jueves 26 de diciembre de 2024
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Los “cuadernos” de Maiski

Por esas casualidades (que se dan de vez en cuando), más la pasión por la historia del especialista israelí Gabriel Gorodetsky, se ha podido recuperar del encierro y del mutismo al Diario de Iván Maiski, embajador soviético en Londres ente 1932 y 1943.

Este diario (fueron muchos los cuadernos escritos a mano) tiene una importancia fundamental que ilumina los años previos a la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de las aristocracia inglesa, los personajes en danza, la actitud de conservadores e ingleses, los que evitaban a toda costa la vuelta de otra guerra aniquiladora como la Primera (1914-1918), los que se inclinaban, admirados, ante los logros de la Alemania que Hitler había conquistado con el voto en 1933, los avatares de la Guerra Civil Española, su amistad respetuosa y larga con Winston Churchill, sus diálogos con los personajes del poder y los testimonios de su persona y sus visiones del acontecimiento mundial, fecha tras fecha.

Como se sabe, los comunistas, en todas las reuniones importantes y en las convencionales, obligaban a los presentes a no tomar nota. “Es peligroso y un elemento de ayuda a nuestros enemigos si llegan a encontrar los papeles”. Maiski desobedeció. Quería dejar constancia y lo logró, pese al paso del tiempo.

Escribió en un país donde políticos y empresarios tenían una mezcla de precaución y odio contra Moscú por la matanza dispuesta contra el zar y toda su familia en Ekaterimburgo, en 1918. Debe recordarse que la casa real rusa y la británica estaban emparentadas. El rey y el zar eran primos a través de los lazos familiares de la reina Victoria.

Gorodetsky lo encontró cuando, con el patrocinio de los ministerios de Asuntos Exteriores de Israel y Rusia, inició un proyecto de investigación que culminó con la publicación de documentos sobre las relaciones soviético-israelíes y el persistente desencuentro entre los dos países. En ese momento, el archivista del Ministerio de Asuntos Exteriores sacó de la estantería, guardado desde hacía años, el voluminoso Diario de Maiski. Cuenta Gorodetsky que nunca había salido de los sigilosos archivos soviéticos un documento de gran envergadura y dimensiones, capaz de iluminar las tinieblas de la década iniciada en 1930 en Europa.

El Diario no es el típico diario zalamero del Kremlin, no sirve para “educar políticamente a las masas”. Es un trabajo privado, que las autoridades stalinistas definieron como “inherentemente burgués”. No era un “ejercicio de autocrítica para convertirse en un buen comunista”, sino la conducta de un diplomático en toda la dimensión de la palabra, un hombre amigo de amigos y de enemigos, obediente del protocolo, que no tomaba en cuenta las recomendaciones de Moscú para que no frecuentara a los “burgueses occidentales”.

De formación “menchevique” (fracción moderada del Partido Obrero Social Demócrata reconocida en 1903), revolucionarios que posibilitaron la revolución de febrero de 1917, por ser opuestos al zarismo, Maiski había sido opositor de los “bolcheviques”, revolucionarios internacionalistas que dieron el golpe de Estado en octubre de 1917. A partir de aquella rivalidad, nunca más volvieron a generar un entendimiento mencheviques y los comunistas, encolumnados primero detrás de Lenin y después de Stalin, quien se dedicó a echar de sus filas a Trotsky y a figuras de los primeros tiempos. Por esta y algunas otras razones, Maiski, quien había dado pruebas de una gran eficiencia diplomática, fue tratado a la distancia y con precauciones por el Kremlin.

Pero Maksim Litvinov, ministro de Relaciones Exteriores, estimaba y respetaba a Maiski. Los dos eran de origen judío. Cuando Litvinov fue desplazado y enviado como embajador ante los Estados Unidos, a Maiski nadie intentó marginarlo. Que se le abra la puerta a Litvinov para que se fuera, por judío, como sugerencia de la Alemania Nazi en el Pacto Mólotov-Von Ribbentrop fue un hecho reconocido por los historiadores revisionistas rusos. El pacto, bajo la bandera de la no agresión entre los dos países, fue firmado el 23 de agosto de 1939. Ese acuerdo fue rechazado en el mundo, que lo fustigó y llevó a decenas de miles de comunistas a renunciar a la militancia tanto en Europa como en el resto del planeta.

Maiski procuró, por todos los medios, impulsar una “política de apaciguamiento”, armonizando los intereses soviéticos con los británicos. Todo ello mientras en Moscú se llevaban a cabo numerosas purgas contra los supuestos enemigos de Stalin y contra los militares que fueron a pelear a España contra las tropas de Franco. Esa gente rusa de uniforme regresó a su patria con aires libertarios, pero fueron ahogados en sangre, o asesinados o enviados a los congelados campos del Gulag y sus campos de concentración. Muchos, en Londres, seguían considerando a Moscú como la ciudadela de la revolución mundial, a pesar de los intentos del Kremlin para sacarse esa imagen de encima.

El Diario muestra la tremenda presión psicológica que tuvo que sobrellevar Maiski en sus intentos desesperados para acelerar la firma de un acuerdo tripartito entre Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética, para sortear el aislamiento de Moscú por los acontecimientos previos a la Conferencia de Munich, a fines de septiembre de 1938. En ese acto, los jefes de gobierno de Reino Unido, Francia, Italia y Alemania convinieron ceder la región de los Sudetes en Checoeslovaquia (nación democrática nacida tras la Primera Guerra Mundial) a Alemania. Fue un intento de apaciguar a Hitler que demostraba todo su poder para expandir las fronteras de Alemania. Temerosos, los países firmantes, que huían de la eventualidad de un conflicto, firmaron con los ojos cerrados.

A Munich sucederá sin que nadie pudiera hacer nada, la anexión de Austria: “La unidad de un solo pueblo, de un solo idioma”. En síntesis: lo que los nazis llamaban”la raza elegida”, la superior. Durante la Segunda Guerra, los austríacos participarán con el 33% de las tropas que atacaron a Inglaterra y Francia, a la Unión Soviética y a gran parte de Europa.

Maiski desempeñó un papel crucial en la definición de la política soviética en relación con España durante la Guerra Civil, origen de intensas polémicas en Inglaterra y Francia. Londres y París (gobernado por un Frente Popular Socialista) terminaron cruzadas de brazos, evitando que algunos de sus ciudadanos fueran a pelear a la república peninsular. El Foreing Office hizo buenas migas con los generales que rodeaban a los jefes de la rebelión militar en España y Francia no aportó las armas que tanto había prometido a los soldados republicanos.

Cuando los defensores de la República perdieron la guerra, más de 500 mil españoles huyeron a Francia donde no los trataron con la consideración debida. Los encerraron en campos de prisioneros, los mal alimentaban y maltrataban. Muchos prisioneros se fugaron, otros pudieron ser rescatados por los cónsules norteamericanos y latinoamericanos. Algunos desembarcaron en Inglaterra donde integraron en 1944 las fuerzas de los aliados en Normandía. Patrullas de republicanos españoles serán una de las primeras en llegar a París liberada de la presencia germana.

Maiski fue el embajador que iluminó el sentido de la Guerra Civil porque el golpe de Estado encontró a Moscú totalmente desprevenido. El tablero internacional era muy delicado. El Kremlin demoró bastante en brindar apoyo y lo hizo a partir de la presencia de Alemania y la Italia fascista en favor de Franco, a quienes facilitaron barcos de desembarco, aviones y bombardeos sobre Madrid y Barcelona. En este caso, Stalin siguió los consejos intervencionistas de Maiski. Por supuesto cobró los envíos de armamentos con el oro de la banca estatal en Madrid, por un valor mínimo bruto de 12.2oo millones de euros actuales y un valor numismático que supera los 20 mil millones de euros.

Por la intimidad y simpatía que Maiski tenía con políticos y empresarios ingleses destacados le colocaban en una posición perfecta para hacer de observador. Hay constancia de conversaciones suyas con cinco primeros ministros británicos, incluyendo, claro a su “amigo” Winston Churchill, así como los reyes Jorge V y Eduardo VIII, y con una lista de personajes notables como Anthony Eden, lady Nancy Astor, Clement Attlee, John Maynard Keynes, los escritores John Strachey, Bernard Shaw y H. G. Wells. Es impresionante descubrir los diálogos personales revelando los propios pensamientos de Maiski, más que los de su país, en el tentador ambiente de alta clase de la embajada rusa.

Maiski, junto con Churchill, avisaron a Moscú, a través de la red de espionaje, que Alemania traicionaría a la Unión Soviética. Cuatro millones de alemanes se concentraron en la frontera polaca dando inicio a la “Operación Barbarroja” a mediados de 1941 e invadieron a sangre y fuego el territorio ruso. Stalin no quiso escuchar las advertencias informativas de sus destacadas figuras en Londres ni de sus espías en Berlín y Tokio, y no tomó precauciones. En menos de dos meses los nazis habían capturado a tres millones de soldados rusos y llegaban a las puertas de Moscú. En la defensa de la ciudad murieron un millón de combatientes de los dos bandos. Aquella guerra, cuyos efectos todavía perduran, le quitó la vida a 50 millones de europeos entre 1939 y 1945, entre civiles y militares. Al final de esa guerra, entre las bajas alemanas hay que computar más de cuatro millones y medio, los aliados perdieron 663 mil soldados y los rusos 8 millones y medios de muertos en combate, 14 millones y medio de heridos, 4 millones y medio de desaparecidos y 14 millones de civiles.

En 1943, en medio de la guerra regresó Maiski a su país donde lo postergaron, por su pasado menchevique en un cargo menor de investigador. En 1952, en plena campaña antijudía en Rusia, tras el Complot de los Médicos de 1952, fue arrestado y acusado de espionaje, traición y participación en una nunca comprobada “conspiración sionista”. Aunque la muerte de Stalin, en marzo de 1953, le salvó la vida, su reclusión se alargó dos años más por su supuesta asociación con Lavrenti Beria que pretendía elevar a Maisky al cargo de ministro de Relaciones Exteriores.

En 1955, a los 72 años de edad, frágil y enfermo tras su paso por el encierro obligado, ya en libertad buscó rehabilitarse frente a los comunistas, sin muchas chances. Y se puso a disposición de un grupo de académicos-historiadores para participar en gestar la historiografía de la Segunda Guerra Mundial.

Pocos diplomáticos como Maiski han dejado un testimonio tan preciso de lo realizado en su destino de largo tiempo. Su figura sigue presente en los anales históricos de Gran Bretaña. Iván Maiski murió en Moscú el 3 de septiembre de 1975, a los 91 años. Está enterrado en el cementerio Novodévichi, donde descansan aquellos a los que se reconoce haber servido heroicamente a la patria rusa.

Publicado en Infobae el 23 de diciembre de 2018.

Link https://www.infobae.com/opinion/2018/12/23/los-cuadernos-de-maiski/

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