domingo 22 de diciembre de 2024
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Estadísticas sorprendentes

Perú tiene más muertos que Estados Unidos. Eso, si en vez de contar el número total de víctimas fatales, contamos las muertes per cápita. ¿Quiere decir que Estados Unidos y Brasil están mejor de lo que se cree?

No es así. Estamos comparando porcentajes (no números) de víctimas entre un país con su población muy esparcida y otro donde hay multitud de gente en poco espacio. En Brasil, hay 25 personas por Km2; en Bélgica, 383. ¿Para qué sirve entonces comparar porcentajes?

Para que los gobiernos –sin comparar a su país con otros- cuenten la cantidad de muertos con relación a la densidad de población, en el territorio nacional y en áreas específicas. Eso les permite elegir mejor las estrategias a seguir en la lucha contra el coronavirus. La libertad de circulación, por ejemplo, es importante allí donde hay una gran densidad, y menos importante en el resto. ¿La cantidad de víctimas no importa? Las dos cosas importan.

La cantidad importa para determinar edades, género, patologías preexistentes, a fin de adecuar la distribución en centros de atención. También la cantidad de bienes a adquirir o importar (desde respiradores hasta vacunas), el número de médicos y personal de salud necesario, el financiamiento de gastos no imaginados y la disponicha bilidad de salas de terapia intensiva.

¿Cuál es la situación real de Estados Unidos y Brasil?

Aunque la comparación con países chicos le favorezca, Estados Unidos podría haber tenido muchas menos víctimas fatales si su gobierno hubiera actuado con razonabilidad. La China y la India, cada una con cinco veces más población, tienen índices de mortalidad mucho más bajos.

En Estados Unidos, el ex presidente Trump dijo en marzo de 2020 que el coronavirus no era más temible que el virus de la gripe, y pronosticó que la pandemia se extinguiría en cuatro o cinco semanas. Por su parte, el presidente Bolsonaro dijo que la COVID-19 era un “resfriado” y que al Brasil no lo iba a afectar porque los brasileños “se bañan en aguas residuales y no les pasa nada”.

Tales criterios hicieron que esos países no previeran una estrategia para proteger a su población. No redujeron las actividades y la circulación.

¿Hay gobiernos que hayan tomado la misma actitud?

Sin llegar manifestarse como Trump o Bolsonaro, otros gobernantes demoraron también la lucontra el coronavirus. Confiaban en que la pandemia no sería tan grave y duradera, y querían evitar el costo político de las medidas restrictivas.

¿Cómo evaluar las estadísticas?

Las estadísticas, sobre todo, cuando se las utiliza para hacer comparaciones, deben analizarse con sumo cuidado. A veces son mas periodísticas que científicas.

Hay que tener en cuenta las que muestran un promedio de datos recogidos a lo largo de un tiempo suficiente. Esas informaciones pueden ser muy útiles para evaluar la eficacia de distintas políticas sanitarias, aunque no necesariamente. Deben tomarse como una valiosa guía, pero recordar que –como toda encuesta- tiene un margen de error. Los sistemas de recolección de datos difieren de unos países a otros, el procesamiento de esos datos depende de la calidad de la tecnología utilizada, y algunos gobiernos pueden (incluso) falsean la información.

¿Qué importancia tiene todo eso de cara a la segunda ola?

Es imposible volver a las medidas estrictas del principio de la pandemia, como los largos confinamientos y el cierre de gran cantidad de actividades. No lo aguantan las economías y no lo aguanta la gente. El hartazgo lleva a la imprudencia y hay sectores que reclaman volver a la normalidad “a como de lugar” Las estadísticas de estos factores podrán determinar la continuidad, la corrección o la sustitución de esas medidas.

¿Qué riesgos corren los gobiernos?

Para los gobiernos, como lo está comprobando Emmanuel Macron en Francia, será aun más difícil establecer restricciones en la segunda etapa de lo que fue en la primera.

Tienen que estar dispuestos a sufrir deterioros. Volver a las cuarentenas, restringir la circulación, prohibir cierto comercios, hacer que baje el producto bruto y aumentar el desempleo. Los gobernantes se verán ante este dilema: ser efectivos en la lucha contra el coronavirus les significará perder puntos en las encuestas.

Además, los gobiernos pueden sobreestimar los riesgos de la segunda ola, y la gente a subestimarlos.

¿Qué pasa con las vacunas?

Ya se está librando “la guerra de las vacunas” prevista en esta columna en noviembre de 2020. Esta es una situación única: el mercado es toda la humanidad y la demanda es urgente. Es una perspectiva de ganancias multibillonarias, que lleva a vacunas prematuras y competencias extremas.

En algunos países europeos ha habido una resistencia a la vacuna Moderna, nadie sabe por qué. En otros partes se ha creado desconfianza en las vacunas basadas en ARVm. Hay expertos que dicen que demorar la segunda dosis puede ser negativo. Se ha dicho que una determinada vacuna provoca un bajísimo nivel de inmunidad.

Comparaciones indebidas, falsas estadísticas, errores de los gobiernos, campañas por las redes sociales, indisciplina social y manifestaciones en las calles harán que la segunda ola sea más difícil de contener que la primera.

¿Cómo actuar colectivamente?

Las organizaciones sociales deben buscar consensos que faciliten los adecuados comportamientos colectivos e impidan que los gobiernos decidan en soledad.

La perspectiva no es alentadora y si no hay acciones coordinadas, el coronavirus puede encontrar, en la sociedad, aliados para ejercer su perversa tarea de atacar a poblaciones enteras, provocando enfermedades y muertes.

Publicado en Clarín el 11 de abril de 2021.

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