Publicar en El Día el 4 de diciembre de 2016
Una de las consultas más reiterativas que la gente me hace por las redes sociales es si conviene renovar el plazo fijo o comprar dólares. Mi tendencia natural es a recomendar los nuevos plazos fijos que garantizan cobertura ante la inflación y que además dan una pequeña renta real. Actualmente muchos bancos ofrecen instrumentos de este tipo que actualizan por el mecanismo de UVIs o UVAs.
La lógica de la sugerencia es que no hay modo de saber si el dólar va a subir o a bajar en el corto plazo. La mayoría de la gente encuentra un poco decepcionante esta afirmación; después de todo, se supone que un economista ha estudiado muchos años y debería poder saber un poco más que el hombre de la calle. Pero si lo pensamos bien, resulta razonable porque si los expertos en finanzas supieran que el dólar va a subir la semana que viene, todos estarían comprando dólares esta semana, para aprovechar la suba. Lo que ocurre es que, si los profesionales recomiendan comprar y salen a hacer lo propio, el dólar no tardaría una semana en subir, sino que lo haría hoy, a partir de la presión de esos compradores.
En finanzas esa idea se conoce con el nombre de “mercados eficientes”, puesto que, si efectivamente funcionaran así, en cada momento del tiempo los precios ya reflejarían toda la información que se tiene sobre el futuro y no tendría ningún sentido tratar de adivinar lo que va a pasar con el dólar o con el precio de las acciones, por poner dos ejemplos. Bajo esta teoría la respuesta más honesta que un experto puede dar es que no tiene la menor idea de lo que va a pasar con la cotización del billete norteamericano.
Homo economicus, versus homo sapiens
Sin embargo, en la realidad, como demostró el Premio Nobel de Economía, Robert Schiller, nos pasamos de rosca en nuestras reacciones ante las novedades y por lo tanto los precios muchas veces reflejan esos estados de pánico o euforia colectivos, rebotando mucho más de lo que el análisis lógico de la oferta y la demanda indicaría.
Pasó primero con el Brexit y aparentemente está pasando ahora con Trump. Al otro día de la noticia da la sensación que se va a caer el mundo, todos corren a comprar moneda dura, sube incluso fuerte el oro, ultima reserva de valor, y asistimos a semanas de extrema volatilidad en los mercados. Pero después baja la espuma, pasa la excitación inicial y buena parte de la sobre reacción en el precio de los activos, incluido el dólar, se corrige.
El problema es que, si bien con el diario del lunes resulta fácil explicar este ciclo de ajuste de precios que siempre se repite, nadie conoce en la previa a los hechos, el timming de los acontecimientos.
Factores fundamentales detrás del dólar
Más allá de la suba que puede producirse siempre ante una novedad inesperada, en general el precio del dólar refleja su escasez relativa. Así, si faltan divisas se encarece el billete y si sobran dólares baja su precio. Por esta razón, de no mediar novedades no se debería modificar la paridad entre nuestra moneda y las del resto del mundo, de manera que el dólar debería mantenerse sin cambios en términos reales y esto quiere decir que su precio debería acompañan a la inflación, de suerte tal que si hoy sale $16 y esperamos 17% de inflación para los próximos doce meses, en diciembre del año próximo debería rondar los $18,70.
Sin embargo, lo cierto es que se espera mucho ingreso de divisas en 2017. En primer lugar, por la mayor producción del campo, en segundo lugar, por el impacto del blanqueo y en tercer lugar porque hoy Argentina está considerada “país fronterizo” por parte de las calificadoras de crédito internacionales y si esa evaluación mejora e ingresamos al club de los países “emergentes”, eso supondría una masiva afluencia de capitales.
Luego de lo expuesto anteriormente, el lector puede preguntarse si esos datos ya no deberían estar incluidos en los valores actuales de los activos, pero en un mundo con incertidumbre los precios solo incluyen parcialmente esos fenómenos que se esperan, ponderados por su probabilidad de ocurrencia.
Pánico a flotar
Independientemente de si la suba de los últimos días fue por culpa de Trump o por la exageración de los ahorristas, los medios de comunicación han demostrado, salvo honrosas excepciones, un gran desconocimiento del modo en que se determina el precio del dólar en nuestro país.
Muchos siguen pensando con el esquema del cepo, donde el Banco Central fijaba el precio de las divisas, de manera tan rígida que cualquier suba como la de esta semana era una clara señal de agotamiento del modelo que indicaba una casi certera mayor devaluación en el futuro cercano.
Pero en un régimen de flotación administrada como el actual, las oscilaciones frecuentes son moneda corriente y de hecho confirman la principal virtud del esquema de flotación, que en la práctica funciona como un amortiguador que nos permite absorber los impactos de las novedades financieras y comerciales internacionales.
De hecho, el mismo día que Trump se convertía en Presidente electo, el dólar en Brasil salía 3,16 reales y desde entonces acumula una suba de 9,8% cerrando el viernes a 3,47. La pregunta entonces debería ser por qué en Argentina no subió tanto, puesto que aquí un dólar salía a $15,03 a principios de noviembre y si hubiéramos devaluado lo mismo que Brasil, hoy tendría que costar $16,50.
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