Buenos Aires, 16 de junio de 2018
Querido Lionel:
Hoy me desperté muy temprano. Hacía un frío bárbaro en Buenos Aires, pero estaba despejado y vibrante. Todos teníamos en la cabeza que estaba el partido a las 10: para bien o para mal. Hasta los detractores del mundial y del fútbol sabían que escabullirse y refugiarse en actividades herméticas: pilates, o anunciar en las redes que no iban a ver el partido era una forma de estar aquí y ahora epocalmente.
Me levanté, me bañé, me sequé el pelo rápidamente y saqué a pasear a “Messi”. Una vuelta rápida a la manzana, apurando en cada árbol con la correa porque sino no iba llegar a hacer todo lo que tenía que hacer. Subimo con el pobre perro que había sido escatimado. Desayuné un café con leche con una galleta de arroz, como siempre, porque me cuido mucho, yo también. Lo desperté a Leonel. “Arriba, Leíto, hoy juega la Argentina” Le dejé la camiseta de Argentina en la cama, pero peleamos porque yo quería que se ponga una polera blanca abajo y él no. No se la puso. Se puso arriba de la camiseta una campera de gimnasia. Leonel desayuna lágrima doble. Le dejé su taza con un paquete de vainillas. Me pidió que no hiciera Uber, que me quede con él, que estaba muy nervioso. Pero tengo que trabajar y tengo que mantener mi reputación en Uber. Le dije que antes de que empezara el partido volvía, y le puse la tele. Estaban Ruggeri, Latorre y Vignolo, sentados en la cancha y mirando al cielo y arengando el patriotismo de la audiencia. Era muy poco para capturar la atención plena de Leonel. Puso sobre la mesa el álbum lleno y lo miró todo de vuelta. Página por página, equipo por equipo, figurita por figurita. Lo dejó abierto en Islandia. Le dije, ya vengo, no abras la ventana que hace mucho frío.
—Tengo miedo, mamá.
—“Hoy Messi mete dos, uno de penal. Te lo prometo, mi amor.
Y me fui. El garage del auto de mi padre queda a cinco cuadras. Hacía muchísimo frío. Cola en las panaderías, vi solo una camiseta puesta y a una chica con una gorro de lana celeste y blanco. Colgué del retrovisor un llavero con un muñequito tuyo para que el viaje sea temático. Yo soy mi propia empresa cuando manejo Uber. Abrí la aplicación y cayeron decenas de viajes. Acepté uno. Tres chicas de secundaria iban hasta Villa Crespo, hablaban de que tenían hambre, y hablaban de sexo, vulgarmente y en chiste, sin el espesor del que vivió el sexo como una atadura. Se bajaron en Velasco y Juan B. Justo. El viaje era alta demanda. Carísimo. Cayó otro viaje. Un papá que buscaba a sus hijos en lo de la madre. Los dejé en una pizzería La Continental de la avenida Angel Gallardo para ver el partido, las tarifas estaban elevadisimas. Ya eran las 9 y 25. Le dí ok otro viaje, más. El último, me dije. Leonel me mandaba fotos de la tele. Estabas entrando a probar el campo de juego. Yo le mandaba corazones y banderas argentinas. Tardé cinco minutos en llegar a levantar al próximo pasajero. Jonathan en la avenida Estado de Israel. ¿sabés quién era? ¡Era Jonathan, el productor del canal de deportes que me había dado la figurita del sueco para que Leonel completara el álbum! Estaba apuradísimo. Se había retrasado porque no encontraba el celular, tenía que llegar al canal para hacer las redes sociales con la noticias del partido. Tuits al instante. Tenía todo preparado con flyers de cada uno de los jugadores de la selección con una leyenda de GOOOL. En cada gol tenía que tuitear la hora exacta y la foto del goleador. Lo mismo para las tarjetas amarillas o rojas, para los lesionados y para los cambios. Estaba todo guardado en carpetas y Jonathan tenía que tuitear y subir en instagram. Por eso lo peor que le podía pasar era perder el teléfono. Teníamos que ir a Martínez. La app de Uber me decía que iba a llegar a Martínez a las 10 y 10. No sé qué fue lo que pensé, y no cancelé el viaje. Jonathan subió adelante porque le tengo miedo a los taxistas. Me dijo que lo iban a echar, que perder el teléfono durante dos horas en su casa cuando tenía que tuitear en el primer partido de Argentina en el Mundial para el mejor canal de deportes era como si vos erraras un penal.
Al final erramos todos. Jonatan llegó para tuitear el gol de Agûero, pero el tuit salió tres minutos tarde, me escribió depués, le había quedado el contacto guardado porque yo lo llamé mientras lo esperaba abajo.. Yo llegué a casa después del gol de los islandeses. Unos tipos que comen ballena y que tuvieron buenas escuelas primarias, no como ustedes, como nosotros. En casa Leonel había hecho un desastre: lo encerró a “Messi” en el balcón que ladraba como un loco. Vecinos desconocidos, o amigos de vecinos, que gritaban “Callá al perro, loco”. ”Ponele una bozal a Higuaín, hijo de puta”. Todas las figuritas de Islandia tachadas, y la lágrima derramada en el sillón. Mi hijo estaba parado a medio metro de la tele. Entré y le grité que se alejara del televisor… Me enojé porque había encerrado a “Messi” y lo solté adentro del living. El perro saltó por todo el departamento confundido y asustado. Mi hijo no me miraba. En el entretiempo bajé corriendo a comprar sándwiches de miga que le había prometido a Leonel. Pero la panadería estaba saqueada. Compré en el kiosco unos chocolates. Cuando subí Leonel me dijo que por qué no le llevé sándwiches. No me entendió. Ya había empezado el segundo tiempo. Leonel dijo barbaridades de Di María. Yo no tenía opinión. Gritamos la oportunidad del penal. Contuvimos la respiración los dos tomados de la mano mientras mirabas al arco y calculabas tus cálculos indescifrables y super veloces. Leonel se puso a llorar.
Son las cinco de la tarde y Leonel sigue llorando. Mi papá dice que es porque no conoce a su papá. Yo sé que no es por eso. Es porque vos erraste el penal justo cuando yo llegaba para verte.
Tu hincha,
Vera Adiami.