Desde la desaparición de Santiago Maldonado, el PRO viene redoblando la presión para lograr que Patricia Bullrich disuelva Unión por la Libertad, su fuerza política. Y se incorpore al PRO.
La misma demanda sufren agrupaciones tradicionales como el Partido Demócrata de Mendoza. Éste acompaña y apoya al gobierno nacional, pero está empeñado en intentar recrear una confederación –o federación– de organizaciones conservadoras provinciales.
Hasta ahora, parece primar la voluntad de resistir la presión. Los conservadores anhelan formar un Partido Demócrata de alcance nacional.
Unión por la Libertad llegó a levantar esta semana una convocatoria nacional para rechazar las especulaciones –nacidas de sus socios del PRO– sobre una inminente disolución.
Estas fuerzas menores siguen resistiendo la cooptación, pero saben que será difícil. Atribuyen a Marcos Peña la decisión inquebrantable de fundar un nuevo sistema político. Y absorber o diluir los planetas del anterior sistema de partidos.
Al final del camino, dicen, Peña sueña con el fin del Partido Justicialista y de la Unión Cívica Radical. No sin antes engordar el PRO (acaso rebautizado Cambiemos) con dirigentes –y si es posible, fracciones– de las mayores formaciones históricas del siglo XX.
El intento de construcción de una nueva hegemonía. Como preguntaban las tías, ¿para ir adónde? ¿Cuál es la idea?
Las respuestas, todavía, no son unívocas.
Un Macri consistente
La presidencia argentina del G-20 debutó con uno de los discursos más sólidos de Mauricio Macri. En el Centro Cultural Kirchner, Macri dio por iniciado su año de conducción de veinte economías industrializadas y en desarrollo, luego de oír mensajes de aliento del presidente del gobierno chino, Xi Jinping, del primer ministro japonés, Shinzo Abe, y de la canciller alemana, Ángela Merkel, la última presidenta.
“Queremos ser una expresión de toda la región. Vamos a demostrar que podemos sumarnos a una conversación global sin alzar la voz de enojados y sin seguir pasivamente los intereses de otros”. Tres conceptos precisos: la pertenencia a la América latina, la entrada al proceso mundial sin resignar soberanía.
Macri resaltó como principal objetivo de su gobierno la reducción de la pobreza: “Nuestra visión para el G-20 es la de un grupo de países que cooperan para generar crecimiento inclusivo”, señaló.
Abandonó, además, la vieja vocación criolla de anular todo lo anterior: “Para dar un marco de continuidad nos vamos apoyar en el legado de presidencias anteriores”. Macri prometió continuar el legado de la presidencia alemana: la agenda de género, la lucha contra la corrupción financiera, y el cuidado del medio ambiente. Y agradeció a todos los países que colaboraron en la búsqueda del submarino San Juan.
El lema de la presidencia argentina será “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible”. Con tres ejes: el futuro del trabajo y la reforma del sistema educativo para capacitar para el porvenir; la seguridad alimentaria, en busca de un sistema de provisión de alimentos más inclusivo y eficiente con mayor participación argentina, y la búsqueda de herramientas para canalizar recursos externos.
Curiosamente, semejante exposición apenas tuvo una modesta repercusión. Tanto en los medios amigables con el gobierno como en la máxima dirigencia del PRO. Difícil de comprender como un régimen que se jacta de su expertising en comunicación no aprovecha un texto mucho más profundo de los que suele emitir.
Para colmo, la sensatez y firmeza presidencial no fue replicada en otros ámbitos.
¿Qué hacemos con los jubilados?
La reforma previsional amenaza convertirse en una fuente indefinida de problemas. Para los jubilados y para la relación de los jubilados con el gobierno. Las encuestadoras coinciden en afirmar que los adultos mayores integran el segmento de mayor preferencia por Cambiemos.
Las expresiones oficiales hasta ahora no resultan precisamente felices.
El diputado Pablo Tonelli arañó la cúspide del desconcierto. Defendió la nueva fórmula para determinar los aumentos en los haberes con una frase indefendible: “los jubilados están perdiendo plata, pero no poder adquisitivo”.
Pero aún fue la patinada de la vicepresidente de la República. Gabriela Michetti, acaso apurada por las críticas, reivindicó el proyecto oficial porque “nosotros tenemos que ordenar el despilfarro de 34 años de desorden macroeconómico”. En el afán de defender, seguro que Michetti no advirtió que una lectura exegética conduce su idea de “orden macroeconómico” a la última dictadura militar. El dislate ideológico confluye con la inexactitud histórica. El mayor desajuste estalló en el último tramo del proceso, cuando el déficit fiscal se disparó incontenible.
El disparate mayor llegó de boca del titular de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). Es decir, el funcionario con mayor obligación de conocer la situación del jubilado. Emilio Basavilbaso defendió la nueva fórmula de actualización de los haberes, a la que calificó como “más transparente que el sistema anterior” y comparó a las jubilaciones argentinas con las de Finlandia al señalar que el país nórdico “utiliza una fórmula similar. En Finlandia la jubilación ajusta 80% por inflación y 20% por salario”, señaló en diálogo con La Red. Y, aunque aclaró que no tenía a mano los valores que se perciben en ese país, afirmó: “En general nuestras jubilaciones son más altas que las del resto del mundo y de la región”.
Cambiemos ya tiene su Aníbal Fernández discursivo. Esperemos que no aparezca otra morsa…