sábado 21 de diciembre de 2024
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Manuel Belgrano. Un prócer en disputa, según la biografía con que se mire

El bicentenario de la muerte de Manuel Belgrano, que se cumplirá el próximo 20 de junio, traerá nuevos libros sobre el prócer, pero difícilmente leeremos algo novedoso. El primero en aparecer es Belgrano, el gran patriota argentino, de Daniel Balmaceda. Es un libro amable, de lectura fácil y muy didáctico, que se ocupa de algunos episodios, referidos a su intachable vida pública y a una vida privada no muy regular, pero no excepcional para su época.

Balmaceda reitera la versión establecida sobre Belgrano: un hombre talentoso, con buena formación universitaria y con ideas adelantadas para su tiempo, a veces visionarias. También luce como un patriota que, a la hora de la revolución, no vaciló en sacrificar sus gustos intelectuales y servir como militar y como diplomático. Sobre todo, fue un hombre probo, que era rico cuando inició su carrera política y muy pobre cuando murió.

Esa imagen, con matices, está presente en prácticamente todas sus biografías, y recientemente en la de Felipe Pigna (Manuel Belgrano. Vida y pensamiento de un revolucionario). Cómo lo hace habitualmente, Pigna anuncia la revelación de hechos ocultados por la “historia oficial” -que muchos leímos en Billiken seis décadas atrás- y se erige en reivindicador de un héroe menospreciado por la nación. Sin embargo, Belgrano es, junto con San Martín, el único de nuestros próceres que ha logrado colocarse por encima de las pasiones y revisiones del pasado.

Fuera de ese excepcional consenso se encuentra El enigma Belgrano, de Tulio Halperin Donghi, libro publicado en 2012. Luego de estudiarlo durante muchos años, el historiador decidió que Belgrano no estaba a la altura de Fray Servando Teresa de Mier o el Deán Funes, quienes inician la galería de su libro Letrados y pensadores hispanoamericanos (2013). “No le da el pinet”, pensaba.

¿Por qué? La respuesta, casi freudiana, a ese enigma la encuentra en la relación de Manuel con su familia. La “Casa Belgrano” era más que eso: era parte de una famiglia mercante, de origen ligur, con una red extendida por Europa y América. Domenico Belgrano Peri fue destinado a Buenos Aires, adonde llegó en 1753, casándose enseguida con una criolla de prosapia. Tuvieron 16 hijos y planificaron con cuidado el destino de cada uno: la profesión de los varones, el matrimonio de las mujeres. A Belgrano le tocó dirigir los negocios familiares, y viajó a España para conocerlos y relacionarse adecuadamente. Era una gran responsabilidad, pero los padres tenían plena confianza en sus aptitudes.

Belgrano cambió de opinión: quiso ser un “hombre de ideas” progresista, y un funcionario de la reformista monarquía española. Los padres aceptaron el cambio de rumbo y trasladaron a ese terreno sus altas expectativas.

Volvió a Buenos Aires en 1794, como secretario del Consulado, convencido de que transformaría la economía local impulsando la agricultura y el comercio libre según las ideas leídas en Quesnay. Las reticencias de los comerciantes locales -entre ellos su propio padre- lo limitaron a escribir sesudos informes sobre las posibilidades económicas del Plata. Sus propuestas, usualmente consideradas visionarias, a juicio de Halperin eran frecuentemente disparatadas, y siempre carentes del conocimiento empírico que, en cambio, abundaba en los escritos de sus colegas Hipólito Vieytes o Manuel José de Lavardén.

Eso mismo barruntó Belgrano. Descubrir que no descollaba como hombre de ideas, y que la monarquía reformista se derrumbaba, lo llevó a abrazar una nueva profesión: las armas. Comenzó con entusiasmo, convencido de que podría llegar a emular al “pequeño cabo corso”, Napoleón, pero terminó amargado por sus fracasos, particularmente el de Ayohuma. Tampoco tuvo éxito como diplomático, ni como estadista: su propuesta de coronar a un inca, hecha en 1816, fue recibida en Tucumán con sonrisas condescendientes.

A diferencia de la mayoría de sus colegas, Halperin sabe leer “con malicia” -como decía- los documentos de Belgrano y los testimonios de los contemporáneos, como José María Paz. Sus conclusiones son tan fundamentadas como sorpresivas: Belgrano -nos dice- vivió atormentado por la discrepancia entre el mandato familiar de ser una figura notable, la modestia de sus logros y la magnitud de sus fracasos.

Esta imagen no difiere mucho de la que surge de la primera biografía de Belgrano, escrita por Bartolomé Mitre entre 1857 y 1887. Enlazando la vida del prócer con el surgimiento de la Argentina, se propuso demostrar la existencia de “la nación preexistente”, en la que se legitimaba el Estado que por entonces él mismo trataba de construir. Su libro es, en ese sentido, una virtuosa “invención” política, pero también es la sólida y erudita obra de un gran historiador, escrita con la convicción de Michelet y con una prosa que no envidia a Gibbon.

Para Mitre, Belgrano fue el sujeto agente de esta gesta, así como San Martín lo fue de la “emancipación sudamericana”. Mitre conservó la objetividad y la distancia respecto de sus biografiados, a quienes estaba incorporando -lo sabía- a lo más alto de nuestro panteón. De San Martín elogió sin retaceos su capacidad profesional, pero señaló la cortedad de su visión política y la enorme distancia que lo separaba del genial Bolívar.

De Belgrano dice que “no era un general del genio de San Martín”. Era “el tipo ideal del héroe modesto de las democracias, que no deslumbra”. Lo compara con Guillermo Tell y Lincoln, quienes “en representación de los buenos y de los humildes. han sido aclamados grandes, con el aplauso de la conciencia humana y de la moral universal”. En suma, un prócer modesto y no cuestionable.

Este ejemplo magistral de Mitre no ha tenido muchos continuadores. Los biógrafos amateurs de nuestros próceres -incapaces de observar equilibradamente al hombre y a sus circunstancias- suelen pasar de la deprecación al ditirambo. Afortunadamente los buenos historiadores profesionales están hoy recuperando el género biográfico. Obras como las de Miguel Angel De Marco sobre Belgrano (Belgrano. Artífice de la Nación, soldado de la libertad ) o de Beatriz Bragoni sobre San Martín (San Martín. Una biografía política del Libertador) muestran que, colocando al prócer en su contexto, se puede ser a la vez respetuoso, crítico y sobre todo comprensivo.

Publicado en La Nación el 7 de marzo de 2020.

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