Las elecciones para renovar el Parlamento Europeo dejaron algunos puntos interesantes para el análisis. En primer lugar, la participación escasa –cercana al 50 por ciento– es superior a los comicios anteriores, pero sigue mostrando la lejanía que el Parlamento, como órgano de gobierno global, tiene en la consideración de los ciudadanos. No podría ser de otro modo. Los mismos partidos políticos de cada país sostienen la representación a duras penas, aun siendo instituciones que resultan más cercanas a los problemas cotidianos. De modo que el Parlamento Europeo, en su lejanía, se convierte en algo percibido como un instrumento burocrático inútil, o ajeno, en el mejor de los casos, por el grueso del electorado.
De los 28 Estados que componen a la Unión Europea solo tres de cada diez ciudadanos acudieron a las urnas, considerando, además, que en Bélgica las elecciones coincidieron con las nacionales, que son obligatorias, con un 90 por ciento de asistencia.
No es casual que los temas como la ecología –que afectan en forma global– les haya dado a los verdes un crecimiento notorio respecto a elecciones anteriores. En este punto puede haber influido el voto de los centennials que se estrenaron en estas lides y se han movilizado en torno a estos asuntos en los últimos meses. O que los populismos antisistema, muy militantes en su xenofobia y su nacionalismo, hayan consolidado su posición, ambos grupos a expensas del centro moderado.
Esta combinación modificó la composición del Parlamento Europeo de modo que por primera vez los conservadores y los socialistas no tienen mayoría, reproduciendo las crisis de los partidos nacionales a escala global.
Los verdes avanzaron en Alemania –segundo más votado-, Francia –tercera fuerza-, Reino Unido –cuartos desplazando a los conservadores–. Con ese desempeño, la alianza del Partido Verde tuvo su mejor elección europea, ganó 70 escaños, un aumento de 20 asientos respecto de 2014.
La derecha populista avanzó en Francia con la Agrupación Nacional de Marine Le Pen –que resultó primera, aunque obtuvo menos votos que en 2014-, en Italia con el partido Liga Norte, dirigido por el viceprimer ministro Matteo Salvini –que resultó ganador–, y la extrema derecha húngara del partido Fidesz de Viktor Orban que se llevó más del 50 por ciento de los votos. Con un porcentaje similar, en Polonia, los ultraconservadores de Ley y Justicia (PiS) se impusieron por sobre la Coalición Europea (KE), una alianza de cinco partidos liderada por el liberal Plataforma Cívica -el partido del presidente saliente del Consejo Europeo, Donald Tusk– que obtuvo un importante 38 por ciento de los votos.
Con este avance de la ultra derecha, Salvini propone formar un bloque anti Unión Europea con Le Pen y Orban, de difícil pronóstico.
Una curiosidad resulta la votación en el Reino Unido, entrampado en su Brexit -que ya le costó el cargo a la primera ministra Theresa May- sin salida clara. En este caso, los ciudadanos votaron por enviar representantes a una institución a la cual no quieren pertenecer más. Semejante situación disparatada llevó a un resultado que agrava la delicada situación de los partidos tradicionales y llevó a la victoria al free raider populista Nigel Farage, fundador del Partido del Brexit. Segundos resultaron los liberaldemócratas, contrarios a la salida de Reino Unido del bloque. Los conservadores, en plena batalla por la sucesión de May, quedaron relegados a un lastimoso quinto lugar.
En la avenida del centro, los alemanes, buen parte de los franceses, portugueses, españoles y holandeses, pavimentan decididamente el camino hacia el sostenimiento de la UE, en momentos en que se está diseñando un nuevo orden mundial donde las instituciones políticas y económicas globales jugarán un papel decisivo en su arquitectura y en su desempeño.
Nacida de los escombros de la Segunda Guerra Mundial, como la mayoría de las grandes instituciones supranacionales hoy vigentes, la UE evolucionó hacia el establecimiento de una moneda única, de políticas económicas y sociales comunes, reglas de convivencia y cultura política. Los horrores de la guerra y el drama político y económico de Europa están en el pasado, los nuevos electores – si se interesan – votan por otras razones, y los políticos tienen la titánica tarea de recordar la importancia de esa institución y, tal vez, deberían impedir la participación en las elecciones de movimientos políticos que tiene como finalidad confesa destruirla.