miércoles 24 de abril de 2024
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Hacia lo nuevo

La oleada de adjetivos estercoleros, que desde Donald Trump hasta esa pléyade de periodistas lambedores –parte del coro estable de los poderosos–, derramaron ante la muerte de Fidel Castro, señala la magnitud del objeto de sus bajezas. Por otro lado, están los huérfanos que ya estaban en el desierto cuando perdieron a su último profeta, aquellos que todavía se aferran a algo que denominan “estar del lado del pueblo” una sentencia tan vaga como la “voluntad general” de Jean J. Rousseau. Ambos muestran esquemas mentales viejos.

Es indubitable que Castro es una figura emblemática de la política del siglo XX, lo atestiguan sus seguidores y sus detractores, como tampoco podemos dudar acerca de los grandes logros –y las particulares circunstancias en que se alcanzaron– y los enormes yerros de un sistema político que el gran escritor cubano Leonardo Padura ha pintado magistralmente en sus obras, sin por eso haberse exiliado en Miami. Ningún bando hará el juicio justo, a ninguna orilla de la “grieta” le interesa más que su propia ventaja: condenar o glorificar al líder que hacía diez años había abandonado la comandancia en favor de su hermano. Los “juicios” de la historia también entran en el terreno conjetural. En el siglo XXI es probable que se abra paso a una nueva forma de pensar, de reflexionar acerca de los sucesos y, tal vez, de hacer política. Castro pertenece al siglo agonal de las dos guerras mundiales y de la despiadada guerra fría, en suma, de la misma forma de construir poder.

La realidad es que si bien Cuba hoy no es Haití, tampoco es un edén. Los múltiples desafíos que enfrenta, desde sus problemas económicos estructurales –agravados por la crisis venezolana– hasta la presidencia amenazante de Trump quien ya dijo que va a anular el acuerdo que Barack Obama firmó con Raúl Castro por uno “mejor para ambos pueblos”, y una dirigencia cubana poco renovada, aumentan la sensación de desamparo que hoy viven los cubanos de duelo.

Sin embargo, Raúl –que para algunos analistas tiene una agenda propia– lleva diez años de reformas silenciosas. Ya en la Asamblea Nacional de 2010 dijo: “Tenemos que borrar para siempre la noción de que Cuba es un país en el que se puede vivir sin trabajar”. Reemplazó a varios viejos dirigentes fidelistas y colocó algunos más jóvenes; realizó una apertura hacia la creación de un empresariado privado nacional; redujo subsidios estatales y ajustó los salarios a algunos criterios de productividad. Raúl, cinco años menor que Fidel ya anunció su retiro en 2018 y todo indica –aunque sin seguridad– que su vice Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, de 56 años y sólida formación lo sucederá.

Cuba sabe que tiene que cambiar, que orientarse hacia una profundización de la democracia en busca de nuevos paradigmas. En el pasado promovió la revolución, hoy podría promover lo nuevo porque el mundo mira hacia allí con interés.

Cuando luego de nueve días de itinerario por toda la isla, las cenizas de legendario Fidel se detengan, comenzará un periplo incierto para un pueblo que hizo historia y que hasta ahora no pudo diferenciar la revolución de su mentor: para algunos un padre bueno, para otros un padre malo, para todos, un padre.

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