Los EE.UU. enfrentan una de sus peores crisis democráticas de su historia, la que, además, profundiza la debilidad de su liderazgo mundial, en coincidencia con el primer mandato del presidente Donald Trump.
En 2012, en uno de sus hoteles en Las Vegas, Donald Trump recibió en un acto de campaña a Mitt Romney quien necesitaba su ayuda para recaudar fondos de campaña. Ya entonces el ex gobernador republicano tenía diferencias con el empresario advenedizo. En esa presentación Trump destacó el declive de la “filosofía militar” del país, afirmando consternado que Estados Unidos no estaba obteniendo “nada” de sus guerras recientes. “En los viejos tiempos, ganabas una guerra y ‘al vencedor le pertenecía el botín'”, dijo Trump durante su presentación de Romney. “Cuando nosotros ganamos una guerra, ¿qué hacemos? Dejamos Iraq, ¿qué obtuvimos? Ahí están (los militares) teniendo un día de campo en la segunda reserva de petróleo más grandes del mundo. No obtenemos nada. Es una situación muy, muy triste”.
Como respuesta, Romney decidió contar una historia sobre un encuentro que tuvo con el ex primer ministro israelí Shimon Peres, en el apogeo de la guerra de Irak, cuando se le preguntó a Peres qué pensaba sobre la participación de Estados Unidos en el conflicto. Romney dijo que esperaba que el ex jefe de Estado liberal fuera crítico, pero en cambio ofreció “contexto”. “Estados Unidos es único en la historia de la tierra”, dijo rememorando las palabras de Peres a la audiencia. “Él dijo ‘En la historia de la tierra, cada vez que ha habido un conflicto, la nación que gana toma tierra de la nación que pierde, porque la tierra siempre ha sido la fuente de valor en el planeta. Sólo una nación en la historia ha dado cientos y miles de vidas a sus hijos e hijas y no ha tomado tierra, ni tierra de Alemania, ni tierra de Japón”. Y Romney recordó las palabras con las que Peres finalizó ese diálogo: “Esta es una gran nación. Una nación de personas que se sacrificarán por cosas más grandes que ellos mismos “.
El republicano que la semana pasada se convirtió en el único senador de su partido en votar por la destitución de Trump en el juicio político -acusado de abuso de poder y obstrucción del Congreso- sabía muy bien qué clase de político avieso -dispuesto a cualquier cosa– sin valores más que los del máximo beneficio, era y es, el blondo empresario.
Pero la era Trump es el corolario de una lenta degradación de las instituciones democráticas en ese país, a la que podríamos fechar en 2010, cuando una mayoría de la Corte Suprema nombrada por los republicanos falló a favor del aporte de dinero a las campañas de las corporaciones, abriendo el proceso electoral al inmenso poder del dinero, poniendo a partidos y candidatos al servicio de sus intereses. Una abrumadora mayoría de estadounidenses, incluida la mayoría de los votantes republicanos, no estuvo de acuerdo con esta decisión, pero ya era demasiado tarde: habían ganado los ricos.
Sin embrago, los políticos republicanos estuvieron de acuerdo. Y también apoyaron con su silencio otra decisión de esa Corte Suprema “republicana” que, en 2013, en el caso Shelby County vs. Holder, reinterpretó una sección crítica de la Ley de Derechos de Voto de 1965, abriendo el camino para nuevas restricciones a la votación. A partir de este fallo, los legisladores republicanos en estados como Wisconsin, Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia han suprimido abiertamente el voto con purgas de votantes, aplicando estrictas leyes de identificación y recortes a la infraestructura de votación, como, por ejemplo, cerrando los lugares de votación en áreas predominantemente demócratas como los campus universitarios.
Los demócratas, que han sufrido en Iowa las calamidades del voto electrónico y la necesidad de cada vez más financiamiento para sus campañas, han presentado varios proyectos para cambiar estas reglas que han transformado la contienda electoral en un plano inclinado en favor de los ricos. Los republicanos en la voz del senador Mitch McConnell, en The Washington Post, han dicho que es “un simple intento de cambiar las reglas de la política estadounidense para beneficiar a un partido”.
El juicio político a Trump tuvo a McConnell utilizando procedimientos parlamentarios para impedir que hubiera testigos en el juicio, un caso que los historiadores analizarán como el de un jurado obstruyendo activamente la justicia. El mismo senador logró bloquear por casi un año el nombramiento del último nominado por Barack Obama a la Corte Suprema, Merrick Garland, por lo que no le costó mucho evitar ahora que los demócratas llamaran a testigos, como por ejemplo el exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, quien bien podría haber hecho saltar por los aires la defensa de Trump.
El discurso del estado de la Unión del martes mostró la profundidad de la “grieta” en la política norteamericana: desde la negativa de Trump a darle la mano a la demócrata Nancy Pelosi, presidenta del Congreso –mucho peor que el episodio local entre Mauricio Macri y la actual vicepresidenta Cristina Fernández- hasta la imagen de ella rompiendo los folios que contenías las bravuconas palabras del presidente, son postales de la desunión.
En el juicio a Trump, se da la misma paradoja que en la elección que lo llevó a la presidencia. Los 48 senadores que votaron por su destitución representan a 18 millones de personas más que los 52 que votaron por la absolución del presidente. Delicias del sistema político controlado por el republicanismo conservador.
De forma constante se recuerda que Trump se ha alejado de las normas del comportamiento presidencial, pero uno de los principales efectos de estos tres años de presidencia ha sido la destrucción del sentido compartido de lo que deben ser estas normas. Esas normas son la base de una convivencia democrática de la que los EE.UU. se alejan cada vez más.