sábado 21 de diciembre de 2024
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¡Y ya lo ve! ¡Y ya lo ve! ¿hay una sola CGT?

Héctor Daer, de Sanidad, actual miembro del triunvirato que viene compartiendo la conducción sindical, asoma como favorito para liderar la futura CGT. Su hermano Rodolfo, de Alimentación, ya ocupó ese cargo entre 1996 y 2002. Al final de su mandato coexistía con una central obrera disidente, más dura, que dirigía Hugo Moyano.

Los Daer expresan a los gremios mayoritarios –los Gordos–, dirigentes veteranos que tratan de mantener relaciones con la cúpula del Estado, gobierne quien gobierne. Su arte es la supervivencia a lo largo de las décadas.

¿Afuera o adentro?

Muchos auguran que el gremio de Camioneros se retira hacia una suerte de Movimiento de Trabajadores Argentinos, el sector combativo que enfrentó los finales del menemismo y al gobierno de la Alianza.

La cuestión no parece tan definida.

El gremialismo cree necesario incluir dentro de una única CGT a Camioneros y a Hugo Moyano. Pero también es cierto que su hijo Pablo –quien viene en la práctica liderando el sindicato– es considerado demasiado irascible, inmanejable. Disgusta a los Gordos.

De esa ambivalencia sale la noticia de la ruptura de Camioneros con la CGT.

El lugar común asegura que Moyano no estará en la CGT, que la entregará a los Gordos. Es cierto que los Gordos tendrán la dirección. Pero varios gremios moyanistas se sentarán en la mesa directiva. Esto ya fue conversado con el propio Hugo Moyano.

No está claro, incluso, si Camioneros mismo permanece en la CGT. Es probable que se quede, aunque no ocupará –por decisión propia– lugares prominentes.

Duros y blandos

El sindicalismo argentino, se sabe, es astuto. Su perdurabilidad se asienta en su habilidad para metamorfosearse y lograr que algo cambie para que todo siga igual.

También para defender –no en todos los casos– cierta idea de reformismo.

La idea es dividirse en alas. Cada uno de los referentes –incluso dirigentes de segunda fila– aborda a los ministros, los secretarios de Estado, asesores, subsecretarios, directores. Se busca una brecha. Siempre la hay. Al encontrarla, las fuerzas se unifican y convergen hacia el espacio donde las puertas se han entreabierto. O donde las defensas se han desmoronado. En tropel, presionan hasta abrir los portones o derribar una parte de muralla. En ese instante, la batalla está terminada. Por mucho o por poco, el triunfo será del sindicalismo.

En este 2018 la estrategia parece la habitual. Ortodoxia pura y probada.

Un sector, con discurso comprensivo y dialoguista, se hace cargo de la CGT. Por fuera de ese liderazgo, Camioneros funcionará como ariete. La CGT pedirá ventajas para no perder cara ni espacio ante sus representados. El fantasma de una radicalización. Eventualmente se hablará del “peligroso” crecimiento de las comisiones internas clasistas. Concesiones para aislar a los duros.

Habitualmente los gobiernos ceden. Darle a los blandos, para evitar el avance de los duros.  Conseguido lo que se busca, los gremios deciden reunificarse. La convergencia de todos con reconocimiento a quienes han hecho posible la victoria. A veces, la amenaza de los duros. Otras veces, la muñeca de los blandos.

La cuestión con Moyano ha cambiado algo. Por un lado, el gobierno recuerda que Mario Quintana, vicejefe de gabinete, es uno de los intermediarios para recomponer. Otro –con relación de larga data– es Diego Santilli, un interlocutor regular para hablan tanto de política como de sindicalismo y de efectividades conducentes.

En esa materia, por ejemplo, era un lugar común marcar la supuesta negativa de Alberto Abad, ex jefe de AFIP, a los acuerdos de Moyano con la empresa OCA. Fue cierto. Pero al final, cuando Abad renuncia, ya no lo era. La cuestión de OCA cambió cuando un juzgado hizo lugar al concurso de acreedores. Los números que la AFIP consideraba inaceptables dejaron de existir, ya que el concurso, se supone, cambia los índices. De mínima, obliga a esperar el acuerdo concursal, si lo hubiere. Los propios amigos de Abad admitieron que ese hecho modificaba sustantivamente las objeciones de AFIP. Acaso por eso el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) sigue renovando el permiso a OCA para operar el mercado postal.

Elisa Carrió, mientras, continúa su cruzada personal. Acusa a los Moyano de criminales y extorsionadores. Moyano demandó a Carrió. Habrá que esperar para ver quién gana. Y saber, también, hasta qué punto el presidente Macri acompaña a su socia. No hay que olvidar que Moyano fue uno de los aliados silenciosos que permitieron a Mauricio liquidar el poder kirchnerista.

Los tribunales siguen relojeando varias causas. Destino incierto. Por las dudas, el 31 de este mes estaría llegando a Buenos Aires el mítico hijo de Jimmy Hoffa. Igual que su padre maneja el poderosos gremio de camioneros norteamericanos. La venida, obvio, apunta a respaldar a Hugo Moyano.

Los combativos, siempre menos

El movimiento obrero habitualmente mantuvo en minoría a los sectores contestatarios. Minoritaria era la CGT de los Argentinos, incluso durante la etapa de oro del clasismo de 1969-1974. Ni hablar durante la dictadura, cuando –más allá de algunas acciones puntuales– la primera huelga importante sería organizada por dos docenas de gremios –Los 25– con muy dispar acatamiento. Después de la ruptura en dos CGT (donde la más numerosa era la más blanda, que dirigía Jorge Triacca, padre del actual ministro de Trabajo), la CGT se unificó para enfrentar a Raúl Alfonsín. Con la llegada de Menem, Ubaldini y Lorenzo Miguel volvieron a quedar en minoría. En los finales, Hugo Moyano y otros gremios del transporte, como la UTA construyeron el también minoritario Movimiento de Trabajadores Argentinos. El crecimiento de la CTA de Víctor De Gennaro se detuvo y el sindicalismo díscolo nuevamente quedó reducido a una minoría.

Moyano fue el gran aliado de Néstor Kirchner. Dio mucho y logró mucho. Sobre todo, afiliados que arrebató a otros gremios. Los trabajadores en general se alegraron: los salarios de camioneros son altos. Con Cristina todo explotó. Vamos por todo era un propósito que no dejaba espacio a nada ni nadie que tuviera poder. Como Moyano.

¿Y si vamos por todos?

La oportunidad, creen algunos empresarios, nacería de una constatación; el grueso de la dirigencia sindical está demasiado grande de edad, y ha acumulado demasiado. Conclusión provisoria: no tiene ganas de pelear, ni siquiera de amagar golpear para después negociar.

Un sector del oficialismo –minoritario pero influyente– sueña con la destrucción del corazón del ejército sindical. Están convencidos –o quieren convencernos– que ciertas rigideces de la legislación laboral estorban el desarrollo de las fuerzas dinámicas de la economía privada.

Esta idea emerge de un deseo ideológico para algunos, de una postura de clase para otros. Es evidente que –más allá de los derechos laborales, cuyo mantenimiento espera un debate de mayor nivel– las sociedades más equitativas exhiben un fuerte sindicalismo. Y también que, aunque se destruyan los derechos obreros –como intentaron la dictadura y el menemismo– no hubo inversión, tecnología ni despegue de las supuestas bondades patronales.

Los que se quejan del salario alto desconocen la historia: quienes trasladas los bienes exportables suelen gozar de tales ventajas que devienen aristocracia obrera. Pasó con los marítimos y los ferroviarios hasta mediados del siglo XX y pasa con los camioneros hoy.

Este argumento antisindical encubre, en el fondo, un sentido anti-obrero. Los países justos no suelen construirse sobre la ruina de los derechos sociales.

Más perspicaz, la Casa Rosada habilitó algunas andanadas contra el empresariado. Sabe que una cosa es atacar a los gremios y otra ampliar el barrido de tiro hacia las corporaciones en su conjunto.

La rueda de la fortuna sigue girando.

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