jueves 26 de diciembre de 2024
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A 50 años del asesinato de Pasolini

Pier Paolo Pasolini, un artista italiano polifacético excepcional, comunista y homosexual, vaticinó que el fascismo volvería a nacer de las entrañas de las democracias burguesas.

En un libro reciente El fascismo de los antifascistas, una recopilación de textos y entrevistas, publicadas entre 1962 y 1975, la mayoría de ellos publicados a partir de 1973 cuando comenzó a colaborar con el diario Corriere della sera, Pasolini reflexiona acerca del fascismo y de la sociedad de aquellos tiempos de industrialización, de “La clase obrera va al paraíso” o de “Feos sucios y malos”. Para el artista, fuertemente influido por Antonio Gramsci, “Italia se pudre en un bienestar hecho de egoísmo, estupidez, incultura, habladurías, moralismo, coacción, conformismo: prestarse de algún modo a contribuir a esta podredumbre es, actualmente, el fascismo. Ser laico, liberal, no significa nada cuando se halla ausente esa fuerza moral que permite vencer la tentación de ser partícipe de un mundo que en apariencia funciona, con sus leyes tentadoras y crueles. No hay que ser fuerte para enfrentarse al fascismo en sus manifestaciones delirantes y ridículas: hay que ser fortísimo para enfrentarse al fascismo como normalidad, como codificación, diría yo, alegre, mundana, socialmente elegida, del fondo brutalmente egoísta de una sociedad.

Pasolini ve el surgimiento del fascismo de nuevo cuño, ya lejano del experimento político de Mussolini, al tiempo que también delimita conceptualmente al comunismo y a la democracia cristiana. Pronostica, con acierto, una evolución en el paradigma cultural del XX en el que los valores tradicionales serán reemplazados por los de la sociedad de consumo, piedra de toque de un nuevo totalitarismo.

En pleno siglo XXI, las demostraciones fascistas del bolsonarismo en Brasil, que no aceptan la derrota electoral, o de los trumpistas en los EE.UU., con la misma excusa, muestran la puesta en marcha de amplios sectores de esa sociedad de consumo que está insatisfecha con su vida, su gobierno y clama por la satisfacción del consumidor –al que le han dicho que siempre tiene la razón– sin consideración de las instituciones, del prójimo o de la comunidad en la que vive. Ese sujeto fascista ha sido moldeado durante décadas por medios de comunicación, redes sociales y políticos –a su vez convertidos en mercancía– que es capaz hasta de pensar en una guerra civil –EE.UU.- o en golpe de estado a la vieja usanza -Brasil-.

Tanto periodistas como políticos han abandonado toda prédica política seria por el arte de la indignación, dedican 24 horas a mantener irritados a los ciudadanos con escándalos, acusaciones y denuncias –muchas veces sin fundamento o meras mentiras– con tal de mantener acicateados a los ciudadanos que ya tienen suficiente con sus problemas.

Esa indignación es la futilidad que Pasolini endilga a los antifascistas, puesto que no conduce a nada más que la autocomplacencia: “No hemos hecho nada para que no haya fascistas. Nos hemos limitado a condenarlos gratificando nuestra conciencia con nuestra indignación; y cuanto más fuerte y petulante era la indignación, más tranquila se quedaba la conciencia”.

El esposo de la presidenta de la Cámara de diputados de los EE.UU., Nancy Pelosi, acaba de sufrir un ataque casi mortal por un fanático supremacista y la oposición política relativiza el hecho, lo banaliza.

Dado el carácter consumista del cine, la obra de Pasolini como director de cine, iniciada en 1961 con el film “Accattone” es la más conocida. Su segunda película “Mamma Roma” se convirtió en una de las obras cumbres del cine italiano de los 60 y con “El Evangelio según San Mateo”, Pasolini cuestionó su ateísmo, pero presentó el pasaje bíblico en clave marxista.

En el 1975, estrenó en los cines “Saló, o los 120 días de Sodoma”, una película que causó un fuerte sacudón mostrando en un experimento fascista un erotismo extremo y la degradación humana, al punto de recibir presiones políticas y numerosas amenazas de muerte, esa que llegaría el 2 de noviembre y que fuera imputada a un adolescente de 17 años Giuseppe (Pino) Pelosi –si, como la diputada demócrata– en un crimen que nunca quedó esclarecido y que fue atribuido a ese “loquito”.

Preguntado por los jóvenes fascistas de su época, Pasolini dijo: En su honestidad de adolescente, él sabe que el mundo en el que vive es, en el fondo, atroz, y arremete contra él con toda la fuerza del escándalo que tiene para un muchacho su idea del fascismo. El fascismo de la madre, en cambio, implica un desmoronamiento moral, una complicidad con la manipulación artificial de las ideas con las que el neocapitalismo está modelando su nuevo poder. Confieso que sentí un instante de rabia casi poética contra esa madre. Y se me ocurrió que se merecía tener un hijo fascista, que era lo justo: era una fatalidad que encerraba en sí un equilibrio perfecto entre el debe y el haber. Es más, me vino la tentación, enseguida reprimida, por malvada, de escribir un epigrama; un epigrama con el que desearles hijos fascistas a mis enemigos burgueses. Que os salgan hijos fascistas, que os destruyan con las ideas nacidas de vuestras ideas, con el odio nacido de vuestro odio”.

Pasolini es polémico, apasionado, pero inteligente a la hora de analizar la realidad política de su época y de volcar en el arte su sensibilidad perturbada, lacerada por el odio hacia su padre militar fascista y la muerte de su hermano Guido, en Yugoslavia.

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