Mucho se ha debatido sobre política industrial, sobre sus fracasos y sus logros, sobre las estrategias que han seguido los países que han alcanzado un mayor grado de desarrollo y su relación con la inserción internacional. Por eso es importante comprender cuáles son los nuevos desafíos que enfrentan las economías que quieran crecer y florecer en el contexto actual de la economía mundial, en el que gran parte del intercambio comercial se realiza dentro de cadenas globales de valor. Este fenómeno, obliga a los países a desarrollar nuevos sectores productivos y cadenas de valor competitivas, capaces de competir e insertarse en la economía global.
Cuando hablamos de cadenas de valor es bueno comenzar repasando a Michael Porter, quien señalaba que “el único concepto significativo de competitividad en el nivel nacional es la productividad” y que por lo tanto el “objetivo principal de una nación es el de generar las condiciones para elevar el nivel de vida de sus ciudadanos”.
La productividad la definimos como la cantidad de output producido por unidad de capital invertido. La habilidad para mejorar esas condiciones de vida, decía Porter en aquel célebre libro La Ventaja Competitiva de las Naciones (1989), depende de la productividad, y se vincula a la manera en que las naciones utilizan el capital y el trabajo. En definitiva, el camino para aumentar la competitividad de un país, que es la forma de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, es aumentar la productividad. La competitividad, por otra parte, es la capacidad que tiene un país o una región (incluyendo sus empresas o sectores) de alcanzar ciertas ventajas para incorporarse al mercado regional y mundial aumentando la eficiencia de sus cadenas de valor. Estas capacidades pueden ser el resultado de diversas causas tales como la calidad, la tecnología, las economías de escala, la comercialización o la eficiencia de la mano de obra. En definitiva, son el resultado de contar con un marco económico e institucional adecuado para desarrollar actividades productivas, es decir, agregar valor transformando las materias primas en algo que puede ser comprado finalmente por el consumidor final. Una cadena de valor puede ser muy corta, como en el caso de la leche o el durazno, o muy larga y de gran complejidad como es el caso de muchas manufacturas de origen industrial o de base tecnológica o del conocimiento, aún más sofisticadas. Asimismo, éstas pueden desarrollarse integralmente en un territorio determinado, un país, una región o globalmente, lo que condicionará fuertemente las estrategias de las empresas y las políticas públicas. Pensemos en tal caso en los autos, o los teléfonos que usamos o muchos productos que tienen componentes de muchos países, aunque el producto terminado en otro país. La clave es engancharse como proveedor en algunas partes del proceso de producción de esas cadenas. A modo de ejemplo, de cada puesto de trabajo de un fabricante de automóviles, se estima que se generan 10 más en las industrias asociadas y muchos de ellos intensivos en tecnología. Compramos un auto creyendo que es de un determinado país, pero no sabemos de dónde es el motor, la carrocería, los vidrios, la suspensión, los neumáticos, los frenos, la transmisión o los ejes. Así pasa con muchos productos que tienen una multiplicidad de proveedores de bienes y servicios asociados.
Entender el concepto de cadenas de valor, conocerlas y hacerlas competitivas, es el rumbo que debe seguir nuestro país y nuestra provincia en particular. Es el camino que han seguido algunos países y regiones para impulsar con éxito el desarrollo económico y la equidad.
Hay que entender cuáles son las cadenas que tienen mayor capacidad de liderar el crecimiento y conocer cuál es la demanda nacional e internacional de lo que producimos y, en consecuencia, las políticas públicas que impulsemos tienen que dirigirse a hacerlas más competitivas eliminando las restricciones que limiten su crecimiento, para que podamos ganar mercados y vender nuestros productos. Incorporar a las empresas locales a esta realidad de la economía y el comercio internacional es el mayor desafío en un mundo donde muchos productos son cada vez más dominados por compañías globales.
Tenemos en Mendoza algunos sectores que han logrado insertarse bien en esas cadenas globales y tenemos otras con mucho potencial para lograrlo. La vitivinicultura y los agroalimentos, la energía, la metalmecánica, las empresas de servicios de base tecnológica y de conocimiento (TICs) y el turismo son algunos de estos ejemplos.
El comercio ha cambiado. El intercambio comercial a través de las cadenas globales de valor y el consecuente desarrollo de proveedores regionales e internacionales, ya significa alrededor de tres cuartos del comercio mundial. Si no lo entendemos, si nuestra estrategia no apunta a insertar a nuestras empresas y ser más competitivos para poder ser parte del comercio mundial, estaremos perdiendo muchas oportunidades de incrementar nuestras exportaciones. Este es el camino para robustecer nuestra economía, agregar valor, generar de empleo y mejorar nuestra calidad de vida.
Publicado en Los Andes el 20 de mayo de 2019.
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