El arte público, las intervenciones urbanas, el street art y el land art son etiquetas posibles de las formas más contemporáneas del arte en el espacio público, aunque no sean lo suficientemente exhaustivas debido a la ductilidad de los creadores, y a la variedad de lenguajes que éstos utilizan y las interpelaciones que construyen con las comunidades en las que participan. En la Argentina, el desarrollo del arte público tiene historia y presente pero es poco habitual ver obras que intervienen el espacio en entornos naturales al mismo tiempo que buscan modificar y ser modificadas por la participación del espectador. Este es el caso de Amanecer Permanente de Alejandro Propato, emplazado en el Parque de los Niños de la Ciudad de Buenos Aires.
De lejos, da la impresión de que se trata de luces. Es imponente el efecto visual de la instalación, colocada como si fuera una puerta hacia el río. Se ven líneas de colores que fugan hacia el centro y hacia el infinito. La obra dirige la vista desde los extremos hacia el centro, y viceversa. Hay un intento por descifrar lo que se ve, que no va a ser resuelto hasta estar literalmente debajo de la obra. Los 44 mástiles de acero de 6 metros de altura forman una equis cuyos extremos cubren una superficie de más de 600 metros cuadrados. En la punta de cada mástil hay un capuchón en el que van atadas, con más de 800 nudos, las tanzas de nylon de colores –las que se usan en las bordeadoras de césped– que se unen de una punta a la otra cruzándose en el aire. En el centro, donde todas las líneas se entrecruzan, se produce una tensión hacia abajo que presiona la estructura, dando la sensación visual de fuga y recentramiento a la vez. Por efecto del viento y de la propia estructura, esta tensión central tiene el peso de una tonelada y utiliza el mismo mecanismo que el alambrado de campos. El armado de la obra y la preparación en taller llevó un mes de trabajo, mientras que el montaje requirió cinco días y cuatro operarios. La obra necesitó, además, de cálculos y diseños de instalación especialmente realizados para este emplazamiento. Así sucede cada vez.
A principios de los 2000, Propato mostró en las playas europeas otra de sus instalaciones. Se trataba de un montaje de enormes banderas de colores sobre la arena que en su movimiento dejaban ver una obra cambiante y única. “Es una pintura en el cielo”, dijo el propio artista. Y el paisaje, tanto el visual como el sonoro, completaban un trabajo que fue reconocido por la prensa europea.
El tipo de obra que realiza Propato se inscribe en reconocibles tradiciones. En los tempranos 60, la obra de Robert Smithson disponiendo espejos en el suelo de Yucatán, o los trabajos del catalán Perejaume instalando guardapostales en los bosques guardan un aire de familia. Más aún, la célebre instalación de 400 postes caza relámpagos que Walter de María emplazó en el desierto de Nuevo México en 1974 se hermana con la de Propato en una definición más clara dentro del land art.
La obra de Alejandro Propato es una agradable sorpresa que desafía la gramática habitual del mundo del arte, pero no se agota en él. Los potenciales de la trama urbana, la cualificación de las audiencias y el papel de las instituciones gubernamentales y sus posibilidades de cooperación son temas que proponen obras de esta intención e intensidad.
Publicado en Revista Ñ el 16 de octubre de 2019.
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