Cambiemos era un nombre peligroso en esos días de nerviosismo, donde cambio evocaba al dólar y cambiemos parecía un llamado a desprenderse de los decaídos pesos para la adquisición de divisas. Por suerte, la guillotina no funcionó.
En la vida de las empresas, las naciones y las personas las crisis nacen como amenazas a la prosperidad, la subsistencia o la mismísima supervivencia. La doctrina, sin embargo, se apresura a insistir que allí donde acecha una amenaza, también anida una oportunidad.
La crisis que devasta las cuentas públicas desde hace dos semanas está afectando mucho más que el tipo de cambio y las variables macroeconómicas. Su mayor peligro es en la amenaza –la más temible desde diciembre de 2015– a la confianza popular en el gobierno.
A partir del lunes 14 de mayo, los medios y la vieja política –el círculo rojo de los mejor informados, aquellos que parecían a punto de entrar en el pasado– acudieron con su implacable vigencia para ayudar a estabilizar la situación. Los despreciados de ayer contribuyeron decisivamente al salvataje. Sacudieron hasta dejar groggy a un par de muy altos funcionarios, pero nadie se metió con el Recurso Insustituible. El presidente de la Nación fue cuidado, protegido hasta el detalle.
Del abismo a la realidad
Los mercados y muchos observadores finos creen que el presidente por primera vez se asomó al abismo, ante sus ojos se dibujó la pesadilla del final menos deseado. Ante esto, podía seguir como venía o pegar el viraje. La mayoría de sus amigos, de sus socios, de sus adversarios razonables, los comunicadores y los financistas, los jefes obreros y los dueños de empresas, los de afuera y los de adentro, convergían en una conclusión: hace falta una masa crítica mayor. Para los problemas que se agigantan, el plantel es demasiado corto. No alcanza. Se haga lo que se haga, se elija el camino que se elija, faltan figuras.
El presidente de la República hizo trascender que leyó bien, que entendió el mensaje. Macri acaba de descubrir que el primer objetivo en la Argentina es la supervivencia. Los equipos, los cambios, las modificaciones estructurales en la economía, la sociedad, el imaginario, dependen de una condición previa. Seguir vivo.
Su primera decisión, fulmínea, es anunciar cambios en la mesa chica. Se agrega La Política. La Unión Cívica Radical, en primer lugar. Con sus dos principales figuras institucionales: los gobernadores de Mendoza y Jujuy, que son también presidente y vice del Comité Nacional. Pero también los derrotados de ayer en la interna del PRO, que expresa, sobre todo, el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Y más peso para el ministro Frigerio. Se rumorea el regreso a la intimidad presidencial de Ernesto Sanz. Incluso se aseguraba que Sanz no acudió de una al llamado presidencial, subordinó su asistencia –también él– a una decisión institucional. Afirman que Alfredo Cornejo y Gerardo Morales asintieron, junto con los jefes de los Interbloques de Diputados y Senado, Mario Negri y Luis Naidenoff. Otra espesura. Una densidad mucho mayor. Y acaso falte más aún.
Pronóstico cumplido
“Después de la crisis: la necesidad de abrir, la tentación de cerrarse” fue el título de esta columna de Nuevos Papeles de la semana pasada. Dijimos “si el PRO entiende que el problema es grave y sus fuerzas resultan insuficientes para resolverlo solo, debe abrirse, convocar a Cambiemos a perfeccionarse como coalición de gobierno, con debate y toma de decisiones conjunta. La oposición peronista debe ocupar también un lugar bajo el sol, convertida en un opcional de alternancia. Para eso, claro, el gobierno no puede ni debe desacreditarla, limarla ni cooptar sus figuras”. Por suerte, este parece el camino elegido.
Aún quedan flotando algunas dudas. ¿Será sólo para pasar el mal momento? ¿Un guiño para la hinchada exasperada? El tiempo lo dirá. Macri tiene historia de cambios. Carlos Bilardo y el Bambino Veira parecían insustituibles, los técnicos anhelados por Macri desde la presidencia de Boca. Los dos fueron destituidos y todo terminó en el encuentro mágico de Boca y Macri con Carlos Bianchi primero y con Alfio Basile después.
Macri está convencido, además, que a él siempre le cuesta. Todo. Y que tiene que remar desde atrás. Aunque la mayoría de los argentinos trocaría con gusto sus mayores venturas por ese supuesto infortunio, lo cierto es que Macri demostró en Boca que puede cambiar. También lo hizo en la ciudad, con ministros eyectados en tiempo record. Pero falta la prueba en el Estrado nacional. ¿Volverá a cerrarse si cree que el riesgo ha pasado?
El cambio de gabinete –según susurran– se aproxima. ¿Qué no se hizo ahora? A ningún líder le gusta que le cambien los ministros por los diarios ni con las crisis, los golpes de mercado o la televisión. Pero es de suponer que se vienen ciertos relevos.
Por de pronto, se definirá uno de los debates de los dos años y medio de gobierno –recordar que acaba de cumplir las cinco octavas partes de su mandato– sobre la necesidad de un ministro que coordine las medidas macroeconómicas.
Nicolás Dujovne –si es finalmente el encargado de la negociación con el FMI– quedará como primus inter pares. El responsable ante el organismo internacional del cumplimiento de los acuerdos. Por tanto, su garante. La voz en el gabinete de lo que se puede y lo que no se puede en función del convenio con el FMI. En la práctica, tendrá poder de veto, lo que lo convertiría en el ministro coordinador de todas las áreas económicas.
Sin embargo, están surgiendo versiones que ponen en duda la continuidad de Dujovne. Habrá que ver entonces quién firma por la Argentina el convenio con el FMI, que el Directorio del Fondo recién discutirá hacia fines de esta semana. El ministro que Macri designe para firmar con el Fondo será, repito, el verdadero garante del pacto. Y, por tanto, inamovible.
La mayoría cree que seguirá Dujovne. Los conocedores de los pliegues del poder financiero consideran suicida cambiar hoy a Dujovne o a Federico Sturzenegger, aunque uno y otro tengan detractores poderosos. “No se cambia el arquero con la pelota en el aire”, reflexiona un estoico sanlorencista, habituado a sufrir con los goleros posteriores al gran Carlos Buttice.
Lo que termina
Los desbarajustes de la economía y la política mostraron, dramáticamente, los límites de la Pura Comunicación que viene encarando desde hace dos años y medio el jefe de gabinete. Las teorías duranbarbistas: no dar malas noticias, tranquilizar, evitar angustias, surfear sobre los problemas, no asustar con informes preocupantes como la situación del país recibido en 2015. Todo esto ha sido aplastado por la realidad y también por las percepciones de realidad.
Si es verdad que el presidente comprendió la necesidad de reforzar su esquema de sustento –y por ende se resigna a ceder parte de poder– tendría que perder protagonismo el triángulo Peña-Quintana-Lopetegui.
La idea fundacional de “positividad, cercanía y futuro” junto con el declamado entusiasmo sobre el fin de la historia. “El pasado no existe”. O como llegó a decir un filósofo entusiasmado “Ni siquiera el presente existe. El futuro es todo”.
Mauricio Macri acaba de notificarse que el futuro es nada si no se resuelve el presente. Y que dentro del presente, la supervivencia es el Primer Corolario.
También escribimos hace una semana que: “se ha desencadenado una furiosa carga de unos contra otros. Como suele ocurrir, a los problemas profundos de estructura se agregaron ajustes de cuentas dentro del corazón del oficialismo. Anteriores a la crisis. En el PRO abundaban especímenes de fauna diversa. Monzó y Pinedo, que saben lo que es legislar en minoría, reconocen la necesidad de forjar acuerdos. Monzó prefiere a los peronistas antes que los radicales. Pinedo elegiría, si por él fuera, una coalición lo más robusta posible. Coinciden en abrir el juego. La Jefatura de Gabinete, en cambio, es partidaria del rumbo fundacional. Romper el sistema de partidos actual, lo que queda de él. Aprovechar la debilidad del radicalismo y la diáspora peronista para crear un nuevo sistema con eje en el PRO. Ningún acuerdo de fondo, ninguna cesión de poder. Vamos por todo”.
Hoy va quedando, indisimulable, la soledad del jefe de gabinete. Muchos periodistas que lo ensalzaban, lo admiraban o lo seguían, se han rebelado. Se sabe: el periodista debe conectar con su público o resignarse a no ser escuchado. A dejar de ser periodista. Por eso los medios están atentos a las señales tempranas, para no hablar de los cataclismos.
En su reciente y excelente ensayo Proletarios de todos los países, ¡perdonadnos!, Tomás Várnagy escribe: “los funcionarios del partido usaban un lenguaje que enfatizaba un futuro utópico e ignoraba la nueva realidad presente, con una retórica sin ninguna conexión con el contexto cotidiano”.
Un partidario fanático del PRO y del presidente lamentaba lo que llama la Fatalidad de los Peña: “una familia inteligentísima, llena de talento, donde abundan la decencia y las neuronas pero siempre con el problema crónico en su sentido de realidad”.