Buenos Aires, 12 de Junio de 2018.
Querido Lionel:
Soy una bibliotecaria argentina que trabaja en un bachillerato de Barrio Norte por las mañanas y en una mutual en Once todas las tardes. Los fines de semana a la mañana hago Uber con el auto de mi padre. Tengo un hijo de ocho años que se llama Leonel (perdón) y un perro que se llama Messi (perdón, perdón).
Te busqué esta cita de Tolstoi. Es una biblioteca modesta de escuela pública, la mía, pero tiene algunos autores rusos por una donación estrambótica que nos hizo la abuela de una exalumna en los 90. Tolstoi escribe así: “Cuando pienso en todos los males que he visto y sufrido a causa de los odios nacionales, me digo que todo ello descansa sobre una odiosa mentira: el amor a la patria”. No es buen momento para decirte esto justo que estás por ir al mundial, pero sí es buen momento para que tengas a Tolstoi en la cabeza ahora que vas recorrer Rusia. Pienso que una buena estrategia para ganar es que no pienses en Argentina, pensá en vos.
Hiciste muy bien en llevar a todos a entrenar a tu casa en Barcelona, hiciste muy bien en no jugar con Israel, ni con nadie. Ya no juegues más si no querés. Preservate. Detrás tuyo la entropía de ser Messi debe ser como un Godzilla que no te asusta pero está. El horror de la política ofendida, la política que siempre fue concebida para sobreactuar el dolor. Nombrarte es dinero, desnombrarte es estallido. Es la tercera guerra mundial. Te imagino a vos, solo, diciendo sí o no.
A los hijos de Beckham les pasa lo mismo que a Leonel. Y eso que son ingleses, y que tienen un padre perfecto. Te admiran. Tal vez se lo hacen a propósito al padre para bajarle el precio o tal vez saben mucho de fútbol, mucho más que Leonel.
Leonel (mi hijo) y yo estábamos muy bien preparados para este junio moscovita. Compramos el álbum de Panini. Cuando trajo el álbum a casa, lo ví cómo te besaba, sin exagerar y con cuidado. Besó tu cara en tu figurita y cerró el álbum con tu misma tranquilidad. Y desde ese momento entendí que, aparte de ser adorable, vos sos otro chico más. Por eso pensé que una carta de aliento, una carta que sea puro premio, una carta que te quite presión podía ser, para vos, un detalle del entrenamiento que ni Sampaoli ni tu padre habían tenido en cuenta. Una carta para equilibrar tu gloria de desmesura.
Te cuento otra cosa, algo que me tiene mal a mí. Fallaron nuestras apuestas: no salimos sorteados en ninguna de las promociones de las que venimos participando desde que las agencias y las marcas lanzaron sus campañas, como es debido para esta época, para ganarnos un viaje para dos personas a Rusia 2018. Completamos cupones, compré cosas innecesarias, comimos combos, coleccioné fascículos, llamé a radios y le di like a miles de posts. Pero esa ilusión, que por supuesto me insufló la infantil obsesión futbolística de Leonel, y de la cual todavía no sé por qué me dejé llevar, y tampoco sé por qué, por mi parte, se la alimenté yo también a él haciéndole creer que esta vez la fortuna iba a estar de nuestro lado, tramitándole el pasaporte, no dejándolo faltar a la escuela para cuidar las faltas, no tomándome, yo misma, las vacaciones en la Biblioteca y en la mutual por si tenía que echar mano de algunas semanas en junio; no cesa.
No tuvimos suerte. Leonel no tuvo suerte. Por eso ahora empecé a hacer Uber en mis horas libres. Corro riesgo. Y corre riesgo el auto de mi padre, un Ethios plateado modelo 2013, pero lo convencí a papá para que colabore con nosotros. En Buenos Aires Uber está ilegal, pero igualmente los que lo necesitamos lo hacemos. Los venezolanos, por ejemplo. Es tan fácil. Pero la amenaza de los taxistas está. Siempre estuvo para mí. Y ahora que soy Uber mucho más. Sin embargo, me subo al auto los sábados a las 5 y media de la mañana, y el teléfono (la aplicación) me lleva y me lleva. Ser parte de una línea automatizada me da ganas de no parar jamás. No sé para qué hago Uber. Mentira. Sé que lo hago para ir al mundial. A los conductores mejor rankeados del mes les van a regalar un viaje para ver a la Argentina en la final si llega a la final. Sí, son muchos condicionantes, pero se puede dar. Y yo manejo muy bien, el auto brilla y soy muy cortés. Tengo cinco estrellas inamovibles como calificación. Y vos sos un campeón. Necesito que esta vez hagas las cosas bien para mí.
Leonel con ayuda de sus amigos finalmente llenó el álbum. La última figurita se la conseguí yo. Pegué un cartel en el respaldo del asiento del acompañante: “Me falta un sueco para completar el álbum del mundial. Si tenés la 466, hablame”. Y me habló un muchacho que llevé, un productor de un canal de deportes que me dijo que se avergonzaba de la afición tardía. La tenía repetida dos veces, ahí mismo en su mochila. No quiso nada a cambio. Me la regaló para Leonel. Cuando llegué a casa y le mostré la 466 a Leonel, no se puso contento. Tal vez hice mal en interferir y conseguirle yo la última figurita. Tal vez hubiera sido más épico ganarla con sus trucos, con su don de la mano encombada para el chupi o con sus artilugios para la persuasión. No me quiero meter en los finales de los demás pero necesito que vos esta vez puedas terminar lo que te propusiste, lo que nos propusiste.
Que tengas un mundial excitante.
Saludos de tu hincha.
Vera Adami