jueves 5 de diciembre de 2024
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Se terminó una época

La noticia de la muerte de Fidel Castro dividió aguas, como su vida, sus mensajes y su trayectoria política. Pero también unificó: para todossu muerte representa un quiebre histórico, con el  fin de su vida termina una época para Cuba, para Latinoamérica y para el mundo.

Pocos líderes han sido tan escrutados y analizados a lo largo de su vida. Quienes lo denostaron han machacado en el innegable carácter autoritario y dictatorial de su liderazgo; sus defensores han hecho hincapié en la evidente capacidad de transformación social expresada en índices ejemplares en materia educativa y avances sustanciales en el campo de la salud en una pequeña isla, con sobrios recursos en el medio del Caribe.

Fidel Castro ha sido ante todo, un formidable líder político, que consiguió en diversos pasajes del siglo XX, determinar el rumbo, la agenda y las tensiones del sistema internacional desde una porción insignificante de su territorio. Procesos electorales en los Estados Unidos, debates académicos en grandes universidades del mundo, cambios en la  estrategia de la ex Unión Soviética y hasta determinaciones en la política exterior  común del proceso de integración regional más avanzado del mundo, la Unión Europea, lo tuvieron como principal protagonista.

A pocas horas de su muerte, abundan los análisis valorativos y descriptivos, un cúmulo de anécdotas y leyendas circulan en redes sociales y medios tradicionales, pero al menos, en términos de análisis político, es momento destacar tres aspectos:

Primero, el caso de la Cuba castrista, aún sin haber terminado su experiencia comunista, marca una distancia relevante respecto a otros regímenes similares. Su salida del esquema centralista y autoritario, pareciera reflejar, hasta estos momentos, un orden y naturalidad que no ha caracterizado a otros países que  pasaron por él a lo largo de los últimos veinticinco años en distintas partes del mundo. El caso contemporáneo de la  Venezuela chavista, refleja inconsistencias más profundas y contradicciones de alta conflictividad que no se encuentran en el primer plano del caso cubano. La solidez cubana contraste con la endeblez de lo que se autodenominó socialismo del siglo XXI.

En segundo lugar, el contenido político de Castro, resulta más potente y transformador que la pura gestión política. Más allá de los citados logros en materia social, educativa y sanitaria en Cuba, el volumen de su mensaje trasciende Cuba, trasciende la vida del líder y trascenderá la experiencia comunista. Castro es mucho más que un líder revolucionario cubano, es el mayor exponente político latinoamericano del siglo XX.

Finalmente, para América Latina, la muerte de Castro es un aditivo más para un período regional marcado por procesos de profundo cambio. En solo algunos años, se produjeron en deceso de Hugo Chávez, el colapso vía electoral, institucional o social de las experiencias populistas de izquierda, el inicio del proceso de paz en Colombia y la apertura de nuevos esquemas de integración que desde el Pacífico, tienen eje en el aspecto comercial incluso sin el tradicional componente territorial y que en la actualidad, concentran la atención de buena parte del mundo. América Latina se expone a un proceso tan disruptivo como la ola democratizadora de los ´80 y aquí, se abre una oportunidad con enormes desafíos para una región que tiene pendiente resolver un modo de integración inteligente en el sistema internacional, que facilite resolver los profundos déficits sociales, institucionales y económicos del continente.

La muerte de Castro es particularmente distinta a la muerte líderes políticos hegemónicos a lo largo de la historia. Mientras históricamente las muertes de los líderes daban inicio a procesos conflictivos  y violentos, Cuba será una excepción; Cuba es, otra vez, como lo ha sido a lo largo de más  de cincuenta años, una experiencia única, un caso sin comparaciones. Tal vez allí se juegue el legado de Castro, ha dejado una sociedad instruida, con acceso universal a derechos sociales, pero sin experiencia  democrática, sin ejercicio en libertades políticas y con duras experiencias de intolerancia a la diversidad política, ideológica,  sexual.

Esa Cuba que se juega hoy su transición democrática en un mundo que genera aún más inquietudes que la propia Cuba. En su adaptación, en el modo de incorporarse a un mundo radicalmente distinto, en el éxito de  ese proceso, estará buena parte de la valoración que haga la historia del propio Castro, de su liderazgo indeleble y de la  experiencia de una nación que se enfrenta, una vez más, a un desafío desproporcionado con sus recursos.

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