A 50 años de la Guerra de Yom Kippur que fue vista – en su inicio – como una victoria para los países árabes sobre Israel, Hamas invade el sur de ese país, desencadenando una represalia feroz por parte del gobierno de Benjamín Netanyahu.
Hace medio siglo Egipto y Siria lograron tomar por sorpresa al ejército israelí, cruzando el Canal de Suez y avanzando hacia los Altos del Golán, hasta el punto en que muchos israelíes pensaron que Israel llegaba a su fin. Y así, aunque al final Israel prevaleció en esa guerra, la victoria de los primeros días todavía se celebra en el mundo árabe.
La mañana del sábado 7 de octubre, el grupo terrorista Hamás llevó a cabo un ataque sorpresa contra Israel a una escala sin precedentes: disparó miles de cohetes, avanzó con milicianos sobre territorio israelí, mató a cientos de personas y secuestró otro tanto, haciendo gala de una máxima crueldad.
Al instante, el primer ministro israelí, Netanyahu, declaró que su país estaba en guerra, ordenando el sitio de la Franja de Gaza y un ataque feroz y desproporcionado que ya ha causado miles de muertos y heridos, y aparentemente cesará cuando ya nada quede en pie, porque Hamas no cederá un palmo en su objetivo de destruir el estado de Israel.
Muchos observadores han señalado el fracaso total de la inteligencia israelí, altamente confiable – hasta aquí – para seguir todos los movimientos de los palestinos, gracias a sus sofisticados medios de espionaje. Además, Israel construyó un muro muy costoso entre Gaza y las comunidades del lado israelí de la frontera para evitar lo que finalmente sucedió. El muro era cruzado diariamente por unos 20.000 trabajadores palestinos que desempeñaban sus labores en Israel.
Hay varios puntos para comenzar a entender por qué se desató el odio en su más horrorosa expresión sobre esta región del mundo. Por un lado, Netanyahu hace tiempo que está lidiando con una oposición que le pone freno a su avance sobre el sistema judicial, avance que lastima aún más la debilitada democracia israelí y, además, una situación económica inestable. Una guerra borra todo vestigio de conflicto interno, como ya sabemos, sin solucionar ninguno de los problemas.
Por otra parte, el mundo árabe estaba llegando a un acuerdo con Israel. Arabia Saudita estaba hablando de normalizar las relaciones con Israel. Como parte de ese posible acuerdo, Estados Unidos estaba presionando a Israel para que haga concesiones a la Autoridad Palestina, que, a su vez es enemiga de Hamás. Por lo tanto, Hamas tenía una buena razón para estropear los acuerdos en marcha que ya han sido cancelados en forma abrupta.
Irán, más allá de que haya participado o no en el ataque de Hamas, tampoco tiene interés en las conversaciones de paz que estaban ganando mucho apoyo entre las poblaciones árabes. La idea era avergonzar a los líderes árabes promotores de la paz con Israel y lo han logrado.
Ahora sólo queda la violencia descarnada, como ya ha sucedido cinco veces en la historia reciente en la región, el ejército israelí bombardeará sin piedad con el objetivo de exterminar a Hamas con altas posibilidades de que, además, se emprenda una invasión completa de la Franja de Gaza, región de la que las tropas se retiraron en 2005.
En términos de escalada, el otro actor a tener en cuenta es la milicia iraní Hezbollah. Si Palestina se asoma a su extinción, Hezbollah se verá obligado a intervenir, para lo cual dispone de unos 150.000 cohetes que pueden lanzar sobre las principales ciudades de Israel, y eso conducirá a una guerra total no sólo en Gaza sino también en el Líbano. Y todos se verían arrastrados al conflicto.
Por otro lado, Arabia Saudita, Egipto, Jordania y los países que firmaron los Acuerdos de Abraham con Israel – los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein – tienen interés en calmar las cosas y lograr un alto el fuego, lo antes posible porque cuanto más tiempo pase, más difícil les resultará mantener sus relaciones con Israel.
Se podrán hacer conjeturas, elaborar teorías conspirativas, cruzar banales acusaciones de “nazismo”, confundir las acciones de los estados con los fundamentos religiosos, o declarar como Donald Trump que él “conoce a los actores y que esto no hubiera ocurrido” si el presidiera hoy los EE.UU. Pero la única certeza, al día de hoy es que miles de personas están siendo exterminadas, sin que eso devuelva las vidas segadas por el odio de Hamas.
Tal vez el Papa Francisco haya expresado la situación mejor que nadie: “Que cesen los ataques y las armas, por favor, porque debe entenderse que el terrorismo y la guerra no aportan soluciones, sino sólo la muerte y el sufrimiento de muchas vidas inocentes. La guerra es una derrota, cada guerra es una derrota. Recemos por la paz en Israel y Palestina”.