miércoles 4 de diciembre de 2024
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¡¡¡Papá!!!, ¡¡¡Mamá!!!, la realidad no se deja, ¿qué hacemos?

Si es que se la bancan por qué no tratan de hacer política, muchachos, un poco de política.

El titular del Ejecutivo y otros funcionarios gubernamentales han señalado, comparando la situación actual con otras anteriores y luego de una semana que se las trajo, que las actuales perturbaciones son de menor rango.

Sí Presidente, todos somos conscientes que se puede estar peor pero ¿qué tal si diseñamos, implementamos y sostenemos algunas políticas públicas para estar, aunque sea, un poco mejor?

El despiste del régimen sociopolítico argentino, que está en pleno desarrollo en estos días (el que cree que ya terminó sabe poco o ignora la dinámica de la historia política argentina) debe su complejidad a la combinación de diferentes crisis (autoridad, credibilidad, gestión de la economía, manejo de la conflictividad social, sobredeterminadas todas ellas por altos índices de ineficacia decisional mostrados por muchos funcionarios).

Articulado con una coyuntura internacional desfavorable, éste despiste no es una novedad histórica, pero si el primero de la gestión de Cambiemos y de ahí su interés al menos local. Para tratar de aumentar nuestra capacidad de comprenderlo nada mejor que juntarnos a charlar un rato sobre algunos ítems centrales, como ciertas características de la democracia y de su lógica interna.                                                                                  

Como sabemos gracias a la perspicacia politológica de un apreciado italiano –Norberto Bobbio– la democracia tiene algunos rasgos histéricos: promete cosas que no termina de cumplir y propone citas a las que no concurre. Es claro que accionar en estas condiciones no es precisamente fácil: se necesita experiencia, conocimiento y decisión.

La democracia tiene además, entre otras pequeñas cuestiones no bien resueltas como dice un apreciado polaco-norteamericano –Adam Przeworski–un problema de doble relación principal-agente. La primera de esas relaciones está cargada de democraticidad ya que es la que articula a los votantes (los principales) con los que son electos para ocupar cargos de decisión (los agentes). Un ejemplo de esto es la relación Votantes y Presidente.

La segunda es casi puramente decisional y autoritativa: es la que mantienen los electos con sus equipos de gobierno a los que nombran a voluntad y sin mayor intervención de los votantes.

Está claro que en plena crisis, corrida cambiaria o como quiera mentársela, en ese segundo nivel la pelota está en el medio campo y en los pies del Presidente. ¿La ubicará adecuadamente por detrás de la defensa contraria o la tirará a la tribuna más cercana?

Por cierto Presidente, ¿quién cree Ud. que está en condiciones de desatar en la Argentina actual una corrida cambiaria como la que hemos sufrido? Porque quiero suponer que está de acuerdo que esto no lo inició el chiquitaje. ¿Le preguntó a sus conocidos?, aquellos que se suponía que lo iban a ayudar –y fíjese que no digo ni amigos ni socios-sobre este aspecto de la realidad–. Estamos de acuerdo, la calle está dura pero así es la lógica del bendito capitalismo.

En cierta ocasión anterior, también económicamente crítica, un general argentino preguntó a sus seguidores reunidos en la Plaza de Mayo si alguna vez alguno había visto un dólar. Revivido, hoy debería cambiar esa, para la época, espectacular pregunta inquiriendo ahora más bien sobre quién no tiene un dólar.

Lo anterior da una pálida idea de la larga y compleja relación de los “argentinos” con las monedas “duras” como la libra esterlina primero –con la que nuestros bisabuelos y abuelos en su versión moneda, se hacían llaveros como forma de mostrar afluencia– y ahora el dólar. Y lo mismo sucede con otro elemento central en la deriva de los acontecimientos argentinos: nuestra relación con el capitalismo, sus lógicas y sus consecuencias.

Una sociedad cuasi esquizofrénica –la argentina– muestra los más altos índices en las escalas de opiniones antinorteamericanas y al mismo tiempo acumula y ahorra generación tras generación en dólares.

Tiende a rechazar fuertemente una de las lógicas básicas del capitalismo, como lo es la tendencia a la maximización de la ganancia a escala global, pero exige que alguien, en general “El Estado”, le asegure sea como sea los beneficios derivados de la acumulación. Y en esto no están sólo involucrados los sectores no propietarios –como podría pensarse– sino también los sectores medios y, oh sorpresa, los capitalistas nacionales. El capitalismo es problemático y generador de conflictos, pero el capitalismo periférico de cuarta que hemos sabido conseguir es una verdadera tragedia. Y en eso estamos.

Como bien lo mostraban las investigaciones del sociólogo Manolo Mora y Araujo la existencia en la cultura política argentina de un cuasi indisoluble valor “estatista” que cruza a sectores y clases sociales diversas ha sido y creemos que seguirá siendo uno de los núcleos conflictivos más importantes del régimen sociopolítico argentino.

En su histórica confusión los sectores estatista argentinos esperan un tren que nunca pasará y se olvidan de un pequeño detalle: que argentino es un Estado capitalista periférico y en crisis, sin capacidades para gestionar y gestionarse con un mínimo de eficacia y eficiencia.

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