. La mayoría de la información proviene de las incautaciones, las que representan un pequeño porcentaje del negocio. Además, existen diferencias entre los países a la hora de medir el valor de esa actividad, con lo cual se dificultan las comparaciones homogéneas. Pero aun así, los estimados que elabora la ONU y el Global Financial Integrity calculan que el narcotráfico genera entre 436.000 y 650.000 millones de dólares.

Por eso muchos expertos creen que la clave para combatir al narcotráfico es enfocar los esfuerzos en combatir el dinero que este genera. Esto significa atacar los sistemas financieros que facilitan que este dinero generado de manera ilícita continúe circulando.

En Argentina, los últimos informes del SEDRONAR indican que el consumo de drogas se duplicó entre 2010 y 2017. El país, que en el pasado supo ser solo un país de tránsito de drogas hoy también es un país de consumo. Este giro ha producido el crecimiento de redes narcocriminales y el crecimiento de los delitos.

¿Cómo se conjugan las instituciones de seguridad y defensa en la lucha contra el narcotráfico? ¿Cuándo termina una y empieza la otra?

Es difícil trazar una línea recta acá porque sabemos que la naturaleza de las amenazas a los estados ha mutado desde el fin de la guerra fría. Hoy, el mundo, ve que los conflictos raramente son de carácter interestatal como en el pasado, lo que justificaba esta distinción entre seguridad (hacia el interior) y defensa (hacia el exterior). Pero si sabemos, que las funciones son distintas y que en muchos casos esto debe continuar siendo así ya que el ethos de cada fuerza, su formación y entrenamiento en armas, su doctrina, etc., son diferentes.

Sabemos que las FFAA están entrenadas y organizadas bajo la lógica de destruir al enemigo, para lo cual se enfatiza la jerarquía, la disciplina, la obediencia y lealtad, y la reserva y el secreto de sus acciones. Por otro lado, las policías son entrenadas y organizadas para resolver problemas, prevenir y controlar el delito, así como para mantener el orden público.

Los ejemplos que mencionábamos recién de experiencias fallidas de participación de las FFAA en temas de seguridad, que provocan consecuencias no deseadas me lleva a preguntar si en realidad se conjugan estas instituciones, si deben hacerlo y para qué.

Y de nuevo, no hay una respuesta lineal. Pienso en un caso puntual donde ambas instituciones han tenido injerencia en la lucha contra el narcotráfico: Colombia, que es un caso paradigmático ya que la policía nacional depende del Ministerio de Defensa y han sido las FFAA quienes han estado al frente de la lucha contra el narcotráfico y los grupos armados. Colombia ha sido azotada por una guerra que duro casi cinco décadas, y este no es el caso del resto de la región. Si viste la serie Narcos en Netflix esta presencia militar se nota a lo largo de toda la serie, con la policía quizás un poco más behind the scenes. Pero más allá de la experiencia colombiana donde son las FFAA las que llevan adelante estos esfuerzos, existen muy pocos ejemplos donde esto ocurre de la misma manera que allí.

Hace poco, el Congreso peruano aprobó una ley que permite a las Fuerzas Armadas participar en la lucha contra el tráfico de drogas. La medida tiene como objeto fortalecer las acciones militares contra este delito, permitiendo al Ejército nacional efectuar interdicción terrestre, acuática y aérea pero sólo como apoyo a la Policía Nacional y a pedido de esta.  En Chile, hay similares esfuerzos en la frontera norte para apoyar con tareas de Carabineros en temas de narcotráfico. En Uruguay también se está discutiendo este tipo de apoyo en las fronteras.

¿Encontrás relación entre el sentido de pertenencia que mencionabas antes entre quienes integran las maras con el que a veces se señala se da entre los jóvenes migrantes o hijos de migrantes que llegan a Europa y terminar integrados a grupos como los que hicieron los últimos atentados que vimos en los últimos años?

Soy cuidadosa con paralelismos, porque en realidad no creo que sea tan lineal la relación entre el inmigrante llegado a Europa y que no es integrado por la sociedad europea y la posibilidad de que esa persona se convierta en terrorista. Me parece que no es tan directa la relación y de hecho en muchos casos se ha comprobado que esas personas estaban más locas que otra cosa. Me parece que es un discurso muy peligroso asociar eso. En su momento en una de las clases que tomé sobre terrorismo en Estados Unidos, uno de los libro que habíamos leído, hablaba de cuáles eran los factores que llevaban a que una persona se vuelva en terrorista, como si fuera una especie de manual, nuestro profesor era bastante crítico y decía: “a la gente le gusta pensar que todos  los terroristas son pobres: ‘porque yo soy pobre y tengo mis problemas de pobreza y no puedo salir de ahí, me indigno con la sociedad y el mundo y me convierto en terrorista’”. Y la realidad es que sabemos que Bien Laden no era pobre, venia de una familia muy rica, saudí. Quizá tenía que ver con espacios de poder perdidos luego de la guerra de Afganistán, cuando Estados Unidos se mete. Este tipo de cosas, por ahí no tiene que ver necesariamente con el factor económico, o con la exclusión social. Yo viví muchos años en Suecia, donde hay comunidades de inmigrantes enromes, los últimos que llegaron son de Siria y Afganistán, pero también llegaron comunidades enromas de iraquíes, muchos latinos en los setenta que escaparon de las dictaduras, y gente de los Balcanes, ¿en todas esas minorías hay alguno que otro delincuente? si seguro, pero no es la regla ni la relación directa. Fíjate los ataques terroristas que ocurrieron en Oslo, ¿quién los hizo? un ciudadano de allí, un tipo que está loco. Si, un loco. Por ahí más ligado a la derecha o no sé qué. Pero era una persona con inestabilidad mental, no tenía nada que ver, no era ni un inmigrante ni un refugiado.

 

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