Si la productividad de un país es inferior a la de Estados Unidos, su moneda no puede valer lo mismo que el dólar. Forzar a que valga casi lo mismo puede ser útil como parte de un plan antinflacionario, pero si el artificio se prolonga en el tiempo puede provocar una severa crisis económica.
En abril de 1991 se estrenó en Argentina el Plan de Convertibilidad. Sus éxitos iniciales y su fracaso final ofrecen lecciones a los gobiernos de distintos países del área del dólar que hoy sopesan combatir la inflación sobrevaluando la moneda y anclando el tipo de cambio, o estableciendo una franja muy estrecha de variación.
Argentina —que debía superar una hiperinflación—lo hizo al extremo: mantuvo la paridad 1 peso = 1 dólar. Pero su ejemplo vale para advertir las consecuencias que puede sufrir un país con la sobrevaluación de su moneda, aun si es de menor magnitud. Al principio, la convertibilidad otorgó previsibilidad y estabilidad a la economía argentina. Esto benefició a todos los sectores de la sociedad.
En general, el consumo social aumentó, ya que entraban al mercado numerosos productos baratos, fabricados en el exterior, y para competir los fabricantes locales debían bajar el precio de los suyos.
Había en el país una sensación de bonanza. Pero pasó en Argentina lo que puede pasar en cualquier país del área del dólar que lo mantenga artificialmente barato por mucho tiempo.
Artificialmente porque el valor de la moneda depende de la productividad y la de Estados Unidos es mayor de la que tiene un país periférico que necesita estabilizar una economía desbocada. Allá, con 1.000 dólares reales se produce más que con los 1.000 dólares ficticios del país que sobrevaluó.
Entonces:
- Los costos de producción y, por lo tanto, los precios de los bienes fabricados en el país, son cada vez menos competitivos.
- Los sectores exportadores pierden mercados.
- En el mercado interno los fabricantes que no tienen margen para reducir precios, quiebran.
- Eso dispara el desempleo.
- El crecimiento de las importaciones y la restricción de las exportaciones causa un desequilibrio en la balanza comercial.
- Disminuye el turismo extranjero, a la vez que aumenta el turismo de los locales al exterior.
- El Banco Central sufre una merma de reservas y eso hace difícil mantener la paridad.
- El Estado debe endeudarse y en cierto punto será notorio que no tiene capacidad de pagar deudas improrrogables.
- Todo terminará en default, devaluación y conflicto.
En Argentina la paridad con el dólar pudo durar años porque la falta de ingresos fue suplida con una privatización masiva de empresas públicas compradas por corporaciones extranjeras. Pero finalmente se produjo el default, la devaluación y el conflicto social.
El mayor problema de la sobrevaluación se produce, paradojalmente, cuando resulta exitosa. La gente identifica la estabilidad con la moneda en apariencia fuerte y cree que abandonar la paridad es volver a la traumática inflación.
Si se mantiene la sobrevaluación, la economía no puede soportar sus efectos secundarios. Si se devalúa se produce una crisis y hasta puede ser que el renacimiento de la inflación sea una profecía autocumplida.
Para reducir esos riesgos, es necesario no esperar hasta que no haya forma de pagar ni renegociar la deuda externa, el país se quede sin crédito y haya que liberar el tipo de cambio de manera drástica e inmediata. Es prudente ir adoptando antes medidas que vayan menguando indirectamente la dependencia del dólar. No esperar a que se produzca el estallido social por una devaluación in extremis.
La dificultad de volver atrás es mayor cuando se ha adoptado la dolarización. Ecuador lo hizo hace un cuarto de siglo. No estableció que un sol era igual a un dólar sino que eliminó el sol y adoptó el dólar como moneda única.
Fue una medida estabilizadora, a punto que el país tiene hoy una inflación por debajo de 1%, y hasta corre el riesgo de deflación. Para evitar los desfasajes, por un tiempo Ecuador reguló las importaciones y fomentó las exportaciones, pero eso no fue suficiente para evitar el debilitamiento de la economía.
Vicente Albornoz, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de las Américas (UDLA), con sede en Quito, dice: “A pesar de la baja inflación, seguimos siendo un país caro. Eso es una de las grandes limitaciones que tenemos para crecer”.
Los economistas ecuatorianos se refieren a los últimos diez años como “la década perdida”: El Producto Interno Bruto de Ecuador es hoy prácticamente el mismo que el de 2014.
El país ha sufrido desde la dolarización tres recesiones. La de 2020 (-7,8%) fue seguida por una relativa recuperación, pero en 2024 la economía volvió a retroceder (-2.0%). La inversión extranjera directa fue es la más baja en 14 años. Es muy poco atractivo invertir en un país cuya economía tiene baja productividad y los costos de producir son en dólares.
En un país en crisis, donde haya necesidad de bajar la inflación en el menor tiempo posible, el Estado deberá hacer una drástica y rápida disminución del gasto público, imponer austeridad, reducir el circulante e intervenir en el mercado cambiario. La mayor parte de la estrategia deberá ser transitoria. Alcanzada la estabilidad, el país tendrá que iniciar el plan de una estabilidad permanente. De lo contrario, estas medidas, como el dólar ficticio, serán pan para hoy y hambre para mañana.
Publicado en Clarín el 11 de mayo de 2025.
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