Periodista de larga trayectoria, Norma Morandini estuvo exiliada durante la última dictadura militar. Volvió al país para cubrir el Juicio a las Juntas. A mediados de los 2000 se lanzó de lleno a la esfera política. Actualmente dirige el Observatorio de Derechos Humanos del Senado. Conversamos con ella sobre periodismo, libertad de expresión, las implicancias del caso contra Daniel Santoro y la situación de Derechos Humanos en Argentina.
Realizacion Ernesto Samandjián.
Dedicaste la mitad de tu vida laboral al periodismo y la otra mitad a la política. ¿Cómo fue el salto de una a la otra?
Mi profesión es el periodismo. La política tiene que ser siempre servicio. Nadie va a la universidad para ser político. Es un servicio porque es esa maravilla, casi un privilegio, de que las otras personas depositan en uno toda su confianza, pero además está la responsabilidad que uno tiene después para tomar decisiones que van a afectar la vida de las personas.
Los anglosajones usan el término “sirviente público”.
Es bonito. Es lo que para nosotros sería un servidor público. Si fuese una profesión -y desgraciadamente creo que en eso ha devenido bastante la política- deja de ser servicio.
Vamos a tu profesión. Estudiaste “Ciencias de la Información”.
Tenía tíos médicos que habían tenido mucha influencia en mi formación. Cuando elegí Psicología, ellos decían que eso era una cosa menor, que yo tenía que estudiar Medicina para después dedicarme a la Psiquiatría. Entonces empecé medicina pero me pasé a Psicología y después hice Ciencias de la Información, que fue la primera carrera vinculada al periodismo y a la comunicación en Córdoba. Empecé en el año ‘71, justo cuando nació mi hijo.
¿Te exiliaste al terminar la carrera?
Me vine a Buenos Aires. No es ningún orgullo, pero Córdoba desgraciadamente siempre anticipó lo que vino después en el país. En Córdoba había un gobernador democrático elegido por las urnas, Obregón Cano, pero -como era la tendencia en aquel entonces- Perón mandó la intervención a la provincia. Yo me vine a Buenos aires en las vísperas del golpe. Si en mi facultad éramos 500, había 499 en las listas porque lo que era subversivo era la prensa en sí. Eso es algo que no se termina de entender ya que la prensa es inherente al sistema democrático, porque si yo tengo libertad para decir, entonces puedo reclamar que me falta el pan o que me falta el trabajo. Para mi la tensión entre libertad e igualdad es falsa, porque si no hay libertad uno no puede reclamar por igualdad. Por otra parte, yo me formé en los ideologizados años ‘70, de modo que no estudié para ser periodista, nos preparaban para la revolución socialista. Cuando vine a Buenos Aires, pensé que alcanzaba con salir de Córdoba. Es cierto que fue mi primer exilio.
Emigraste primero de tu provincia y después de tu país.
Primero de mi provincia. Me acuerdo como si fuera hoy que veía a la gente comiendo sola en los bares en una época que todavía las mujeres no eran como hoy en día, o tal vez yo no traía esa cultura que había en Buenos Aires de los bares. Hoy si hay algo que me gusta, lo que más me gusta, es mirar la vida sentada en un café de Buenos Aires, escuchando lo que la gente habla. Me vine a Buenos Aires y empecé a trabajar en diferentes redacciones como freelancer. Me dijeron: ‘Cordobesa, no le digas a nadie qué venís de la universidad”.
De Córdoba te fuiste por estar en una ‘lista negra’ universitaria. ¿Y por qué te fuiste de Buenos Aires?
Porque secuestraron a mis hermanos en Buenos Aires. Ellos ya estaban clandestinos cuando yo me vine acá. Es curioso que mencioné antes los de los bares porque tienen mucho que ver. Yo era freelancer de Siete Días y fui a dejar una colaboración a las oficinas de la redacción en el Bajo. Era uno de esos días de Buenos Aires tan opuestos a la Córdoba del sol, uno de esos días grises -además yo vivía con mucha tristeza, ahora que tengo edad y miro hacia atrás-, e iba caminando, a eso de las tres de la tarde, cuando pasé enfrente del Bar Bárbaro. Yo no entraba a los bares como podría ser ahora -fijate que antes mencioné esto- pero ese día entré. Fui a la barra, pedí un café y cuando me doy vuelta, en una mesa de un rincón estaban mis hermanos, que estaban clandestinos, como pollitos mojados, en Buenos Aires, abandonados por aquellos que tendrían que haber sido responsables de ellos. Gracias a ese encuentro, traje a mis hermanos. Yo vivía frente al Parque Lezama. Fue un periodo en el que ellos venían a jugar con mi hijo y los domingos iban al parque. El 18 de septiembre de 1977, hacia el final de la tarde de domingo, se llevaron a mi hermana de mi casa y a mi hermano -como pudimos reconstruir después- del Molino. Después vinieron otra vez a mi casa y yo no estaba, ahí salí al exilio. Me fui a Santa Fe, de ahí a San Pablo y de ahí a Lisboa.
Con este bagaje, este sufrimiento personal, volviste a la Argentina y cubriste el Juicio a las Juntas. ¿Cómo fue hacer esa tarea estando tan emocionalmente comprometida?
Cuando uno ignora hay una protección, yo creo que la inocencia protege. Además yo era corresponsal sudamericana de Cambio 16. Eso me ayudó, ese trabajo en una revista emblemática, sobre todo por algo que hoy entiendo: los españoles estrenaron su democracia, o su libertad, denunciando las mordazas ajenas. Así, a través de Cambio 16, tuve un lugar donde podía denunciar lo que pasaba en nuestro país. Íbamos todos los días desde las dos de la tarde hasta la noche, teníamos miedo, los Falcon todavía estacionaban en la puerta de los jueces, no se sabía si la democracia iba a durar. En ese contexto -algo que nunca vamos a terminar de agradecer- los sobrevivientes, más de 800 personas, que sin haber tenido voz durante tanto tiempo, se sentaron frente a los jueces y reconstruyeron el rompecabezas macabro de lo que fue el terrorismo de Estado. Los periodistas no podíamos entrar con grabador y después teníamos que reproducir lo que habíamos escuchado con palabras propias. Borges escribió en una crónica -creo que se llama 22 de julio- lo que ninguno de nosotros en más de seis meses pudo escribir: no era un comunista, no era un peronista, no era un socialista, Borges habló de “un hombre que sufría”. Esa dimensión humana desideologizada. Cuando se toca ese dolor, no hay forma de ideologizar, por eso a mí me duele tanto la falsificación que se ha hecho con la mayor tragedia que ha vivido nuestro país.
¿Fuiste a visitar la ex ESMA?
No. No me gusta lo que se hizo en la ESMA. En un momento ahí había murgas y empezaron a hacer asados… yo siempre he sido una honesta opositora y sentí que con eso profanaban porque si bien ahí no están nuestros muertos, ahí está lo que padecieron. Hace pocos años, después del juicio de la ESMA, supe que a mis hermanos los tiraron al mar. Los campos de concentración, los museos de la memoria, son lugares de recogimiento, no son lugares de murga. Creo que está mal decir “ex” ESMA porque yo puedo dejar de ser gorda, puedo dejar de ser vecina, puedo dejar de estar casada, pero nunca dejaré de ser madre porque hay un hijo que me nombra, nunca voy a dejar de ser hija porque hay una madre que me nombra, y mientras haya víctimas que nombren a la ESMA -porque ese fue el lugar dónde estuvieron- no hay una “ex”. Eso ha sido un campo de concentración clandestino en un período determinado y hay sobrevivientes hoy en día. Ahí no hay heroísmo sino mucho dolor.
Como periodista -y habiendo sido perseguida por ser periodista- ¿cuál es tu visión sobre la libertad de prensa en este momento en Argentina?
Aprendí el valor de la libertad de prensa como inherente al sistema democrático, no en la universidad sino cuando viví en el exilio, en países como España que habían transitado del autoritarismo a la democracia. El artículo 19 de la declaración universal de los derechos del hombre garantiza el derecho a decir, a informarse, a buscar información y transmitirla, sin que nadie sea perseguido. Pero ese derecho subjetivo -mi derecho a expresarme- fue ampliamente superado por el derecho de las sociedades a ser informadas. Por eso se habla de “los medios” porque se media entre la información y la ciudadanía; no importa si esas mediaciones son de gestión pública o de gestión privada. En Argentina se cometió una tergiversación brutal, que fue anteponer la palabra militante a periodismo. En militancia se obedece. En la prensa no puede haber alguien que manda y otro que obedece, porque el periodista es un empleado del público. En una democracia, la información es el insumo que tiene el ciudadano para formar su opinión, para que en el momento de elegir a quienes van a tomar decisiones en su nombre, lo haga como una persona independiente, autónoma.
Algunas de las cosas que mencionás -como los insumos del periodista- están en juego en el juicio a Daniel Santoro. ¿Hay un momento en que se traspasa un límite y el periodista efectivamente entra a formar parte de un acto delictivo? ¿Existen límites a la privacidad de las fuentes? ¿Son ambiguos? ¿Son de tipo legal?
El límite a la libertad de expresión es la responsabilidad porque los periodistas no están obligados a revelar su fuente. Al comienzo de la democracia, si un periodista hablaba mal de un funcionario, podía ser denunciado por desacato. Pero en la Argentina se terminó con el desacato; la calumnia, la injuria, los considerados delitos de prensa, se cayeron. Esa protección que tiene el periodista no es para él porque es un privilegiado, sino para la función que cumple. Como la información para la ciudadanía está por encima, se protege a la persona que garantiza esa información. Los periodistas no tenemos ninguna importancia sino que tiene muchísima importancia lo que hacemos. La gravedad del caso Santoro es que haya un juez con semejante confusión acerca de qué es la prensa y por qué está protegida la fuente.
Otro tema que surge con el caso Santoro tiene que ver con el llamado a una comisión revisora de contenidos. ¿Cuál es tu opinión?
Ese es el aspecto más grave de todos. A Santoro se lo acusa de “acción psicológica”. Primero, la evaluación de la acción psicológica no se puede dejar a una comisión de la memoria, por más autoridad moral que tenga. No puede haber un extra poder que analice los contenidos porque eso no es del sistema democrático. Acción psicológica es un concepto de los servicios de inteligencia en tiempos de guerra. Acción psicológica es lo que hacían los militares cuando tenían su campaña de “Somos derechos y humanos”, cuando contrarrestaban las denuncias que hacíamos de lo que pasaba en la dictadura. Si hay algo que nos da la democracia es libertad para decir, libertad para opinar. Nadie puede ser perseguido por sus dichos y el único límite es la responsabilidad. Me parece bien que la señora Hebe de Bonafini tenga un programa en Canal 7. Lo que me llama la atención es que nadie le haya dicho que toda la normativa de derechos humanos, desde el Pacto de San José de Costa Rica su artículo 13, pone un límite fundamental a la libertad de decir, que es no incitar a la violencia. Ese es el límite, es el único, por eso hay que apelar a la responsabilidad.
Al principio la entrevista decías que ser político era brindar un servicio a la sociedad y terminás diciendo que ser periodista, en definitiva, también es brindar un servicio a la sociedad.
Cuando acepté participar en política, algunos me cuestionaban haberme pasado del otro lado del mostrador, pero está mal esa apreciación porque un mostrador es un lugar para el despacho de mercancía y ni en el periodismo ni en la política tiene que haber mercancía. Lo único que separa a un periodista de un político, si los dos cumplen la función como la deben cumplir, es la letra “e”: el periodista sirve a sus lectores y el político debe servir a sus electores.
¿Cómo fue el salto a la política, esa aceptación de participar?
Cuando acepté es porque pude vencer mis prejuicios sobre la política como algo malo, y entonces aprendí todo lo que ignoraba. Yo me creía una periodista porque estudiaba, pero en el ejercicio de la función aprendí todo lo que ignoraba sobre el funcionamiento del Estado, aprendí que la casa política de la democracia es el Congreso. Como no soy abogada y además como no tenía partido porque en seguida me armé un monobloque, entonces tuve esa libertad casi periodística, de que cada proyecto legislativo o pedido de informe que presenté fue como una nota de investigación, y cada pronunciamiento en el recinto como una nota de opinión.
Como directora del observatorio de derechos humanos y después de todo lo vivido, ¿te parece que las vulneraciones de los derechos humanos que se dan en la Argentina son esperables para la época o te encontraste con una realidad chocante?
En el Observatorio de Derechos Humanos pude ofrecer lo que yo no tuve como legisladora: insumos para el trabajo de los legisladores, en este caso sobre normativa internacional de derechos humanos. Argentina es uno de los países que más rápido firma la convención del niño, o la convención de los derechos de los adultos mayores, o la convención contra la violencia de las mujeres, todas normativas internacionales que encadenan jurídicamente a los Estados y que los Estados están obligados a cumplir con leyes locales, que tienen jerarquía de tratado.
¿Somos rápidos para firmar tratados internacionales sobre derechos humanos pero después no los plasmamos?
Hemos denunciado la violación de derechos humanos pero ignoramos la normativa de derechos humanos. No se puede invocar los derechos humanos si después no se respeta el derecho del otro. Toda vez que se ofende la dignidad humana se pone a prueba un derecho humano. Si los seres humanos nos sintiéramos iguales, si reaccionáramos de modo solidario como seres racionales que somos, estaríamos obligados a actuar fraternalmente reconociendo el derecho del otro, y entonces no haría falta tener normativa. Los derechos humanos nacen de una crueldad, nacen de las cenizas del nazismo y, en Argentina, la idea democrática nace del terrorismo de Estado. Esas tragedias han impulsado una normativa humanitaria para que nos impidan volver a repetir lo que hemos vivido. Recordar tiene un valor que es impedir que nos volvamos a descarriar. Yo he tenido mucho tiempo mi vida comprometida viviendo entre atormentados y he aprendido que la persona que más ha sufrido es la que menos habla. Hay un silencio de amor para no lastimar a sus padres, a sus novios, a sus hijos, porque recordar personalmente tiene siempre un costo personal muy grande. Entonces no me gusta cuando en nombre de los derechos humanos se lastima, se vulneran derechos, se insulta, se ofende porque la normativa de derechos humanos es una normativa de compasión, de amor, de acogida, de solidaridad; son todas palabras que no tienen nada que ver con el desprecio, con el rechazo, con el resentimiento. Esto es lo que me parece que nos falta: poder llenar nuestro corazón de que lo que nos ha pasado nos ha pasado a todos, no nos pasó a algunos.