lunes 30 de diciembre de 2024
spot_img

Una ley conflictiva en Medio Oriente

La decisión del Parlamento israelí de proclamar como un Estado nación del pueblo judío ha levantado polvaredas. Se lo ha vivido, desde afuera del país, como una exclusión de la minoría árabe —el 20% de la población que vive en el territorio— y que tiene representantes en ese mismo Parlamento dominado por la prédica nacionalista, xenófoba, de derecha extrema del primer ministro Benjamin Netanyahu.

Hijo de un historiador de vastos conocimientos, hermano del oficial asesinado por soldados ugandeses en el rescate de los pasajeros judíos del avión secuestrado por guerrilleros palestinos con ayuda de subversivos alemanes en Entebee, en Uganda, Netanhayu tiene un historial de patoterismo ideológico. Ha sabido subirse al temblor popular, al miedo extendido por ser un país pequeño rodeado de amenazas constantes, lluvia de cohetes desde Gaza y mala prensa en el mundo. Para ganar votos ha entregado 67 mil hectáreas de territorio palestino en Cisjordania para levantar asentamientos de ultra-religiosos. Solo se ofreció 32 hectáreas a los palestinos para que las trabajen.

Pero, además, dentro de la habilidad de Netanhayu (en estos momentos investigado por la policía por sobornos y corrupción) figura la de haber establecido una alianza con ultraortodoxos religiosos y emigrados rusos que fueron llegando en las últimas décadas. Son los que lo respaldan con más de dos millones de votos. Carga Netanyahu con una responsabilidad de dirigente que no la puede borrar: se burló y atacó a Isaac Rabin, que deseaba firmar un tratado de paz con los árabes. A Rabin lo mató el 4 de noviembre de 1995 un ultra-religioso que obedecía a una confabulación de otros religiosos radicalizados. Definían a Rabin de “traidor” y argumentaban que los libros sagrados justificaban la muerte violenta si alguien “ponía en peligro al pueblo”.

Rabin no era cualquier persona. Y los servicios de seguridad no lo protegieron lo suficiente frente al ataque mortal. Volcado hacia el partido laborista, fue un militar reconocido, séptimo jefe del Estado Mayor del Ejército, premio Nóbel de la Paz (en 1994), que buscó un entendimiento con los palestinos como ninguno lo hizo. Era “sabra”, nacido en Israel, a diferencia de sus antecesores, en la conducción del país. También era un dirigente sincero: admitió la guardia baja, los errores del sector de inteligencia civil y militar en el fuerte ataque árabe que se inició en 1973 y que dio pie a la guerra de Yom Kipur, donde Israel casi pierde su soberanía territorial.

Rabin, como el resto de los partidos de centro-izquierda, no hubiera permitido la reciente declaración del Parlamento, vigente en un país democrático, donde conviven dos presidentes del país que están encarcelados o por soborno o por acoso sexual, con un desarrollo científico y tecnológico envidiable. Simplemente se hubieran opuesto porque es una provocación. El 20% árabe, sobre una población de 8 millones y medio de personas, se sentirá en la marginalidad, serán radiados.

La comunidad árabe internacional, los palestinos y la misma Unión Europea definieron a la ley como discriminatoria, ya que no reconoce al 20% como parte integrante de la comunidad israelí.

Pero esta ley del Parlamento contiene otro atrevimiento: define a Jerusalén como capital de Israel, vulnerando acuerdos firmados entre las partes en conflicto, complicando así todo intento de diálogo pacifista.

Netanyahu se mueve, internacionalmente, como un aliado fundamental de Donald Trump, venerado por los seguidores del Primer Ministro que consideran al presidente norteamericano como un héroe por haber trasladado la embajada estadounidense a Jerusalén. A nivel mundial Netanyahu se mueve como pez en el agua. Dialoga o busca comerciar con Vladimir Putin y en Polonia le dio la razón al gobierno de Varsovia que prohibió toda alusión que los polacos participaron de la matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Históricamente hablando, en aquellos años hubo de todo: fue el gobierno polaco en el exilio, en Londres, en 1942, quien denunció la persecución atroz de los judíos en Europa. Del mismo modo fueron polacos los que facilitaron armas a los que se levantaron contra los nazis en el gueto de Varsovia. Sin embargo, está demostrado que muchos polacos fueron ayudantes de los ocupantes alemanes y de las SS. Del mismo modo que muchos polacos fueron prisioneros en campos de concentración. Sin embargo, un libro esencial, titulado Vecinos, del historiador Jan Gross, narra la historia de una ciudad polaca ocupada por los nazis. Sin que los victimarios nazis lo pidieran, los vecinos polacos armados con armas caseras decidieron espontáneamente matar a gran parte de la población judía, con la que habían compartido las peripecias del paso del tiempo.

El argumento del asesinato colectivo fue que los judíos colaboraron con los comunistas cuando la URSS ocupó el sector oriental del país. Muchos judíos fueron asesinados después de la Segunda Guerra Mundial cuando fueron a reclamar sus propiedades a los polacos que las habían ocupado. En Polonia el antisemitismo está a flor de piel. Cuando el Partido Comunista, en la década del sesenta, optó por una posición nacionalista, echó a los judíos de todos los cargos académicos y profesionales. Una de las víctimas fue el destacado analista del pasado y del presente Zygmunt Bauman.

Publicada en Infobae el 22 de julio de 2018.

Link https://www.infobae.com/opinion/2018/07/22/una-ley-conflictiva-en-medio-oriente/

 

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

David Pandolfi

Los indultos de Menem

Maximiliano Gregorio-Cernadas

Eterna emulación de los dioses

Fernando Pedrosa

Si Asia es el futuro, hay que prepararse para las consecuencias