La performance energética de la Argentina en este siglo presenta múltiples aspectos negativos. Estos incluyen malas decisiones políticas y una pésima economía sectorial. El sector es altamente dependiente de importaciones; la infraestructura es en gran parte obsoleta, y la inversión nueva es insuficiente para garantizar crecimiento y modernización.
La política le debe a la sociedad un programa de gobierno que implemente una solución viable y sostenible en el largo plazo.
El tiempo de la transición energética mundial nos impone el desafío de adaptación de nuestro sector energético; y a su vez impone restricciones a las decisiones autónomas nacionales. La “transición” tiene como objetivo la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de los combustibles fósiles; y por lo tanto, estos deberán ser substituidos por otras energías en los próximos treinta años para evitar una catástrofe climática global inadmisible. Desafiar y no hacerlo podría tener grandes costos para nuestro país.
La maniobra de substitución será costosa para los estados, habrá lucro cesante para los productores de los combustibles reemplazados. Y será costosa para los consumidores que afrontarán costos de reemplazo en sus hogares y automóviles. No todos los países están en iguales condiciones para afrontar esos costos; y por lo tanto, no habrá soluciones únicas.
La solución es compleja, pero pasará por tres ejes en los próximos cincuenta años: a) evitar el desmonte de los bosques nativos; cambiar la matriz energética mundial reduciendo las energías carbonosas; y aumentando la eficiencia.
El carbón; primer energético a desalojar de la matriz mundial. El carbón es el combustible de la revolución industrial; y el que modificó los modos de transporte. Aporta el 28% de la energía mundial, pero su combustión produce GEI más que ningún otro combustible.
Los países donde el carbón es el principal combustible enfrentarán el desafío de la substitución total o parcial: China, India, Indonesia, EE.UU y varios países europeos sufrirán un alto impacto.
Para Argentina el tema es sencillo, el país hizo ya en el siglo XX una substitución total del carbón al reemplazarlo por gas natural en las centrales termoeléctricas concebidas originalmente para consumir carbón importado.
Solo nos resta cerrar en los próximos años el yacimiento de Río Turbio; problema político y no técnico.
El petróleo. El petróleo, que representa el 30 % de la energía mundial, deberá reducir significativamente su aporte en los próximos treinta años. En su caso el reemplazo no será ni sencillo ni rápido ya que la nafta, el gasoil y el kerosene son los combustibles más utilizados por todos los modos de transporte a nivel mundial.
En los próximos lustros se implementará una gran substitución a escala planetaria del automóvil particular por el automóvil eléctrico alimentado por baterías de litio y otros tipos. El proceso será gradual y se iniciará en los países del Primer Mundo.
Siendo la Argentina un país periférico –con armadurías automotrices cuyas matrices están en el primer mundo–, lo esperable es que el proceso de reemplazo sea gradual ajustándose la oferta y la demanda local a la oferta externa y a las posibilidades de compra y renovación del mercado nacional. Este cálculo aún no ha sido realizado en nuestro país.
Argentina posee un parque automotor de unos 15 millones de unidades, con una tasa de reemplazo de unos 400 mil vehículos por año. En este contexto deberíamos esperar un cambio gradual y programado. Debería evitarse un reemplazo desorganizado y anárquico. La mutación de un sistema a otro probablemente sea similar a otros procesos de reemplazos tecnológicos que el país experimentó desde del siglo XX; pero requerirá inversiones importantes de adaptación en la infraestructura.
La industria petrolera mundial –incluida la argentina– enfrentará un enorme desafío: su adaptación a un mundo donde se substituye la demanda de crudo; y donde se aumentan los impuestos globales para desalentar su consumo. La demanda actual de crudo de 100 millones de barriles diarios se reducirá y ello eliminará de los mercados de oferta a los productores ineficientes y de alto costo. Y Argentina deberá estar atenta a esta circunstancia y calibrar su competitividad.
El gas natural: el hidrocarburo de la transición. El gas natural representa el 25% del consumo mundial, su ventaja es que emite un 45% menos GEI que el carbón; y un 23% menos que el petróleo. Cuando reemplazamos una caldera que quema carbón, por otra que usa gas natural estaremos liberando a la atmósfera un 45% menos de CO2 que la caldera carbonera. Cuando reemplazamos un automóvil que consume nafta por uno que consume gas natural comprimido (GNC) estamos reduciendo un 23% las emisiones. El gas es considerado por ello combustible de transición y jugará un rol importante en las próximas décadas.
Una oportunidad para Argentina. Nuestro país tiene una exitosa historia en la utilización de gas natural que a partir de la producción del yacimiento gigante de Loma de la Lata que 1988 se convirtió en el combustible más utilizado del país.
Si en el próximo lustro lograra costos competitivos en los yacimientos de Vaca Muerta; y además se produjera una certificación de reservas comprobadas de cantidad significativa, tendría una oportunidad de exportación de gas natural para abastecer mercados regionales y de ultramar. Antes de eso debería de volver a abastecer el 100% del consumo nacional eliminando importaciones que nos generaría un fuerte ahorro de divisas.
La industria nacional del gas en los próximos años debería afrontar costos de inversión de infraestructura, logística, certificación de reservas, lo que representa para ella un enorme desafío, que debería ser cuantificado y asumido por los actores.
Los costos y las oportunidades de la transformación para la transición. Todavía nuestro país no ha calculado los costos de la transformación de un sistema energético basado en los hidrocarburos en otro sistema basado en la electricidad generada por centrales eléctricas impulsadas por energías renovables.
Nuestro balance energético indica que solo el 14,8% de nuestra energía se produce sin la emisión GEI; mientras que el 85% emite GEI. Invertir esas proporciones en los próximos treinta años representa un desafío de inversión gigantesco.
Lo que tenemos que resolver en lo inmediato. Los problemas energéticos se resumen a una infraestructura energética obsoleta; déficit de inversiones; y una pésima gestión estatal de la política y de economía sectorial. Estos problemas no se resolverán sin una economía nacional robusta y estable de la cual el país carece; y cuya resolución es prioritaria.
La energía en los últimos treinta años no tuvo una gestión racional. La política argentina en ese lapso –carente de ideas– ha sido muy permeable a la influencia sectorial y corporativa. El Estado ha bajado la calidad de sus instituciones y perdió funcionariado de alta calificación técnica reemplazado por militantes. El resultado es que los errores han superado con creces a los aciertos.
Ninguno de los partidos o espacios políticos que ha gobernado la Argentina en los últimos 33 años ha considerado necesario contar con un plan energético de largo plazo. Se trata de una irracionalidad absoluta que no descarto que se repita en el próximo gobierno.
A partir del 10 de diciembre de 2023 la política debería abandonar esta tendencia anárquica a la toma de decisiones que favorece la corrupción y el tráfico de influencias. Argentina debería contar con un plan energético de largo plazo para implementar la transición energética de forma eficiente y racional. Este plan debería ser aprobado por ley del Congreso y revisable cada cinco años.
Publicado en Perfil el 6 de mayo de 2023.