Nunca estuvo tan en el tapete como en estas últimas semanas la escuela secundaria. La falta de graduados de este nivel con competencias básicas para ingresar a una industria en Zárate puso en evidencia sus problemas. Un nivel que hace tiempo gradúa a la mitad de los que ingresan, los que en gran parte no tienen los saberes necesarios para su inserción en el sistema productivo.
Como estamos en campaña, el tema dio lugar a múltiples propuestas tendientes a poner en evidencia esta disociación entre la escuela y el mundo del trabajo. Prácticas “profesionalizantes” para todos los estudiantes, o el modelo de escuela dual alemán, aparecen como soluciones a ese divorcio que es necesario resolver.
Pero en el caso de Toyota, no se trataba de 200 graduados que no sabían manejar una máquina o un instrumento determinado. Lo que los aspirantes a esos puestos no pudieron probar fueron competencias básicas de lectoescritura, cálculo o resolución de problemas no complejos. La pregunta de fondo que hoy nadie se hace es para qué debe servir la escuela secundaria en general y, después, en particular.
Durante años esta fue la gran discusión en el mundo. Ya desde los años ´60 los sistemas educativos se fueron alineando hacia una “educación comprensiva”, que tuviera una fuerte base de formación general y pospusiera cada vez más las orientaciones al final del recorrido. Sólo el caso alemán, cuyo sistema educativo diferencia en caminos paralelos muy temprano desde los diez años, no siguió este rumbo. La formación general de la escuela secundaria debió en nuestro país garantizar las bases sólidas de un aprendizaje para toda la vida: competencias abstractas, resolución de situaciones problemáticas, comprensión de textos de diferente tipo. Y sobre todo, pensamiento autónomo, en jóvenes que antes de completar este nivel, por ejemplo, ejercen hoy la ciudadanía con el voto.
Es curioso que justo cuando se discuten estas cosas, irrumpe la lamentable situación de la profesora de La Matanza imponiendo de manera violenta su pensamiento en el aula. El adoctrinamiento en las escuelas no es un tema nuevo. Si bien siempre existieron casos, se exacerbó en la última década y ningún gobierno se ha propuesto enfrentarlo. Sin embargo, es justo aclarar que no se trata de “los docentes” sino de grupos de docentes que creen ser poseedores de la verdad y usan su poder en el aula para incorporarlo a un currículo oculto.
El modelo pedagógico del docente militante no deja lugar a la formación en la autonomía de pensamiento. Autonomía que no se busca dejando la realidad fuera del aula, sino presentando a los jóvenes diversas perspectivas de los temas para ser discutidas con entusiasmo y sin imposiciones. Si bien este caso dio origen a un sumario, no hay registros de docentes con sanciones firmes por estas conductas, lo que da cuenta de un sistema que esconde la realidad, avalado por omisión por gobiernos de distintos colores políticos; y sindicatos que se escudan en la defensa del derecho a enseñar. Muestra de esta triste realidad es que fue justamente La Matanza la que recientemente fue reconocida por la Unesco -a propuesta del gobierno nacional- como “Ciudad de Aprendizaje”, un reconocimiento que pocas ciudades del mundo obtienen.
Podemos discutir también los fines particulares de la educación secundaria. Allí me inclino por brindar al final del recorrido múltiples opciones, para que sean los estudiantes lo que elijan trnasitar experiencias de aprendizaje vinculadas a lo que continuarán haciendo, sea en el mundo o en los estudios superiores. El sistema puede incentivar algunas áreas, sobre todo aquellas que exigen más esfuerzo y en general se vinculan con las ciencias básicas y las tecnologías.
Pero la búsqueda de la finalidad de este nivel educativo, tan importante y determinante, no debe colocarnos en la disyuntiva entre su utilidad para el “hacer” o para “pensar”. Es el nivel que termina de formar en ciudadanía y en ejercicio de derechos de personas independientes, colaborativas, participativas y con pensamiento crítico, además de futuros profesionales calificados. Allí tenemos que colocar los esfuerzos en la reforma educativa (curricular, de formación docente, de organización escolar) que necesariamente debemos llevar adelante cuanto antes, si queremos asegurar en las próximas décadas generaciones capaces de sostener al resto de la sociedad dentro de un modelo de país desarrollado y también, sobre todo, democrático.
Publicado en La Nación el 1 de septiembre de 2021.