La presidenta de la Confederación Sindical Internacional tiene mucha menos prensa que Christine Lagarde, Ángela Merkel o Kristalina Georgieva. ¿Será porque defiende los derechos laborales?
Pues esa es la historia de esta sindicalista docente australiana que se le plantó al gobierno de John Howard del Partido Liberal de Australia, bajo cuyo mandato se sancionaron reformas laborales que destruyeron o morigeraron derechos del trabajo tan elementales como la libertad de asociación y la negociación colectiva. El pasado de Australia muestra, que el desarrollo de la explotación minera, con sus trabajadores sindicalizados, ha sido una tierra de grandes luchas por esos derechos.
Entre 2000 y 2010, Burrow fue presidenta de la Asociación Australiana de Sindicatos, primera mujer en ocupar ese lugar desde el que logró revertir –luego de que Howard saliera del gobierno– las reformas Work Choices, reemplazadas por la Ley de Trabajo Justo en 2009. En 2010 fue elegida como la primera Secretaria General de la Confederación Sindical Internacional (CSI), institución fundada en 2006 como fusión de otras organizaciones que representan hoy a 207 millones de trabajadores a través de sus 331 entidades afiliadas de 163 países.
La SCI elabora un Índice de los Derechos que clasifica a 144 países en función del grado de respeto hacia los derechos de los trabajadores. Al tope de los países menos “respetuosos” de esos derechos están: Bangladésh, Brasil, Colombia, Egipto, Filipinas, Honduras, India, Kazajstán, Turquía y Zimbabwe.
La región de Oriente Medio y Norte de África es la peor del mundo para los trabajadores por séptimo año consecutivo, con la persistencia de inseguridad y conflictos en Palestina, Siria, Yemen y Libia, a lo que se suma el hecho de ser la región más regresiva en lo que respecta a la representación de los trabajadores y los derechos sindicales.
En cambio –según este índice- varios países han mejorado su posición, entre los que figuran Argentina, Canadá, España, Ghana, Namibia, Sierra Leona y Vietnam.
La pandemia, si bien ha introducido un factor de crisis, no ha hecho más que dejar al descubierto las ya existentes situaciones de desigualdad, emergencia climática, sexismo, racismo, crisis tecnológica y del multilateralismo. El Covid 19 ha generado que en muchos países los trabajadores hayan quedado expuestos a la enfermedad y a la muerte a causa de la represión existente contra los sindicatos y la negativa de los gobiernos a respetar los derechos y entablar el diálogo social. Dichos países han sido totalmente incapaces de combatir la pandemia de manera efectiva y, con la excusa de las medidas adoptadas para combatir el coronavirus, están promoviendo su agenda contraria a los derechos de los trabajadores.
Burrow, brega por un cambio mundial de un modelo económico que está agotado: “Según la Encuesta Mundial 2017 de la Confederación Sindical Internacional (CSI), el 85% de la población mundial quiere que se redefinan las reglas de la economía mundial y la población coincide unánimemente en que el mundo sería un lugar mejor si los gobiernos estuvieran más comprometidos con la creación de empleo y el trabajo decente; el cuidado de los niños, las personas ancianas y los enfermos; los derechos humanos y sindicales; los derechos y libertades democráticos; la prosperidad compartida; y las medidas con respecto al cambio climático… …El libre comercio que permite la esclavitud, incluye el trabajo informal bajo el pretexto de la existencia de empresarios independientes, ofrece salarios de pobreza, no garantiza ni la libertad sindical ni los derechos de negociación colectiva, no asume la responsabilidad de la seguridad laboral y fomenta la evasión fiscal, es un modelo inmoral…”.
Burrow tiene una difícil tarea en tanto lidia con gobiernos y corporaciones –aunque a veces la línea es difusa– que son los artífices de una globalización no ha logrado compartir la prosperidad. Las cadenas de suministro se han basado en una explotación inhumana, ávidas de bajos salarios, trabajo inseguro e incluso esclavitud moderna. Las empresas y los capitales se han fugado de la tutela de los estados creados bajo el perimido modelo de Bretton Woods, generando una gran crisis social y una innegable debacle ambiental.
“En realidad, estas cosas están interrelacionadas con un modelo global de economía que ha fracasado. No ha logrado proteger la naturaleza. No ha logrado proteger a la gente. Se ha basado en un desarrollo sin sentido e implacable que no ha sido regulado. Y con demasiada frecuencia se ha basado en la explotación donde los trabajadores pierden su parte de prosperidad.”
En su labor, la secretaria general de la CSI concurre al Foro de Davos en donde es casi seguro que predica en el desierto, o tal vez alguien la escuche antes de que sea demasiado tarde.