La evolución política y social de México ha merecido frecuentemente un interés especial, quizá más marcado que en la mayoría del resto de los países iberoamericanos. No se trata sólo de las importantes cifras de superficie, población y producto per capita; también tienen algo para opinar la historia, la cultura y los mitos nacionales adoptados por los mexicanos, que les otorgan una personalidad propia.
Si dejamos que hable la historia, encontraremos, a principos del siglo XVI, la invasión del continente por parte de Hernán Cortés, que pondrá el primer ladrillo del gran imperio colonial español, que perdurará hasta 1810 bajo el nombre de virreinato de Nueva España. Buenos Aires, en ese tiempo, no era mucho más que un puerto de comerciantes y contrabandistas.
El recuento de votos de la elección presidencial mexicana indica que ganó en forma contundente el candidato de la izquierda y exalcalde de la ciudad de México Andrés Manuel López Obrador, produciendo un terremoto, que no por esperado resulta menos significativo.
¿Qué México elegirá López Obrador como modelo? No será, ciertamente, el de las luchas fratricidas del siglo XIX, encarnadas por dos figuras históricas incompatibles entre sí: el “mariscal” Antonio López de Santa Anna, que juró once veces como presidente (seis veces portando las insignias conservadoras, y cinco veces las liberales), y que sufrió grandes pérdidas territoriales a manos de los estadounidenses; y el abogado y político de sangre indígena Benito Juárez, campeón del republicanismo, que debió enfrentar la instauración del Imperio de México, y a Maximiliano de Austria como Emperador. Sin embargo, Maximiliano fue derrotado, por no recibir ayuda de Napoleón III, y fusilado.
Tampoco se inspirará, el nuevo Presidente, en el porfiriato, la dictadura paternalista y conservadora de Porfirio Díaz, que después de más de tres décadas fue depuesta en 1910, fecha en que se inicia el régimen de la llamada Revolución Mexicana, que en realidad gobernó el país, con distintos militares y políticos, durante todo el siglo XX. Para ello creó un partido político, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) que prácticamente no tuvo rivales hasta el 2000, y que mantuvo la tendencia paternalista de los gobiernos anteriores, pero matizándola con rasgos progresistas y modernizadores.
Entre lo destacable de esta gestión del PRI debe mencionarse su política de derechos humanos y puertas abiertas para los exiliados y perseguidos de diversos orígenes, como fue el caso de la Guerra Civil española (1936-39) y el de la dictadura militar argentina (1976-1983). En cambio, su peor fracaso fue no haber logrado impedir, en 1940, el asesinato de León Trotski por Jacques Mornard (en realidad Ramón Mercader, un agente stalinista).
López Obrador llega a la presidencia con el país dividido pero con un fuerte apoyo popular. Su programa de gobierno y su partido, MORENA (Movimiento Regeneración Nacional), oscilan entre el populismo y la socialdemocracia, y tienen sus raíces en la rama más progresista del PRI, encabezada en los años 30 del siglo pasado por el general Lázaro Cárdenas, que nacionalizó el petróleo y promovió el apoyo del Estado mexicano a las etnias indígenas.
Durante la campaña, López Obrador, conocido con la sigla AMLO, recorrió el país de un extremo a otro, y nunca dejó de fulminar lo que considera el peor mal del México actual: la corrupción, encarnada en los funcionarios estatales sin ley y los crueles narcotraficantes. Tal vez, en materia económica, deberá prestar mayor atención a las crisis del mundo global.
Ideológicamente se ha discutido acerca de su cercanía al chavismo, pero él la desmintió, y sus intervenciones en este terreno han sido moderadas y nunca antidemocráticas. Su responsabilidad es muy grande: en tanto las principales naciones de América Latina que este año han elegido a sus gobernantes se han inclinado a la centroderecha (véase Chile, Colombla, Ecuador y Paraguay), él ha sido explícito en su postura de izquierda, en una identificación que México jamás conoció con tanta claridad, en un candidato destinado a la victoria.
La tarea de AMLO no será sencilla. La inteligencia y la razón han de prevalecer por sobre la pura emoción. El nuevo Presidente no olvidará el apoyo que tuvo en su gestión como alcalde de la ciudad de México, donde llegó a tener un 85% de imagen positiva. ¿Qué significa eso? Que administrar una ciudad obliga a ocuparse, en forma directa, de los que viven en ella, sobre todo los más vulnerables. Esto AMLO lo sabe hacer. Y lo hizo.
Para convivir, en cambio, con otros jefes de Estado de América y del mundo, para decidir sobre el destino de una nación de 120 millones de habitantes, hacen falta otras artes más complejas. No tenemos autoridad para confirmar si las posee o no. Le deseamos suerte, de todos modos. La necesitará, muy especialmente, en el choque que sobrevendrá con el ínclito racista que gobierna en el norte, y que insiste en levantar muros de rencor. Toda América Latina deberá estar unida en torno a dos palabras: justicia, paz.
¿Con quién terminar? ¿Tal vez con Sor Juana, primera defensora de la condición femenina, nacida en suelo mexicano? ¿O quizá con Alfonso Reyes, o con Octavio Paz, o con la muy querida Elena Poniatowska? Por esta vez lo haremos con unas líneas de “La Suave Patria” del poeta Ramón López Velarde: “Patria: tu superficie es el maíz, / tus minas el palacio del Rey de Oros, / y tu cielo, las garras en desliz / y el relámpago verde de los loros”.
Publicado en Clarín el 3 de julio de 2018.
Link https://www.clarin.com/opinion/corrupcion-narcotrafico-dificil-mandato-espera-mexicano-lopez-obrador_0_HkyaIRPzQ.html