La escena es de un futuro cercano. Son las dos de la mañana, la mesa de dulces ya fue arrasada y el alcohol en sangre supera los cinco brindis. Imposible manejar. En la calle un taxi es un oasis en el desierto. Por suerte está Uber, pero cuando se abre la aplicación queda al desnudo la consecuencia de un algoritmo que pondría celoso al propio Adam Smith; como escasean los autos, los viajes son posibles, pero carísimos.
A quienes les molesta ese “capitalismo salvaje” procuro explicarles que ese mecanismo, que no es otra cosa que el libre juego de la oferta y la demanda, garantiza que más gente pudiera llegar a su casa, luego de noche buena. El mecanismo de precios gobernado por el mercado hace que cuando algo resulta escaso haya que pagarlo más caro. Cuando la oferta es fija, como ocurre por ejemplo con la reserva de agua mineral en una ciudad durante una catástrofe natural, los precios exorbitantes tienen gusto amargo. No nos parece justo que un comerciante se aproveche de una emergencia y haya que pagar un bidón como si tubiera oro.
Obviamente el rol de los precios en este ejemplo es opinable. La tarea del mecanismo es similar a la de un remate en el que a fuerza de puja de precios se termina decidiendo quien es el que se queda con el cuadro. En condiciones de igualdad distributiva el mercado se asegura que el bien escaso acabe en las manos que más lo valoran. Cuando la desigualdad reina, en cambio, esto ya no puede garantizarse y las pocas botellas necesarias para hidratarse terminan yendo al que tiene más posibilidades económicas, reflejando el costado más duro, pero al mismo tiempo el “más humano”. Las comillas vienen a cuento de que el mercado, en última instancia, es una tecnología desarrollada por el hombre para responder a un problema que en otras especies (o culturas) se resuelve en función de un orden jerárquico establecido a fuerza de batallas cuerpo a cuerpo, o con rituales que condensan relaciones de poder históricas.
Hay otras formas de determinar quién come primero, cuando en medio de una hambruna aparece una presa en el horizonte. Podría tener prioridad el que la captura, o el más anciano, o los niños, o las mujeres, o el más fuerte, o simplemente dejar que todos se abalancen y coman lo que cada uno pueda.
Nótese que en este caso la prerrogativa para el que cazó el animal sería análoga a la mayor posibilidad que en el mercado tienen aquellos que han conseguido más dinero como resultado de su mayor productividad, disposición al esfuerzo y tolerancia al riesgo. El problema es que usted y yo sospechamos que muchas veces el rico amaso su fortuna cortando el camino del mérito por el atajo de la ilegalidad. No es casualidad entonces que las instituciones del mercado sean más resistidas es las sociedades que combinan desigualdad con corrupción. Volviendo al ejemplo de los cazadores y recolectores, el sistema que premia al que consigue la presa, tambalea si no podemos asegurar que el que aparece con la carne sea efectivamente el que cazó al animal.
Es interesante ver que, si el Estado limita el funcionamiento libre del mecanismo de precios, como sucedecuando no deja que la escasez se refleje en tarifas de taxis más caras en los momentos en que no hay coches en la calle, en la práctica está eligiendo un sistema para lidiar con la escasez, donde se premia al que llega primero a la góndola, que no necesariamente es el que más valora o más necesita el viaje.
En el caso particular de Uber, a diferencia del ejemplo del agua en una catástrofe, el algoritmo tarifario tiene otra ventaja. Cuando hay poca oferta de taxis, o cuando la demanda se multiplica, la suba de la tarifa opera como un incentivo para que conductores que no estaban dispuestos a trabajar esa noche saquen su auto y ayuden de ese modo a que muchas más personas lleguen a destino sanas y salvas.
Por supuesto, se puede buscar un resultado parecido a fuerza de garrote, con una regulación que obligue a los taxis a trabajar después del brindis de navidad o cuando acaba de largarse un aguacero, pero esa tecnología resultaría muy difícil (y cara) de controlar, salvo que cada taxi tenga un GPS y pudiera multarse al que no registra movimiento.
La punta del Iceberg
El ejemplo de uber es un botón de muestra de lo que viene en la nueva economía de la información. Los algoritmos y las reglas del mercado, combinadas con regulaciones gubernamentales más laxas y menor injerencia de los sindicatos, reducirán los costos haciendo mucho más eficiente la tarea en todos aquellos sectores en los que existe un negocio de intermediación. Hoy es el turno de los taxis, mañana serán los bancos, e incluso el comercio, que es el nexo entre el productor y el consumidor.
El Estado puede demorar un poco el cambio, entorpecerlo, pero corre el riesgo de que la gente se canse y encuentre otra tecnología más eficiente y menos costosa, para coordinar sus preferencias y producir bienes públicos.
Publicado en El Día el 17 de diciembre de 2017.
Link http://www.eldia.com/nota/2017-12-17-3-19-58-el-capitalismo-salvaje-de-la-uberizacion–opinion