lunes 7 de octubre de 2024
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La Guerra del Paraguay, una lucha cruel que unió al país

La Guerra con el Paraguay ocupa un lugar crucial en el proceso histórico argentino. Al final de esta contienda larga y sangrienta, las “Provincias desunidas” del Río de la Plata comenzaron a parecerse a la Nación Argentina, consolidada interiormente y diferenciada de los otros estados de la Cuenca del Plata. Por otra parte, la guerra ocupa un lugar significativo en el “relato” dominante sobre el pasado argentino. En el sentido común está instalada la idea de que Gran Bretaña manejó los hilos y promovió un conflicto que le permitió asentar su dominio económico y político en la región y, sobre todo, aniquilar el incipiente desarrollo nacional autónomo del Paraguay.

Para aclarar estos interrogantes, el Club del Progreso convocó a Miguel Ángel De Marco y Eduardo Míguez. Ambos son miembros de la Academia Nacional de la Historia y han escrito libros sobre diferentes aspectos de este hecho polifacético e irreductible a miradas simplificadoras (los videos del ciclo están disponibles en http://www.gazetaprogreso.com.ar).

La guerra se inició en 1865 y, contra el pronóstico optimista del presidente Mitre (“en tres semanas, en Asunción”) se prolongó hasta 1870. El balance final incluye alrededor de 300.000 muertos -dos tercios de ellos paraguayos- y una porción importante del Chaco paraguayo apropiado por Brasil y la Argentina. Curiosamente, es difícil encontrar una gran causa para tamaño resultado. En verdad, una serie de pequeñas tensiones encadenadas terminaron convergiendo en un gran conflicto.

Míguez explicó que estas guerras fueron habituales en el siglo XIX, durante el proceso de formación de los estados nacionales. Así ocurrió durante las unificaciones de Italia y Alemania, que culminaron en 1871, y en cierto modo con la Guerra de Secesión estadounidense, concluida en 1865. En Hispanoamérica, las jóvenes repúblicas surgidas del estallido del Imperio español dieron forma a sus estados al compás de guerras, que inicialmente son llamadas “civiles” y desde mediados del siglo XIX se denominan “internacionales”. La Cuenca del Plata se encontraba en un momento transicional, con Estados ya esbozados, límites en disputa y conflictos políticos internos que cruzaban las fronteras. Fue el entrecruzamiento de esos alineamientos, originado en un conflicto en Uruguay, el que condujo a una guerra no querida por nadie, y para la que nadie estaba adecuadamente preparado.

Así lo subrayó De Marco. Paraguay, un estado fuertemente centralizado al que llamaban “la Prusia del Plata”, tenía más soldados que sus vecinos, pero solo disponía de armamento anticuado y carecía de un cuadro de oficiales formado y autónomo, de modo que todas las órdenes debía darlas el Supremo, Francisco Solano López. La rápida derrota de su flota, en las cercanías de Corrientes, clausuró la posibilidad de abastecerse en Europa, de modo que a la larga su suerte estaba echada. En cuanto a la Triple Alianza, el ejército uruguayo prácticamente no existió. Las tropas brasileñas, dispersas en su extenso territorio, tardaron en reunirse en el frente de combate; su punto fuerte era la flota, que dominó las aguas y cercó al Paraguay.

Un país recién unificado

En cuanto a la Argentina, su Estado solo había llegado a unificarse en 1861, y el Ejército de Línea -de organización poco profesional- estaba dedicado a mantener el orden en las díscolas provincias del interior. Se contaba con la convocatoria de la Guardia Nacional, formada por ciudadanos armados. Pero esta movilización, eficaz cuando se trataba de luchar con provincias vecinas, fracasó rotundamente cuando se las convocó para algo tan remoto como guerrear con el Paraguay. Los voluntarios fueron escasos, las levas se hicieron con violencia y ocurrieron frecuentes dispersiones o sublevaciones. La más notable fue la de la caballería entrerriana, veterana de las guerras civiles, que desafiando al mismísimo Urquiza se negó a combatir y se desbandó.

Al mando de ese ejército, Mitre debió hacerse cargo de todo: reclutamiento, equipamiento, abastecimiento, sanidad. De Marco subraya su capacidad de organizador, reafirmada cuando en 1867 también se hizo cargo de enfrentar a las montoneras levantadas en la zona andina por Felipe Varela. El caudillo unió las resistencias espontáneas a la guerra con la hostilidad de muchas provincias al Estado nacional, al que identificaban con Buenos Aires. Fue un momento crucial para la suerte del joven Estado, que el ejército nacional logró superar, aunque sus jefes debieron pagar costos personales muy altos: Mitre vio tronchada su carrera poltica y Urquiza, que lo respaldó, fue asesinado por sus conmilitones entrerrianos.

La guerra con Paraguay fue larga, en parte por la extraordinaria capacidad de los paraguayos para resistir cuando lucharon en su propio terreno, y en parte por la falta de entendimiento con los brasileños, cuya flota obstaculizó los planes de Mitre, empujándolo al desastre de Curupaytí. En 1867, cuando asumió el mando el brasileño Caxías, los esfuerzos se unificaron y los aliados ocuparon Asunción. Faltaba la parte más luctuosa: la desesperada resistencia de Solano López, que concluyó en 1870, luego de una terrible matanza.

La opinión sobre la guerra cambió a lo largo de esos años. Muchos de quienes celebraron su inicio, al final se lamentaron de la triste suerte de los vencidos: “Llora llora urutaú… ya no existe el Paraguay, donde nací como tú”, escribió por entonces el poeta Carlos Guido Spano, mientras que Alberdi publicó El crimen de la guerra. Un punto importante fueron las condiciones que impusieron los vencedores. Entre otras, se dividieron el Chaco paraguayo (Brasil obtuvo la parte más importante). ¿Fue justo? Ambos historiadores coinciden en que -juicios morales aparte- ese era el resultado habitual de las guerras en el mundo.

Tras las batallas

Para Míguez, el balance de la guerra es ambiguo. Sin duda, el número de muertos y de heridos pesó mucho en la Argentina, y se sumó a los efectos de las epidemias de cólera de 1867 y de fiebre amarilla de 1871. Pero a la vez la guerra, desarrollada en tierras ajenas, estimuló a muchos sectores de la producción y el comercio, ligados al abastecimiento de las tropas.

Más a largo plazo -señaló en el cierre el moderador Eduardo Zimmermann- el Estado nacional salió fortalecido de esta guerra. La identidad argentina -simbolizada en su bandera- comenzó a tener un sentido tangible en la población. Muchas dependencias estatales nacieron y crecieron por las necesidades de la guerra, y particularmente el Ejército, que se forjó en el combate como institución profesional, se ganó el respeto de la sociedad y afirmó su legitimidad para completar, en los años siguientes, la tarea de consolidación territorial y estatal.

¿Que pasó con los ingleses? ¿Y el imperialismo? Eso preguntaron algunos, sorprendidos porque los expositores no tocaran el tema. Ambos coincidieron: los ingleses no tuvieron participación ni influencia importante. Por entonces, su interés en el Río de la Plata era secundario, sus relaciones con Brasil eran malas -cuestionaban el tráfico de esclavos-, querían hacer buenos negocios con el Paraguay y, en general, tratándose de su “imperio informal”, siempre preferían la paz.

¿Y Felipe Varela? En su célebre proclama de 1866 llamó a unirse en contra del Imperio. Pero no se trataba de Gran Bretaña -señala Míguez- sino del imperio brasileño, popularmente repudiado por monárquico y esclavista. Convertir estas palabras en un alegato anti británico -como se hace en Felipe Varela. Caudillo americano, el libro de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde- es uno de los recursos habituales de quienes, sobre hechos tergiversados, construyen relatos anacrónicos e ideologizados.

Publicado en La Nación el 13 de mayo de 2018.

Link https://www.lanacion.com.ar/2133444-la-guerra-del-paraguay-una-lucha-cruel-que-unio-al-pais

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