jueves 26 de diciembre de 2024
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El regreso de la pesadilla nuclear

Desde el fin de la guerra fría se han eliminado el 80 por ciento de las armas nucleares. Aún así, las 13.400 existentes en manos de sólo nueve potencias son suficientes para hacer arder al mundo entero. ¿Por qué se actualiza el terror nuclear?

El 15 de diciembre de 1991, el secretario de Estado de EE. UU., James Baker, llegó a Moscú en medio del caos político para reunirse con el líder ruso Boris Yeltsin, quien en ese momento estaba ocupado tratando de voltear a su antiguo compañero de militancia –que en 1988 lo expulsó del PC- el presidente reformista soviético Mikhail Gorbachov. Algo así como si Donald Trump recibiera a Serguei Lavrov para sacar del poder a Joe Biden. Yeltsin había declarado, días antes, que él y los líderes de Bielorrusia y Ucrania estaban desmantelando la Unión Soviética, todo apuntado a socavar el poder de Gorbachov.

A los diez días Gorbachov renunció y la Unión Soviética colapsó. Las consecuencias a largo plazo operan en la base del conflicto de hoy. De hecho, el gobierno norteamericano veía con preocupación que el deseo de algunas repúblicas soviéticas de independizarse podría provocar guerras descontroladas. En ese contexto, Baker le preguntó a uno de los asesores de Gorbachov, Alexander Yakovlev, si la ruptura de Ucrania provocaría una violenta resistencia rusa. Yakovlev se mostró escéptico y respondió que en Ucrania había 12 millones de rusos, con “muchos en matrimonios mixtos”, así que “¿qué tipo de guerra podría ser?” Baker respondió simplemente: “Una guerra normal”.

Pero el temor mayor residía en qué pasaría y quién y cómo se controlaría el arsenal nuclear soviético –unas 30.000 ojivas- después del colapso del mando y control centralizados. Por esta razón el principal objetivo de Baker estaba puesto ahí y no dudó en preguntárselo, a boca de jarro, al propio Yeltsin. El ingeniero nacido en Ekaterinmburgo quería recibir ayuda financiera de los EE.UU. y acordó con Baker que harían los esfuerzos para que las armas nucleares y los controles estuvieran sólo en manos de Rusia.

Esta colaboración sobrevivió a la derrota electoral de Bush en 1992 y la consiguiente salida de Baker. Yeltsin continuó el esfuerzo con el presidente Bill Clinton, los secretarios de Defensa de EE.UU. Les Aspin y William Perry, y Strobe Talbott, el principal asesor de Clinton en Rusia, entre otros, para garantizar que las armas atómicas ex soviéticas en Bielorrusia, Kazajstán y, sobre todo en Ucrania fueran destruidas o trasladadas a suelo ruso. Junto con ese acuerdo se firmó el primer tratado START –heredero de los SALT 1 y 2- de reducción de armas nucleares por parte de ambas naciones.

Hoy, 30 años más tarde, con mucha agua bajo el puente y con el delfín de Yeltsin gobernando Rusia desde 1999, la amenaza nuclear vuelve a escena. Vladimir Putin, más como un animal acorralado que como un estadista lanzó, luego de su avance sobre Ucrania: “Quien intente interferir con nosotros”, advirtió, “debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y lo llevará a consecuencias como nunca ha experimentado en su historia”. Dijo que Rusia “es hoy uno de los estados nucleares más poderosos”.

Según Robin Wrigth del New Yorker “La Administración Biden no ha mordido el anzuelo de Putin. Ha respondido con frialdad a la última provocación de Moscú. Cuando se le preguntó el lunes si los estadounidenses deberían estar preocupados por la guerra nuclear, Biden respondió sin rodeos: ‘No. Estados Unidos no ha cambiado la postura de sus fuerzas nucleares. El nivel de alerta de Estados Unidos no se ha elevado.’”

Lo cierto es que el temido y tan promocionado holocausto nuclear -como en la novela de Comarc Mac Carthy, The Road (2006)– ha vuelto. No porque alguna vez se haya desactivado, sino porque un nuevo orden mundial está naciendo y eso implica –entre otras cosas– el empleo disuasivo de la fuerza y, por lo tanto, la reactivación de la carrera nuclear. El Pentágono estima que China podría tener mil bombas para 2030, mientras que se cree que India y Pakistán están involucrados en una carrera armamentista nuclear propia, en tanto que se teme que Corea del Norte ya ha construido hasta sesenta dispositivos nucleares. Debido a la carrera nuclear inicial, el noventa por ciento de todas las bombas nucleares están ahora bajo control ruso y estadounidense, según la Asociación de Control de Armas estadounidense.

El anuncio de Putin, que pareció diseñado para presionar o coaccionar a Occidente para que se mantenga alejado de Ucrania, conlleva peligros. El ex KGB necesita amalgamar al pueblo ruso con una retórica fuerte y épica que anticipe la carestía y las penurias económicas que sufrirá a raíz de las severas sanciones que Occidente le ha aplicado. También lo prepara para la guerra. Pero es indudable que la amenaza pone a prueba al bloque occidental y puede tener dos resultados: amalgamarlo o dividirlo aún más. Tampoco es descartable que su arrojo haya buscado seguir minando la democracia estadounidense a la espera de otro elogio de Trump, como cuando avanzó sobre Ucrania.

El expresidente Dimitri Medvedev –un títere que ocupó el lugar de Putin para respetar la Constitución son perder las riendas- amenazó con que Rusia podría retirarse del nuevo Tratado START que se firmó en 2010, y que Putin y Biden acordaron prorrogar en 2021.

La escalada también es una respuesta al duro golpe que ha sufrido la oligarquía empresarial rusa con sanciones que afectan sus negocios y su vida de mundano lujo. En el medio siguen estando las personas comunes, las que mueren, las que pierden lo poco que tienen, las pagan con su esfuerzo las deudas de los ricos, las que podrían ser pasto del fuego atómico, porque el error humano o de cálculo están a la vuelta de la esquina.

A Putin se lo acorraló y ese fue un error diplomático imperdonable o una estrategia perversa para desatar una guerra. Es probable que los próximos quince días sean decisivos.

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