¿Qué peronismo nos está gobernando? ¿Cuántas voces lo representan? Bien se sabe fue una suma de peronismos aislados, que poco tenían que ver entre ellos, los que se unieron para frenar la continuidad de Mauricio Macri.
Este peronismo está en el quinto mes largo de gestión. Alberto Fernández ha logrado dialogar con opositores para hacerle frente a la pandemia. Otros del Frente de Todos, en cambio, viven en la permanente confrontación crispante, profundizan la grieta, proponen soluciones contra natura. El Frente aloja voces disímiles, no tienen la misma visión política.
Sin embargo, en una movida para dar unidad en ese frente y ganar la adhesión de la población, ayer el Presidente brindó su apoyo al tratamiento con debate en el Parlamento del impuesto a los grandes patrimonios. Si se llega a aprobar caería sobre personas físicas -se calcula en más de 10.000 ciudadanos- con fortunas mayores a los 3 millones de dólares.
Se cree que ese gravamen, creación del banquero pro-gobierno Carlos Heller y de Máximo Kirchner, jefe de la bancada del Frente de Todos en la Cámara Baja, podría absorber entre USD 3.000 y 4.000 millones de dólares. Objetivo: destinarlos a paliar los efectos de la pandemia.
Ese monto no es significativo. Alguien lo definió como “una gota en el océano”. Tampoco faltó quien lo calificó como un gesto inútil a lo “Robin Hood”. Los economistas aseguran que esa cantidad de dinero se escapa en algunas compras inútiles del Estado o en malas maniobras financieras.
Los efectos son dañinos: ahuyentan a eventuales inversores extranjeros y aceleran la fuga de capitales que ya se acerca a los 350.000 millones de dólares. Eso sí: nadie en el oficialismo piensa en solucionar las distorsiones que apareja el actual sistema tributario. La sofocante presión impositiva sigue siendo la más alta de la historia argentina.
La idea de ese impuesto no es patrimonio nacional. También se le ha ocurrido a un sector de la administración populista en España. Y se habló de ello en otro país europeo. Forzadamente, fuera de todo criterio, porque la Unión Europea está encarando una ayuda de 500.000 millones de euros para todas las naciones afectadas por el Covid-19.
En la actualidad argentina Alberto Fernández se puso del lado del lado de los que sospechan de la actividad privada o, es un decir, de los empresarios. Se pone del lado de los que no les gusta la actividad privada.
Lo hace en el medio de una realidad que agrava las perspectivas futuras de una economía hundida en niveles nunca vistos, con indicadores que hacen retroceder todas las señales productivas con estadísticas que tienen más de medio siglo para atrás.
En estos momentos casi el 38% de la población (más de un tercio del total) tiene alguna necesidad que la coloca en la pobreza en algunos casos y en la carencia total para sobrevivir: no tienen comida, ni servicios básicos elementales ni vivienda, ni derechos como -se supone- tiene el resto de los argentinos. Todo esto no cambiará con el impuesto a los ricos.
La falta de derechos de los ciudadanos marginados genera argentinos de segunda.
Los responsables de esos indicadores no pertenecen sólo a una administración oficial. Se arrastran sin pudor desde hace décadas. El incremento persistente de esa pobreza está signado por la caída del poder adquisitivo en un marco de una inflación que no cede. Aunque la Casa Rosada imponga precios máximos, controles y penalidades.
Después de la paralización aumentada drásticamente por el Covid-19 no se alcanza a visualizar un futuro promisorio de más trabajo, de mejores soluciones a los conflictos de todo tipo. Un desierto en materia de posibilidades de mejor vida. Sin duda, la pirámide social que dividía a la clase alta de la clase media y de la clase con necesidades elementales y apremios insatisfechos, dejará de existir como tal en el país. Esa pirámide se achatará, cambiará sus formas.
En estos días la clase media está muy lastimada, como lo estuvo en 2001, 2002 y más aún. Es la clase media que había alcanzado a sobrevivir a los dramas económicos (y políticos) de la década del ’60, del ’70, del ’80 y después. Un ejemplo son las reyertas en los edificios de propiedad horizontal que van en aumento por los costos que se multiplican, el dinero que no alcanza, que se volatiliza, la pesada carga de los servicios, aunque algunos hayan paralizado sus tarifas hasta fin de año, sumado a la ruptura de la cadena de pagos.
En medio de estas circunstancias la propuesta de Fernanda Vallejos, diputada admiradora fiel de Cristina Fernández, pegó con fuerza en el mundo castigado de la actividad privada. Propuso que el Estado se quede con una participación en el capital de las empresas que fueron socorridas por el Estado en medio del castigo impuesto por la peste.
Agregó que otros han sugerido lo mismo en otros países. Distorsionó también una anécdota del ex-presidente norteamericano en la Gran Depresión que, por supuesto en el corazón del capitalismo, apeló a un acuerdo entre empresarios y obreros en el New Deal y no a tomar las compañías privadas, ni a darle ventajas a los sindicatos.
Agregó Vallejos que “el peronismo es el que late en el pecho del pueblo trabajador y los dirigentes deben ser capaces de interpretarlos”. Vallejos parece no reconocer que hubo muchos peronismos y ninguno se pareció ni siquiera ideológicamente al anterior.
Perón asumió su primera presidencia con la oposición de la Unión Industrial porque el candidato provenía de un poder asumido por los militares tras del golpe de junio de 1943. Pero no por ello Perón dejó de ayudar con créditos a la producción nacional. Hubo, paralelamente, una fuerte estatización de ciertas actividades, que se las consideró una conquista “del pueblo”.
Sin embargo, después de la gran sequía y la pérdida de reservas en el Banco Central y durante su segunda presidencia, Perón gestionó ayuda externa sin pudor y favoreció el ingreso de capitales extranjeros en industrias, entre ellas la petrolera y la automotriz. Perón cuidó tanto a las empresas argentinas como a aquellas que eran del resto del mundo.
En su tercer mandato, en la década del setenta, en medio de la ciega violencia guerrillera más una sucesión de dilemas de todo tipo, se respaldó en la CGE (Confederación General Económica) que guiaba su ministro José Ber Gelbard.
Después de la proscripción y en el retorno de la democracia volvió el peronismo con Carlos Saúl Menem, quien privatizó todo aquello que Perón había estatizado. Así consiguió que fluyeran en cantidad compañías extranjeras que compraron por su cuenta o en sociedad con capitales argentinos todo lo que se podía adquirir. Hasta que los problemas en México (“El Tequilazo”) y el retiro abrupto de los extranjeros del continente originaron dificultades de grueso calibre.
El arribo del peronismo de Néstor Kirchner favoreció el buen trato a compañías de distintos ámbitos. Y se vivió, por un tiempo, la recuperación con el respaldo de gran parte de la sociedad. Sin embargo, su sucesora, Cristina Fernández no pudo contener su visión autoritaria del poder y le hizo frente a los ruralistas perjudicados por la Resolución 125 más otros tironeos que mantuvo con la oposición.
Favoreció, todo lo posible, a las empresas “amigas del poder”. Su familia misma creció en inversiones inmobiliarias. La actuación de la Justicia más la seguidilla de libros de investigación periodística pusieron al descubierto varios episodios poco claros que subsistieron a lo largo de su gestión en dos períodos presidenciales.
¿Alberto Fernández y Fernanda Vallejos, por su lado, están unificando el pensamiento peronista en un Frente que venía con disputas o simplemente aprovechan este deprimente momento que padece la sociedad argentina?
Publicado en Infobae el 21 de mayo de 2020.