Vamos a esperar. El gobierno nacional y la CGT coinciden. Y convergen. La Casa Rosada sabe que ganar tiempo vale oro en estas difíciles semanas. La central obrera, pragmática, quiere aguardar hasta ver cómo quedan los bultos. Si Cambiemos logra volver al centro de la escena, retoma el control y aprovecha la ausencia de opciones en frente, los sindicatos privilegiarán la relación con el Estado. Y, por ende, la gobernabilidad. Seguirán dándole oxígeno social.
¿Y si los sindicatos advierten que el desbarajuste no se arregla, si las variables económicas y sociales se disparan y amenazan convertir la turbulencia en tempestades? ¿Si percibe que la debilidad llegó para quedarse y que desde la política empieza a surgir otra opción para 2019? En este cuadro, buena parte del aparato obrero cambiará de bando y tratará de recordar la gimnasia de huelga y movilizaciones. Malquistarse con el que se estaría yendo para congraciarse con el o los que puedan estar llegando en 2019.
Se posterga el Confederal
Cada dos años el Comité Central Confederal de la CGT elige su Comisión Directiva. Los cónclaves tienen fechas estatutarias. Se hacen, regularmente, entre mayo y junio. Así estaba previsto el próximo, el que debe elegir la nueva conducción. Ahora pasará al 23 de agosto –puede cambiarse otra vez– en Obras Sanitarias o en Ferro Carril Oeste.
Tampoco se ha decidido aún si ese Confederal votará a mano alzada, con identificación y recuento escrupuloso, o si será tumultuario, o en cuarto oscuro. La última elección –la del malhadado triunvirato que jamás pudo asentarse, con Daer, Schmidt y Acuña– había sido masiva pero desprolija. Se había ido la Asociación Bancaria de Sergio Palazzo y no asistieron los gremios que coordina el taxista Omar Viviani, ni algunos peces gordos, como Luz y Fuerza.
Los amigos
Los jefes cegetistas calculan que en tres meses Macri habrá completado el recambio en la estructura del poder –si es que finalmente se produce–, habrá acordado con el Fondo Monetario y empezarán a verse las primeras consecuencias sociales del plan. También la reacción de la opinión pública y de las bases obreras.
Varios de los muchachos –aunque tienen más de setenta y caja floreciente, gustan mantener esa vieja calificación de los barrios– se van al ver al Mundial de Rusia. Con ese y otros argumentos, le dan al gobierno tres meses preciosos.
Los muchachos, además, se desconfían. Nadie sabe quién moverá primero ni hacia dónde. La mayoría rehúye mostrar el juego antes de saber el ajeno.
Los Gordos –cuyo candidato Héctor Daer sigue siendo favorito para comandar la futura central obrera– prefieren la molicie y se atrincheran en un dato objetivo: los gremios pierden poder en todo Occidente.
Muchos de ellos, además, temen los carpetazos.
El sector más cercano al oficialismo perdió un líder como el Momo Gerónimo Venegas. Menos estruendoso, con sigilo, se advierte la actividad eficaz de José Luis Lingeri, uno de los más hábiles operadores.
Resistencia y “lulismo”
Que la CGT siga evitando medidas de fuerza alivia a Mauricio. Pero, si estos tres meses las cosas se ponen difíciles, habrá –esperan los moyanistas y los combativos– un Operativo Clamor para iniciar un plan de lucha, con huelga general incluida.
Los Moyano son el corazón de la resistencia. Los camioneros volverán a intentar mostrar su músculo organizativo este viernes 25 de mayo. Con poca compañía dentro de CGT que esperan compensar con movimientos sociales y partidos de izquierda.
Otra novedad está protagonizando Sergio Palazzo. Se dice, en secreto, que acaricia el viejo sueño de armar una suerte de Partido de los Trabajadores como el que construyó Lula da Silva en el Brasil. Aquel partido armado a partir de los sindicatos que muchos acariciaron. Y que pareció posible hace quince años, con Víctor De Gennaro, la CTA y regionales cegetistas y sindicales. Proyecto que, al no concretarse, se fue desvaneciendo.
Palazzo, cuyo origen radical se está disolviendo a medida que se acerca a Cristina Fernández, incluso imagina alguna forma de convergencia con la expresidente.
Metro-delegados
La izquierda, por su lado, busca su espacio. Quiere aprovechar la actitud contemplativa de la dirigencia peronista tradicional. Un ejemplo: el paro de los subtes.
El caos del martes 22 de mayo –un cabildo abierto en medio de las vías, con policía, gases, palos y piedras incluidas– abre dos interpretaciones. El gobierno intentará montarse sobre al hartazgo de la baja clase media y los trabajadores –que son los que toman el transporte público– para enfrentar el martillo sindical.
El primer round fue para el gobierno, por el hartazgo popular. Pero el partido recién está comenzando y aún aguarda la irrupción de Su Majestad, el Ajuste.
En otras palabras, el gobierno puede elegir entre la tolerancia y la represión legal. Antes, debe recordar varias cosas.
Primero, que si elige un camino y luego lo desanda y exhibe vacilaciones tendrá los peores resultados. Al fin y al cabo, más allá de los graves problemas estructurales de la economía argentina, esas idas y venidas del oficialismo trasmitieron inseguridad a los mercados y terminaron fogoneando la corrida cambiaria y la crisis de las últimas semanas.
También debiera saber que cuando se inicia la represión hay que ver hasta dónde llega. Si se pasa de la raya –ni hablar si hay víctimas fatales– el repudio, ha pasado siempre, volverá contra el Estado. Si se retrocede después de avanzar, la idea de debilidad complicará la gobernabilidad.
Máxime cuando el gobierno –huérfano de interés por la historia política– ha decidido ignorar que, desde hace más de dos siglos, el control de la calle es parte del control del poder en la Argentina.