El lunes pasado la ONG Oxfam, con datos de Forbes y el banco Crédite Suisse, presentó un informe sobre desigualdad que muestra que la concentración de la riqueza se acentuó en 2018. La foto actual muestra que 26 multimillonarios poseen más dinero que las 3800 millones de personas más pobres del mismo planeta.
En la misma semana –que coincide con el devaluado foro empresarial de Davos– el empresario británico y multimillonario James Dyson, defensor del Brexit, acaba de anunciar que trasladará buena parte de su empresa, de Malmesbury en el sur de Londres, a Singapur con el objeto de desarrollar su auto eléctrico, cerca del mercado más grande al que puede aspirar: Asia. Sir Dyson, cuyo aporte a la humanidad ha sido la aspiradora ciclónica –la que no necesita bolsa– tiene una fortuna calculada en 12.000 millones de euros, y sus reparos a la Unión Europea se han centrado en los permanentes reclamos de los empresarios del mundo: demasiadas regulaciones del Estado, combo que incluye leyes y acuerdos laborales, impuestos excesivos y obligación de ser transparente.
Para este ingeniero septuagenario, la UE “limita el acceso al talento”, porque según sus datos el 60 por ciento de los ingenieros y el 90 por ciento de los investigadores de las universidades británicas no son de la UE –la mayoría son asiáticos– por lo que los empresarios no pueden contratar a las personas que se forman en las universidades inglesas. Además, cree que: “El Reino Unido está obligado por la regulación de la UE, lo que significa que tenemos que aplicar sus estándares de eficiencia, que han sido diseñados para apoyar a los fabricantes alemanes”. Luego, “debido a que no podemos gobernarnos completamente, no podemos diseñar políticas que se adapten mejor a las necesidades de nuestro país”. Y concluye con la vieja zanahoria empresaria: “Crearemos más riqueza y más empleos al estar fuera de la UE que dentro de ella”.
En resumidas cuentas, Dyson no estaría encontrando un “clima de inversión” muy agradable en su terruño y decidiría marcharse al paraíso –no solamente fiscal– asiático que combina, bajísimos impuestos más flexibilización laboral, mejores recursos humanos y enormes mercados- Singapur tiene un tratado de libre comercio con China.
Paradójicamente, pese a encontrare en ese “ambiente opresivo” la empresa de Dyson cerró el año pasado con un récord de beneficios: 1.250 millones de euros.
El anuncio de la mudanza se suma al traslado reciente a Mónaco del hombre más rico del Reino Unido, Jim Ratcliffe, fundador del gigante petroquímico Ineos y también partidario del Brexit. Sir Ratcliffe, dijo en forma abierta que lo hacía “por razones impositivas”, aunque reiteró el compromiso de su compañía con el Reino Unido.
En el 2014, el entonces primer ministro David Cameron inauguró la expansión de la empresa de Dyson como ejemplo del made in England, con una inversión prevista entonces en más de 1.700 millones de euros. En esa oportunidad dijo: “Una inversión en esta escala demuestra la confianza en nuestra economía a largo plazo y en nuestro plan para crear puestos trabajo y asegurar un futuro más brillante para el Reino Unido”. Dos años después, la victoria del Brexit en el referéndum, lo eyectó del gobierno.
“El abismo que aumenta entre ricos y pobres penaliza la lucha contra la pobreza, perjudica la economía y alimenta la rabia en el mundo”, afirmó Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam y apela a que los gobiernos “deben asegurarse de que las empresas y los más ricos paguen su parte de impuestos”.
Queda muy claro que la visión empresarial del mundo tiene un sesgo que sólo aumentará la desigualdad, porque pese a haber ganado dinero, año tras año, los millonarios piden más ventajas para poder acumular mayores riquezas. La mayoría abrumadora de estudios sobre la desigualdad ponen el acento en qué hacer con los pobres, tal vez haya que empezar a pensar qué hacer con los ricos.
Del mismo modo en que las guerras coloniales de antaño son indefendibles y muestra de oprobio para las metrópolis, ser multimillonario alcance, en un futuro cercano, el rango de vergüenza dentro de una sociedad justa. Por ahora, los multimillonarios se pavonean pidiendo más, y hasta gobernando países, perjudicando economías y alimentando la desunión y el odio del mundo.