jueves 26 de diciembre de 2024
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Una pintura realista del socialismo casero

Solía decirse que “intelectual comunista” era un oxímoron, pues la rígida disciplina del Partido era incompatible con la libertad esencial del intelectual. Adriana Petra –atenta a las nuevas perspectivas de la historia intelectual– convierte esa certeza en un desafío: entender el cambiante lugar de los intelectuales argentinos, siempre rebeldes, en un partido que, pese a la estabilidad del dogma, cambiaba sus posiciones una y otra vez. Petra estudia un fragmento de esta larga historia: los años entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la expulsión del grupo disidente de la revista Pasado y Presente, en 1963.

Sumarse al Partido suponía muchas ventajas para un intelectual: contactos locales e internacionales, viajes, traducciones, premios y en general, los beneficios de una máquina muy eficaz para generar prestigios. Pero las desventajas eran muchas, pues además de su rigidez disciplinaria, el Partido era remiso a reconocer la legitimidad del trabajo del intelectual. En la Argentina había una dificultad adicional, y grande: la presencia del peronismo, difícil de adecuar a los esquemas ideológicos y políticos del Partido.

Nacido en tiempos de la Reforma Universitaria de 1918, el PC se sumó a un clima progresista variado y heterogéneo; anudó sólidas relaciones con la intelectualidad “liberal” –así la denomina la autora– y sumó muchos “compañeros de ruta”. Las cosas cambiaron en 1928, cuando la URSS adoptó la línea de la “clase contra clase”, rompió sus contactos con los “burgueses”, se concentró en la militancia sindical y disciplinó firmemente a sus intelectuales. En 1935, con un nuevo giro brusco, se convocó en todo el mundo a la formación de frentes antifascistas, coincidiendo con un hecho de gran repercusión local: la Guerra Civil Española. Fue un período de esplendor de la intelectualidad progresista unida, estimulada desde el Partido por Aníbal Ponce, figura rectora, que reivindicaba para el PC la profundización de la tradición liberal y democrática.

El tema específico de Petra se inicia en 1948, con la Guerra Fría, el enfrentamiento con el “imperialismo” y el “cosmopolitismo”, responsables de formas culturales “degeneradas”, la reivindicación de las “tradiciones nacionales” y la imposición del “realismo socialista” a sus artistas y escritores. La nueva consigna internacional, la defensa de la paz, no interesó demasiado a los comunistas argentinos. En cambio, muchos defendieron su autonomía creativa y cuestionaron el disciplinamiento estético e intelectual. Pero su mayor problema lo constituía el peronismo, que había capturado a la masa obrera, imbuyéndola de un anticomunismo militante. El Partido siguió caracterizándolo como “fascismo”, y a los intelectuales comunistas les costaba convencerse de que, finalmente, ellos serían su vanguardia consciente. La disciplina y el peronismo generaron una importante discusión interna, que se desarrolló en la revista Cuadernos de Cultura, dirigida por Héctor Agosti, quien se perfilaba como el principal intelectual de un partido en el que tenía poca competencia.

La última etapa aquí estudiada comienza en 1956, con la desestalinización, la emergencia de un nuevo peronismo, que desafió todas las interpretaciones de la realidad nacional, y poco después, la Revolución Cubana y su secuela de guerrillas. En este mundo nuevo, tuvo enorme importancia Antonio Gramsci, puesto en circulación por el renovado PC italiano, cuya lectura avivó la crítica a la versión catequística del marxismo sostenida desde la URSS. Grupos de jóvenes comunistas, desafiados por el nuevo peronismo y el castrismo, se lanzaron a explorar el marxismo, incorporando las discusiones teóricas italiana y francesa, y también lo que aportaban la sociología, la historia y la psicología “burguesas”, en plena renovación en el país. Su núcleo más importante fue la revista cordobesa Pasado y Presente, que dirigió J.M. Aricó. Naturalmente, chocaron violentamente con la antigua dirección del Partido, que los toleró un tiempo y los expulsó en 1963.

Petra se dedica especialmente a Héctor Agosti, quien por esos años se incorporó al Comité Central. Desde fines de los años cuarenta Agosti procuró conciliar lo viejo con lo nuevo, moderando el giro antiliberal del partido para no romper tajantemente con la tradición de su maestro Ponce. También procuró abrir un espacio para los jóvenes e inquietos intelectuales, de los que fue interlocutor y mentor. Pero a la hora de las grandes decisiones, su lealtad al Partido pesó más y aceptó disciplinadamente sus decisiones.

Este estudio es pionero en el análisis de este período del comunismo con el rigor que imponen los cánones actuales de la profesión. Un rasgo es el estricto acatamiento a los límites de su tema; por ejemplo, evita incursionar en uno tan cercano como la militancia universitaria. Esa disciplina le permite agotar sus fuentes, que son muchas, y organizar una explicación clara, coherente y adecuadamente distanciada de un problema que, sin duda, no le es ajeno. El estudio se desarrolló en el CeDInCi, y pone en evidencia el gran aporte de esta institución, su archivo, su biblioteca y su gente, a los estudios históricos en el país.

 

Publicado en Revista Ñ el 23 de mayo de 2018.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/pintura-realista-socialismo-casero_0_BJna0NQJ7.html

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