jueves 26 de diciembre de 2024
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El año después

Puede ser Ekonomiya, ekonomi u Ökonomie. Con apenas diferencias en la escritura, la palabra es la misma en distintos idiomas: castellano, italiano, francés, portugués, inglés, galés, sueco, noruego, danés, holandés, ruso, checo, eslovaco, griego, albanés, croata, macedonio, rumano, búlgaro y turco.

Es una palabra que proviene del griego antiguo y significa “administración del hogar”. Hoy se la emplea en un sentido más amplio y, sin ninguna duda, hay diferencias entre administrar una casa y administrar un país. Sin embargo, hay principios elementales, comunes a la economía doméstica y a la nacional, pero no se los entiende de la misma manera en uno y otro caso. Uno de esos principios indica que no se puede gastar más de lo que se tiene.

En una familia se comprende que, si el sostén ha perdido su empleo, no se podrá seguir el mismo tren de vida: se suspenderán vacaciones o se restringirán compras. El ajuste familiar es por lo general consensuado. En las economías nacionales, en cambio, las exigencias de la sociedad no cesan, así el Estado haya sufrido la crisis más severa. Es como si los recursos públicos fueran infinitos.

Ése es el dilema en el que se verán todos los gobiernos del mundo (pero en particular los del mundo subdesarrollado) una vez que se apacigüe la pandemia. La gente exigirá que no recorten gastos y, aun más, que compensen las pérdidas colectivas.

Todos los Estados han tenido que gastar durante 2020 lo que no tenían. ¿Quien podía imaginar la urgencia en multiplicar los presupuestos de la salud pública? ¿Quién podía imaginar la necesidad de costear parte de lo salarios del sector privado?

¿Quién podía imaginar la enorme pérdida de recaudación impositiva por efecto de la recesión que provocó la cuarentena?

El coronavirus ha sido devastador para las dos economías: la “del hogar” y las nacionales. El Banco Mundial prevé que el mundo sufrirá una recesión como no conoció en los últimos 75 años. Los países desarrollados tienen, por supuesto, mayor capacidad de recuperación; pero atravesarán penurias y habrá entre ellos grandes cambios. El centro de la economía mundial puede trasladarse, más rápido de lo imaginado, al Oriente. Con China a la cabeza, varios países asiáticos han venido acumulando un poder que, a la hora de recuperar el tiempo perdido, puede darle ventajas sobre las economías occidentales.

Los mayores problemas estarán en los países “en desarrollo” o subdesarrollados.

Con cajas casi vacías, los gobiernos tendrán que ayudar a la reconstrucción del aparato productivo y compensar, o atenuar, las pérdidas sociales provocadas por la pandemia: quiebras, desempleo, ingresos familiares perdidos o reducidos, aumento de la pobreza y retraso escolar. Todo, además, sin que los déficits fiscales se disparen.

Para afrontar esos desafíos, no hay soluciones mágicas. Las fuentes de financiamiento son de difícil acceso o de consecuencias indeseables: Crédito externo Será difícil de conseguir. Los países harán cola para recibir préstamos y la bolsa de los prestamistas pueden menguar pronto. Como ocurre en la economía doméstica, los que tendrán más crédito son los que menos necesitan pero pueden garantizar la devolución. En el mundo subdesarrollado, por otra parte, la mayoría de los países han estado, están o pueden estar en default, total o parcial.

Emitir. Los bancos centrales tienen la facultad de imprimir billetes y hacerlos circular para preservar la demanda interna; pero en medio de una crisis esto puede poner en “on” la máquina de la inflación, que luego es difícil volver a “off”.

Gravar. Las autoridades económicas pueden compensar parte del déficit fiscal creando o aumentando impuestos, pero eso le quita al sector privado parte de su decisiva capacidad para reconstruir la economía. Los gobiernos más prudentes serán los más eficaces. Se moverán con pragmatismo. Tendrán negociadores eficientes. Buscarán alianzas geopolíticas con países del mundo desarrollado. Planificarán. Adecuarán leyes. Fijarán objetivos realistas y cronogramas cumplibles.

Con todo, deberán soportar el asedio de la opinión pública. Los escombros de la crisis serán muchos y muy grandes. No sólo habrá que recomponer la economía sino contrarrestar el vendaval de injusticia social que ha provocado el coronavirus. Un estudio de la United Nations University dice que en el mundo habrá, después de la pandemia, hasta 580 millones de nuevos pobres.

Para superar este cataclismo, hace falta controlar impaciencias, suspender conflictos y resignar algunas aspiraciones. Un gran obstáculo es la idea de que el Estado todo lo puede. Enfrenta a los administradores, que no pueden, con los administrados, que les exigen.

Dejar atrás las dificultades requiere acciones colectivas cuyo enunciado puede parecer naïve, primario o superficial, pero que resultan indispensables. Son deberes que debería asumir cada sector de una sociedad: Gobiernos: no utilizar la crisis para concentrar poder.

Partidos políticos: no exigir medidas de cumplimiento imposible.

Empresas: aumentar la inversión productiva.

Sindicatos: no perseguir reivindicaciones inflacionarias.

Sociedad civil: participar activamente en las medidas de acción social.

Medios de comunicación: no fabricar escepticismo.

No se trata de vivir una Utopía. Se trata de coordinar treguas y esfuerzos transitorios para salir de una situación extrema.

El propósito es evitar la enfermedad, mucho más grave que la actual, que sufrirían las economías y las sociedades de los países rezagados si no lograran esas treguas y no hicieran esos esfuerzos conjuntos. Contra la COVID-19 ya hay vacunas. Contra esa enfermedad no habría vacuna ni remedio.

Publicado en Clarín el 12 de diciembre de 2020.

Link https://www.clarin.com/opinion/ano-despues_0__qltubohM.html

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